La sala bulle de actividad. Enfermeras que vienen y van, algunas preparando todos los elementos que necesitan para lo que está pasando. Una se me acerca y me toma la presión arterial. Necesita asegurarse que se mantiene en los valores establecidos. El procedimiento de hoy así lo requiere.
Oleadas de dolor me obligan a agarrarme a las barras de la silla y mis gritos impiden que pueda escuchar los pitidos regulares de los monitores y las conversaciones que mantiene el equipo de profesionales que se afana por tener la situación bajo control. Algunos se lavan las manos, otros se ajustan los guantes de látex y el anestesista me hace una indicación con la cabeza, recordándome que cuando quiera, me aplicará la epidural.
La matrona habla con Félix, si cabe, más nervioso que yo. Sus ojos verdes están húmedos de la misma forma que hace siete meses atrás.
Él estaba en la biblioteca de los sueños limpiando los estantes. En un momento, agarra nuestra foto y la mira. Había llovido mucho desde ese día y en el que nos reencontramos tras mi regreso de Madrid.
Necesito una vida para contar cómo desde ese beso, todo cobró sentido. El esfuerzo que había hecho por reconstruir mi vida valió la pena. Darme ese espacio para crecer, para superar mi dolor, para recurrir a una especialista que me ayudara me hizo madurar y crecer. Y lo mismo para con Félix. Puedo decir que ambos lo logramos.
No somos perfectos. No lo seremos. Sí sabremos cómo corregir algunos de nuestros errores y cómo reaccionar a esos estímulos que disparan nuestros traumas. Y, si fallamos —porque estamos destinados a hacerlo— usaremos todo el raciocinio disponible para no sacar las cosas de quicio. No es fácil. Llevamos muchos años con automatismos incorrectos y pensamientos sesgados.
Yo lo miraba orgullosa desde el marco de la puerta. Se había convertido en un hombre mejor y yo lo correspondía. Estábamos preparados para ese siguiente paso que, si bien lo estábamos buscando, no esperábamos que ocurriera tan pronto.
—¿Qué haces? —le pregunté.
—Recordando cuando ese marco estaba vacío. Pensé que jamás volvería ponerle una foto de nosotros.
—Me temo que tenemos un problema.
—Me da miedo cuando dices algo así.
Le mostré un marco pequeño y vacío sobre la palma de mi mano. Él me miró tratando de deducir el enigma.
—¡En serio!
—Sí. ¡Estoy embarazada!
Félix me abrazó y me levantó emocionado. Me dio mil besos y cuando se apartó, lloraba de felicidad.
Decir que durante todo estos meses no fuimos una montaña rusa de emociones sería faltar a la verdad. Compartimos ideas, discutimos, lloramos, reímos... Un hijo te cambia la vida. Ya no eres más tú, ni siquiera tú y tu pareja. Habrá una pequeña parte de ti que requerirá de tu mejor versión, de todas tus fuerzas para crecer sana y segura.
—Esperanza, estás haciendo un trabajo increíble —comenta Anaïs, mi obstetra—. Estás muy cerca de los diez centímetros de dilatación. Ya sabes cómo va esto: pronto podrás empezar a empujar.
—¡Joder! —exclamo, tras una nueva contracción, esta más dolorosa que las anteriores.
—Estamos casi a punto, guapa —informa Sofía, la matrona, una mujer de mediana edad tan dulce como experimentada—. ¡Bien! Cuando te diga, quiero que respires profundamente y empujes como si estuvieras haciendo un gran esfuerzo. ¿Te acuerdas de nuestras clases? —Asiento, apretando los dientes y las manos en torno a los barrales de la silla—. Respira y empuja con cada contracción.
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Todas Las Sonrisas Que No Veré
Любовные романы❤️🩹Novela finalista en The Wattys 2024❤️🩹 Esperanza tenía una vida de ensueño: un trabajo en el que estaba creciendo, una vida social envidiable, una pareja perfecta y un embarazo espectacular... Hasta que todo se hizo añicos. Cuando se despiert...