33. Lo que le falta

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El AVE llega a la estación de Puerta de Atocha puntual. Mientras se abren las puertas del tren, mi estómago se queja porque tiene hambre.

Apenas he probado bocado desde que me levanté a las siete de la mañana. No tuve más tiempo que para arreglarme y asegurarme que tengo todo lo necesario para mis primeras semanas en Madrid: dos maletas de gran tamaño que no llevan, ni la mitad de, todas las cosas que me gustaría.

Le pedí a mis padres que no me acompañaran porque harían más complicada la despedida. Si ellos se quedan en casa, será como un viaje más en donde llegaré más pronto que tarde. No quiero flaquear cuando los vea llorar. Posiblemente sea una tontería, pero a mí me hace mi huida más sencilla. Y tengo una boca de metro bastante cerca que me deja en la misma estación de trenes.

Nada más salí del portal me hallé con otra señal que no hizo más que confirmar mi decisión de irme de esta ciudad. En la pared del portal alguien había escrito con spray: "Esperanza, puta mentirosa". Desde luego algún amigo o familiar de Saúl.

—Ojalá os pudráis en vuestro odio y resentimiento —deseé y me perdí por las calles en dirección a la boca de metro.

Arrastro las maletas fuera del tren y camino pacientemente, dejando que muchos viajeros me pasen por izquierda y derecha corriendo a su siguiente medio de transporte que los llevará a dios sabe dónde. Me alegro de poder ir a mi ritmo. Nada me agobia más que estar en un lugar nuevo y que tengo el reloj en mi contra.

Tan tranquila estoy que voy a buscar una cafetería por aquí, sin muchas pretensiones. Todavía me queda un buen paseo hasta Pozuelo de Alarcón. Y no quiero morir de inanición hasta que mis pies horaden tan exclusivo lugar —y mucho menos hasta que pueda comer después de cumplir con todos los protocolos de entrada.

 Y no quiero morir de inanición hasta que mis pies horaden tan exclusivo lugar —y mucho menos hasta que pueda comer después de cumplir con todos los protocolos de entrada

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No tardé mucho en encontrarme con una cafetería con bastante gente —lo que implica que o es barata o buena, incluso es posible que las dos cosas. Me estoy comiendo un bocadillo de pan blanco de queso manchego con aceite y un refresco de cola. Con este banquete, puedo decir que soy una nueva Esperanza. ¿Cómo es eso posible? Estoy en una ciudad nueva, con un camino misterioso e intrigante por delante y sin una puñetera red social a la que estar conectada, salvo el WhatsApp. He cerrado mis cuentas de Instagram, TikTok, Twitter, Threads y Facebook.

Aunque recibía mucho amor de mis contactos, si había cada vez un creciente número de personas —o cuentas falsas— que me insultaban y amenazaban por provocar que un inocente fuera a la cárcel. No gano nada con cotillear la vida de los demás en las redes sociales, ni que los demás sepan como mi transformación se va produciendo con stories cutres y frases ridículas de libros de autoayuda. Eso no va conmigo. Es posible que todas mis experiencias me hayan amargado un poco. No lo puedo negar. Estoy harta de palabras y postureo. Sólo la gente que me importe sabrá cómo mi reconstrucción va progresando.

Estar libre de estas hermosas apps, me han permitido tener un tiempo libre que estoy llenando con más literatura. Sé que esto se va a terminar cuando empiece con el ciclo formativo, así que pienso aprovechar cualquier minuto libre para leer todas las novelas que pueda.

Todas Las Sonrisas Que No VeréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora