10. El agente

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—Lo que habéis hecho es una locura.

Quien habla es Félix, el policía, vecino de Amaia. Ella me había dejado su teléfono y, nada más colgó, lo llamé para preguntarle dónde estaba.

—¿Cómo está...?

—Se la ha llevado la ambulancia pero su pronóstico es reservado. Hay tantas posibilidades de que salga de esta como que no. —Se calla, mira para otro lado, suspira y continúa con su reprimenda, que me merezco—. Amaia es una chica que no mide las consecuencias de sus actos. Muy valiente. Pero hay situaciones en las que no te puedes meter de cabeza. Os pensáis que, por saber defenderos, ya sois invulnerables y hay mil cosas que pueden salir mal. Estoy cansado de ver cosas así durante toda mi carrera en el cuerpo.

Agacho la cabeza. Mientras descubro lo estúpidas que hemos sido. Amaia puede encontrarse ahora luchando entre la vida y la muerte por mi culpa. Por no haber pensado fríamente que no había forma de que pudiéramos solucionar esto por nosotras mismas.

Acaricio a Dulce, sucia, delgada y que descansa plácidamente entre mis brazos intentando no mirarlo a la cara avergonzada.

—Ya no es una cuestión de género —prosigue—. Es una cuestión de prudencia y, sobre todo, legal. Si por recuperar a tu perrita le hacéis daño a cualquiera de esos dos desgraciados, ellos estarían en su derecho de denunciaros y podríais ser procesadas, por muy criminales que pudieran ser. Sus delitos no compensan los vuestros. No necesitáis eso. Es posible que los medios vendan la película de que nosotros llegamos siempre tarde y no siempre es así. Nosotros hacemos nuestro mejor esfuerzo por protegeros a todos y a todas. Cuando fallamos es un peso que nos llevamos a nuestra casa y que nos persigue por mucho tiempo. Estamos hablando de vidas humanas al final.

Asiento. No deja de tener razón. Estoy en desacuerdo con varios de sus comentarios, pero ni es el momento, ni tengo fuerzas. Ya siento que la desgracia me persigue —y a los que me rodea. ¡Que sí! Sé que si nosotras no hubiéramos venido al puto parque Amaia estaría sana y salva...

No puedo justificarme. Tengo que tomar una actitud más pasiva. O ir a un puto psicólogo porque no sé qué hacer. Estoy cansada de mí misma. Agotada de verme superada por todo y ahora de llevarme a Amaia por delante.

—¿Qué va a pasar con Saúl?

—Apuñalar a una mujer no es baladí y si le sumamos las denuncias que tiene por su intento de homicidio y fuga... Es poco probable que ponga un pie en la calle hasta su juicio.

Respiro aliviada.

Me deslizo por el asiento del Ibiza de Amaia y rompo a llorar. No lo conocía tanto como creía a Saúl. ¿Es posible que tras todo lo que me hizo haya perdido toda la cordura y se encuentre en una escalada de violencia sin final?

—¿Quieres que avise a alguien para que te vayan a buscar? ¿Tus padres...?

—No. No necesito preocuparlos más todavía. Ya me ven como un juguete roto. Si les cuento todo lo que ha pasado hoy...

—En algún momento tendrás que contar con ellos. A pesar de todo lo pesados que puedan ser, ellos no quieren más que estés bien y, dadas las circunstancias, a salvo.

Lo miro a los ojos y por primera vez lo veo. Es joven. Apenas tendrá unos veintitantos largos. Tal vez treinta. Pelo corto castaño, barba recortada y unos hermosos ojos verdes. Retiro la mirada cuando me doy cuenta de que los he contemplado por demasiado tiempo.

—¿Quieres que te acerque? —Lo miro de reojo ruborizada—. Como ves voy de paisano así que nadie pensará que te detuve ni nada.

¿Qué hago? Necesito que alguien me lleve a casa, pero Félix me está provocando sensaciones raras. No quiero imaginar nada así. ¡No merezco sentir nada así cuando hay tanta gente sufriendo por mi culpa!

Todas Las Sonrisas Que No VeréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora