12. Un café caliente

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Bajamos por el ascensor sin decir ni una palabra. Félix guarda un silencio respetuoso. No parece ser una persona muy habladora —salvo para sermonear. Lo miro por el reflejo del espejo y entonces caigo en que está vestido con su uniforme.

—¿No tienes que trabajar?

—Entro ahora en un rato, no te preocupes. Hoy me toca recorrer con Lalo el centro. Hay varios pequeños eventos que suceden por la zona y nunca está de más patrullar y asegurarse de que todo está bajo control

—¿Has tenido que sacar el arma alguna vez? —No sé por qué pienso en otro tipo de arma. ¡Joder, Esperanza! ¡Cálmate! Menos mal que no me puede ver la cara o descubriría que estoy roja como un tomate.

—Por suerte, no. Si he tenido que practicar muchas detenciones, pero en ninguna me he sentido obligado a desenfundar la pistola. Por si no lo sabes, es un jaleo tan sólo empuñarla.

—¿A sí? Pensé que si era necesario no habría problema.

—Claro, pero tienes que justificarlo muy bien. Tengo que informar a mi superior al momento, se realiza una investigación interna para determinar si fue excesiva esa medida y, llegado el caso de que hayas disparado, puedes ser llevado a declarar ante un juez.

—Ya veo. Así se evita el gatillo fácil.

—Exacto.

Félix frena una vez estamos en el exterior. Mira para su izquierda. La avenida Imperio Argentina se abre en su plenitud. Hay varios locales de restauración que elegir. Desde cafeterías de barrio hasta locales más sofisticados.

—¿A cuál te apetece ir?

—Buena pregunta... No sé si comer churros o un trozo de alguna tarta.

—Creo que necesitas un buen churro.

—¡Cómo! ¿Qué has dicho? —pregunto, entre la sorpresa y la indignación.

—¡Pe-perdona! Me refería que podríamos ir al Tejeringos.

—Empuja, por favor, antes de que me arrepienta.

Lo escucho exhalar aliviado. ¿De verdad no lo ha dicho con doble sentido?

Mi imaginación vuela y, con la calentura que tengo, me lo imagino saliendo en toalla del cuarto de baño con su churro bien marcado. ¡No puedes hacerme eso cuando estoy en abstinencia!

Creo que nada más llegue a casa voy a darle rienda suelta a mi imaginación. No suelo masturbarme. Cuando estaba con mi ex prefería que fuera él quien me tocara y me hiciera llegar al orgasmo. Ahora vuelvo a contar sólo conmigo misma. De alguna forma tengo que bajar este nivel de excitación. Es posible que además me relaje.

Lo único malo es que no tengo mi dildo. Eso está en mi piso, pero no me atrevo a poner un pie ahí, todavía. Sólo espero que no estén mis padres. Me cuesta mucho contener mis gemidos cuando me corro.

—¿Estás bien? —pregunta Félix.

No me di cuenta de que hemos llegado a la entrada de la cafetería y está frente a mí. ¡Ah! Estaré ruborizada por mis pensamientos y se habrá dado cuenta.

—¡Deja de mirarme! —exclamo, mientras trato de apartarlo con la mano—. Empújame para adentro.

—Si no te importa, abro la puerta y te metes tú, que yo no tengo mil manos para hacerlo todo.

—¡Hombres! Se os dificulta hacer dos cosas a la vez...

Felix se ríe y agrega:

—Me sorprende que puedas moverte con esa escayola en tu brazo izquierdo. Eres muy fuerte.

Todas Las Sonrisas Que No VeréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora