18. Sólo un rato

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Creo que es la primera vez que camino por la calle Larios arreglada, sola y con un regalo que es para un hombre que no es Saúl ni un familiar de ambos. Estoy muy nerviosa por ver de nuevo a Félix después del último y tan desastroso encuentro.

Es posible que me haya equivocado con mi outfit: una blusa negra atada sobre el ombligo, una camiseta de tirantes negra con lentejuelas ceñida a mi torso, una minifalda —también negra— y una Converse del mismo color, de estilo desgastado.

Razones para vestir así con veintidós grados, que irán bajando hasta unos fríos dieciséis grados en un par de horas: la ropa presentable que tengo está en mi antigua casa y guardada —lo que implica un olor a humedad que requiere de un buen lavado para ser usada; por lo que, todo lo que llevo es ropa prestada de Amaia; a eso le sumamos la puta escayola que me obliga a usar faldas o pantalones cortos —los shorts de Amaia no me gustaron tanto como la minifalda. Este último factor me lleva a usar una puñetera zapatilla, porque intentar ir con muletas y un zapato de tacón es un desafío en el que no quiero participar. ¡Eso sí! Estoy haciendo tanta fuerza con los brazos como con el core, así que para verano estaré totalmente fit.

—¡Dios mío, Itxaro! ¿No quieres quedarte mejor conmigo y hacemos cochinadas? Con lo guapa que estás, me entran ganas de invitarte yo a una birra —ofreció Amaia, antes de salir de su piso, en donde ya estoy viviendo.

—Ya te gustaría a ti... —respondí, un poco azorada. Me cuesta recibir cumplidos, aunque vengan de una chica.

Todo lo que Saúl me decía era para llevarme a la cama, si no, casi que le daba igual lo que me pusiera, siempre que saliera con mis amigas o nuestras familias. Cuando quedábamos con sus amigos, si me animaba a arreglarme y a vestirme provocativamente. Ya no quiero pensar mucho si lo hacía para exhibirme como su trofeo o... ¡Mejor no sigo! No quiero amargarme la salida.

Ahora con mis labios rojos, mi rímel, mis cejas delineadas, mi perfume —no suelo usar base para no tapar mis pocas y tímidas pecas—, casi siento que estoy haciendo algo que no sirve para nada...

Bueno, mi maravilloso conjunto se cierra con una poco presentable totebag negra con una rosa negra hecha con lentejuelas, donde llevo todas las cosas necesarias y el regalo de Félix.

Amaia no quiso venir. Todavía no está tan recuperada como para estar de fiesta, ni apenas una hora. Mucho menos para beber alcohol. Por lo que no se cortó un pelo y me dijo:

—¿Quién coño va a una fiesta en donde no puedes emborracharte?

No pude contradecirla.

No iba a ir. No quería abandonar así a Amaia. Tampoco me motivaba mucho pegarme la paliza que me estoy dando. Cuando le mandé un mensaje a Félix disculpándome, me dijo que me llevaría esposada si era necesario, pero que al menos fuera un ratito. No falta que diga que cedí...

Quiero verle, quiero que me vea... ¡Joder, Esperanza! No sé si estoy pensando con el coño o en la mínima posibilidad de poder sentir que soy una chica normal, disfrutando de su vida. Es posible que sean las dos.

¡Me está costando todo! Controlar mi calentura, la furia, mis pensamientos depresivos... ¡Hace un mes y dos días que toda mi puta vida dio un vuelco! ¿Te crees que no fui ni capaz de recordarlo cuando correspondía? ¿En qué clase de persona me convierte eso?

Eso me lleva a sentirme culpable por ir buscando a un tío y tratar de celebrar algo cuando... Hace un mes y medio estaba planeando cómo sería mi vida en familia con mi bebé. ¿Es correcto que esté yendo a una fiesta?

Al final, he salido casi obligada por Amaia:

—Tía, tú te has beneficiado al perfume de Félix, pero yo necesito reventar el Satisfyer. Yo, desnuda en una cama gimiendo descontrolada, soy una tentación demasiado deliciosa para ti.

Todas Las Sonrisas Que No VeréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora