4. Amaia

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Un enfermero acaba de marcharse tras limpiarme la cicatriz que tengo en el occipital. Ya no tengo más que un apósito transparente que queda prácticamente cubierto por mi cabello. Todavía me molesta la herida y tengo que evitar apoyar la cabeza, sobre esa zona, lo que complica más si cabe mi salud mental, al no poder siquiera estar acostada como quiero. Tampoco me puedo echar sobre mi lado izquierdo por el brazo, ni sobre el derecho por la pierna. ¿Se puede estar peor?

-Hara! Begira nor daukagun hemen! -exclama una chica vestida con el camisón del hospital, pelo largo y lacio de color negro. Parece una chica delgada y frágil pero un brillo en sus ojos me dice que ella es de todo menos eso. Me llama la atención sus dos manos vendadas y una fea contusión en su mejilla derecha-. ¡No sabía que tenía una vecina famosa!

-¿Cómo? ¿De qué estás hablando?

-Sí, sí. Tú tienes que ser Esperanza Lorente, ¿no?

-¿Cómo diablos sabes mi nombre?

-Ya te dije: eres famosa. Tu caso ha salido en las noticias del Canal 5. No esperarías que tu identidad se preservara de su programación amarillista.

-No puedo creerlo...

Lo único que me quedaba era mi anonimato para tratar de recuperarme. Ya ni eso tengo. Ahora soy el nuevo juguete para ser expuesto y que todos me usen como más les convenga.

-Soy Amaia Larrazaga y antes de que digas nada, sí, soy vasca. De Donosti para ser más exacto, ¡txuri-urdin hasta la muerte! Txuri-urdin, Txuri-urdin maitea, Txuri-urdin, Txuri-urdin aurrera!

¿De dónde ha salido ésta? ¿Han traído una ultra vasca al hospital? ¡No puedo creer esto. ¿Dónde coño están las enfermeras cuando se les necesita? ¡O la seguridad! ¿No se suponía que me iban a dejar a un agente para protegerme de Saúl?

-¿Me puedes dejar en paz? Por si no te das cuenta, no estoy como para aguantar a nadie.

-¡Lo sabía! Prefieres al Athletic. No te preocupes que te haré cambiar de opinión.

-¡Me importa una mierda el fútbol! ¡Quiero estar sola! ¿Lo comprendes? -Amaia no se da por aludida y se sienta sobre el borde de la cama a mi derecha-. ¿Qué coño haces?

-Mi querida Itxaro, estás con la única persona a la que le da igual quién seas. Es más, si fueras una tía a la que hubieran operado de apendicitis, también te estaría visitando. Mi propósito es más egoísta: no me gusta estar sola aquí.

-No es culpa mía.

-¡Por supuesto que no lo es! Mi madre no me habla y está en Donosti, mi padre está muerto, hace un año me mudé de mis tierras por un tío que conocí durante ese verano y pensé que había encontrado al amor de mi vida.

-No te lo tomes a mal, Amaia, pero me importa una mierda tu vida.

-No lo dudo, pero tienes un problema. No veo que tengas un libro ni un móvil cerca. La tele está apagada y tienes que pagar para ver los canales que no ofrecen más que basura que sólo sirve para disfrazar el feminismo tras una capa de liberación de la mujer cuando en sus programas sólo se nos anima a ir con la menos ropa posible y a operarnos para sentirnos más femeninas. ¿No te parece maravilloso?

-¡Joder! La cabeza no me funciona como para mantener una discusión de ese nivel.

-No lo haremos, descuida. El tema es que soy tu única posibilidad de entretenerte antes de que caigas en la locura -avisa, me guiña un ojo y se pone en pie y recorre mi habitación-. Deberías descorrer las cortinas. Hace un día brillante.

-¿No sabes qué perdí mi embarazo y que no estoy para estas gilipolleces?

-Sí, también sé que sigues sin creerte que tu ex no es el culpable. -Su tono y su expresión cambia. Ya no parece la alocada chica de hace unos segundos. Siento una furia que lucha por ser contenida-. Tenemos mucho en común. Mi más reciente ex también me mandó aquí. Yo me defendí y eso lo enfureció más. No me rompió ningún hueso, pero si he vomitado sangre un par de días.

Todas Las Sonrisas Que No VeréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora