5. Un día para no olvidar

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La subinspectora Beltrán está sentada en un sillón a mi derecha, con el móvil con la grabadora de sonidos activada y con una tablet apoyada sobre un brazo y con el stylus en la otra mano esperando que empiece a hablar.

Mis padres no están en la habitación, les pedí que me dejaran a solas con ella. Sé que ellos tendrán que escuchar esta historia en algún momento. Ahora no es el momento, porque no podría abstraerme de sus reacciones cuando me escuchen y necesito poder fluir. No sé si dentro de un rato tendré las fuerzas para contarlo todo. No quiero ni pensar en revivirlo...

—Todas hemos pasado por algo parecido en algún momento de nuestra vida —informó Beltrán, mientras se preparaba para tomarme declaración—. Tres de cada diez mujeres en España han sufrido algún tipo de violencia de género por parte de sus parejas o exparejas. Eso sólo son los casos reportados. Es triste saber que ese número aumentaría sensiblemente si todas los denunciaran.

»Alzar la voz no es sólo por clamar justicia. Es protegernos la una a la otra, porque si esa gentuza sigue libre terminarán el trabajo que empezaron o lo harán con otra mujer. No podemos permitirlo. No podemos quedarnos calladas. No podemos ser parte de ese ciclo destructivo. Y te aseguro, si ellos no paran, nosotras los pararemos.

Aquellas palabras de María me infundieron ánimo. No es que no quiera que esa persona no se enfrente con la justicia. Lo que no quiero es que se me victimice más de lo que ya estoy, que se me diseccione en los programas y analicen qué hice o no para permitirlo —sí, todavía se nos tiene que educar de forma predictiva a las mujeres para detectar señales que nos ayuden a escapar de demonios así— o que me convierta en el enésimo motivo de enfrentamiento entre políticos y tertulianos. Sólo quiero desaparecer de esta mal hallada notoriedad, pasar página lo más pronto posible y reanudar mi vida. Qué ilusa, ¿no?

Me espera un juicio —que deseo que sea rápido— que reabrirá las heridas y que no podrán cicatrizar hasta que se falle a favor —de lo contrario, no tendré paz ni felicidad. Hombres y mujeres querrán convertirme en el estandarte de su causa: la superviviente. Querrán que hable en sus programas, sus periódicos, sus círculos y hasta el congreso. Yo no me siento así. No soy una heroína, no soy un ejemplo de nada. Tan sólo soy una mujer que ha perdido más que lo que ha ganado.

Quiero llorar hasta que se me sequen los ojos en la bendita soledad de mi casa. Llenar mi almohada de lágrimas y puñetazos porque lo cambiaría todo sólo para que el bebé que llevaba en mi vientre siguiera creciendo a pesar de todo. Que él si hubiera tenido una oportunidad. Si lo hubiera tenido que criar sola, ¡lo habría hecho! Si jamás hubiera podido ser amada por otra persona, ¿no sería un sacrificio digno con tal de tener ese pedacito de cielo en mi pecho?

Ninguno de estos deseos se van a cumplir ahora. La voluntad de un mal hombre me lo ha robado todo. Y, ¿sabéis lo que me hace pensar que no habrá una solución a corto o medio plazo para esta plaga de violencia? El padre y la madre de él —exsuegros, ahora— ni se han pronunciado, ni me han llamado para preguntarme cómo estoy, o pedirme perdón por lo que su hijo me ha quitado —y les ha quitado a ellos también. ¿No llevaba su nieto en mi vientre? ¡Tan ciegos pueden estar! Puedo entender su vergüenza o el dolor que les cause la situación. Tienen que recordar que yo no propicié esto. ¡Fue su hijo! Ellos deberían de mostrar un poco de empatía conmigo.

—Tuve un día de mierda en el trabajo y quería volver cuánto antes a casa para contárselo a Saúl —inicio, después de un largo suspiro—. Él siempre escuchaba mis problemas, me daba un abrazo y me decía que todo iba a salir bien...

—¿Estás en casa amor? —llamé mientras me secaba las lágrimas de los ojos.

Mi encargada Claudia me acababa de informar de que no me iban a dar su puesto, sino que, para colmo, me cambiaban a la tienda de Marbella. Eso es una forma de decirme que me querían fuera de la firma, pero como no me podían despedir, me lo iban a poner muy difícil para que yo siguiera con ellos.

Todas Las Sonrisas Que No VeréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora