30. ¿Justicia? - Parte 1

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Si pudiera borrar este capítulo de mi vida, lo haría —siendo sincera, borraría demasiados, sobre todo, de este año.

Estoy sentada en una sala de la Audiencia Provincial, sección penal, en el Palacio de Justicia de Málaga. Me acompaña un procurador y mi abogado. En otra mesa a nuestro lado está el fiscal. En el otro lado de la sala, la cara de una persona a la que me encantaría borrar de la faz de la Tierra: Saúl. Ese innombrable está también acompañado por su procurador y su abogado —que según me ha comunicado el mío, es famoso en estas lides por defender a maltratadores de un estatus superior.

Me da asco una persona que es capaz de tergiversar la verdad para que un ser despreciable como su defendido salga de rositas. ¿No tiene hijas, sobrinas, amigas, hermanas o cualquier mujer de su entorno que no sea susceptible de ser maltratada e incluso asesinada por semejante ralea de gente?

Frente a nosotros se encuentra el magistrado y dos jueces a cada lado; un letrado de la administración de justicia y dos policías nacionales que velan por mi seguridad —pero que si, por mano del diablo, Saúl se librara de la cárcel, recibirían una llamada algún día de que pudo completar lo que inició o que lo hizo con otra mujer. ¿No es triste todo?

A mi derecha se encuentran mis familiares, los de Saúl, Cesc y Rafa —sus amigos—, Amaia —que se pidió el día para estar conmigo— y algunas otras personas autorizadas de la prensa para tomar las fotos y videos de las declaraciones. Espero que hagan acopio de un buen material respecto a cómo la vida cada vez importa menos o del morbo de ver a una mujer destrozada frente al monstruo que casi le quita todo. Ellos siempre ganan.

Prácticamente estoy ausente durante todo el proceso, no escucho las alegaciones de mi abogado, ni las del defensor del otro mal nacido. Ignoro de pleno cuando se hace necesario exponer con todo lujo de detalles el paso a paso de los sucesos de aquel día: desde mi llegada a los procedimientos quirúrgicos que significaron la sanidad de mi cuerpo, la destrucción de mi mente y la pérdida de mi embarazo.

Por lo único por lo que paso por esto, es para que ese hijo de puta pase una buena temporada entre rejas —aunque preferiría que lo encerraran en una celda y la tiraran al océano. Sí, no me equivocado en mi pensamiento. No quiero que tiren la llave al mar, quiero que arrojen la celda con su contenido a lo más profundo del Océano Pacífico.

El procedimiento establece que sea Saúl el primero en declarar. Me encantaría ignorar su testimonio. Sólo puede mentir y tratar de blanquear una situación que no tiene justificación.

—¿Cómo te sentías aquella noche, Saúl? —pregunta su abogado, después de mentir repetidas veces en su declaración, sin pestañear. No me puedo sorprender ni esperar otra cosa de una persona como él.

—Aquella noche... Yo estaba destrozado por lo que le había pasado a Ariana. Estábamos hablando de irnos a vivir juntos, pero no me atrevía porque... porque yo quería ese hijo con Esperanza. Estaba entre la espada y la pared. La convivencia con ella era cada vez más complicada. Se traía los problemas de trabajo a casa y yo era con quien lo pagaba. Tener que confesarle todo lo que había pasado significaba enfrentarme a ella. Las peleas con Esperanza son continuos ataques personales tratando de hacerme daño. No quiere llegar a ningún acuerdo. Sólo ella puede tener la razón.

—¿Qué tipo de cosas suele decirte?

—Ataca mi virilidad, mi sexualidad, insultaba a mi familia, a mis amigos... Ponía en duda mis intenciones y las vestía de maldad.

—¿Alguna de ellas destacable esa noche?

—Deseó que me muriera, al igual que-que la puta de Ariana. Perdón, esas fueron sus palabras textuales.

Todas Las Sonrisas Que No VeréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora