15. Fue un error

21 6 41
                                    

—¿Esperanza? —pregunta Félix, preocupado, incorporándose y llevándose el brazo derecho sobre sus piernas ocultando su erección—. ¿Qué pasa? ¿Está todo bien?

—Pe-perdona... Tenía sed y vine a robarte la botella.

Por suerte mi objetivo había sido ese, de lo contrario... ¡No habría sabido cómo explicarlo!

—Haberme llamado. Te llevaba una al instante.

—No puedo pegarte gritos a las cuatro de la madrugada para que me traigas agua.

—Es verdad.

Cojo la botella y me dispongo a darme la vuelta cuando Félix me llama.

—¿Quieres que te ayude a volver?

Lo miro de hito en hito. Ahí está él. Ese hombre que no ha hecho más que ayudarme desde que nos hemos encontrado. Le gusto —al menos físicamente, porque lo que conoce de mi comportamiento, no puede ser muy atrayente para nadie— por eso es tan solícito para suplir mis necesidades. Tengo una misión para él, cuyo primer paso implica que me lleve a la cama. Sin embargo, en el único momento que tengo de lucidez, le respondo.

—No te preocupes. Yo puedo sola. Tardaré un siglo, pero llegaré.

—Entonces, hagamos una cosa: ve para la cama y yo te llevo una botella nueva.

—Gracias.

Llegamos los dos al mismo tiempo al dormitorio. Insiste en su ayuda, ofreciéndome la mano. La rechazo y me tiro de una forma muy poco sensual a la cama. No obstante la falda se levanta lo suficiente para mostrar todas mis piernas y mis nalgas —uso tanga, así que no hay mucho lugar para la imaginación.

Los ojos de Félix se abren de par en par ante la visión de mi culo.

—Pe-perdona. Te dejo la botella en la mesita.

Hace tal y como dijo, pero en el momento en el que se está marchando, lo agarro del brazo y lo tiro sobre mí.

—¿Qué haces, Esperanza? —dice con su boca a un par de centímetros de la mía.

Abro las piernas y su entrepierna se pega con la mía y lo siento en su plenitud. Se me escapa un pequeño gemido.

—Tú lo quieres tanto como yo —le susurro al oído. Le muerdo seguidamente el lóbulo de su oreja derecha.

—Joder, Esperanza...

El hace un leve intento por apartarse, pero no se va. Sigue a mi alcance para que bese su cuello y suba por su barba que me pincha placenteramente mis labios. Llego a su barbilla y cuando voy a besarlo...

—No puedo darte lo que quieres.

—No te estoy pidiendo que te cases conmigo.

—Siento que si hago algo contigo así, es como si me estuviera aprovechando y no quiero.

—¿Acaso no lo haces con muchas mujeres cuando sales por las noches y estáis con un par de copas de más? No te me hagas ahora el legal. No estoy drogada, no estoy borracha. Estoy bien despierta y quiero que me folles. ¿Es tan difícil lo que te pido?

Me analiza de nuevo. Sigo sintiendo su polla bien dura contra mi coño. No se apartó ni un centímetro. Está deseando hacerlo.

—¿Qué te frena? ¿Tienes novia? ¡Dime!

Para mi sorpresa, se levanta y se aparta.

—Esto fue un error. No debería de haberte invitado.

—¿Qué coño te pasa? ¿No te gusta una chica con mi historial? ¿Te doy asco?

—No es nada de eso, Esperanza —se excusa y me vuelve la cara—. Perdóname. No te mereces esto. Si quieres te llevo a casa de tus padres o te pido un Uber.

—¿Lo estás diciendo en serio?

—Lo siento, de verdad.

Me incorporo avergonzada y despreciada.

No sé qué es lo que se le estará pasando por la cabeza, pero no está pensando ni un minuto en mí. Aquello me llena de furia y de asco. Es posible que hasta me esté haciendo un favor. No quiero estar con un cobarde, por muy policía que sea.

Me subo a la silla de ruedas y sin esperar a que me empuje, soy yo quien hace el esfuerzo. No quiero que se acerque a mí.

—Te ay...

—No quiero nada de ti —espeto, cortante. Antes de desaparecer por el ascensor volteo para mirarlo—. Al menos fuiste lo suficiente hombre para decirme que era un error antes de follarme.

Las puertas de la cabina se cierran.

Contengo un grito, mientras aprieto los puños y una punzada de dolor me recuerda que mi brazo izquierdo no está preparado para semejante tensión.

En el portal rompo a llorar. ¡No sé por qué me cuesta todo tanto! No preciso de un caballero de brillante armadura. No le estaba pidiendo matrimonio ni que se convirtiera en mi novio o mi prometido. ¡Era follar y listo! ¿Cuántos hombres en su situación habría actuado igual? ¡Casi ninguno!

—¡Y a mí me toca el más estúpido!

Espero unos largos diez minutos para que aparezca el vehículo concertado. Salgo a duras penas del portal y aparece veloz el conductor, un hombre de unos cincuenta años, que me ayuda a subirme al asiento de atrás y guarda la silla de ruedas.

Estoy segura de que si le pidiera que lo hiciera conmigo, ni lo dudaría. Me llevaría a algún sitio dónde pudiéramos estar tranquilos y allí tendríamos nuestro rato de pasión.

No es eso lo que quiero. Lo quería a él.

Lo necesitaba él.

Capi corto, pero intenso

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Capi corto, pero intenso.

Si alguna de vosotras había apostado a que no lo hacían, acertó. Al final, por muchas ganas que Félix tenía, decidió no hacer nada con una vulnerable Esperanza, aunque ella no se lo tomó para nada bien.

Y ¿ahora qué? ¿Qué va a pasar con ellos dos? En los próximos capis tendremos la respuesta.

Gracias por vuestra compañía y comentarios.

Todas Las Sonrisas Que No VeréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora