6. Buenas influencias

58 10 29
                                    

Hoy a las dos de la tarde me dan el alta.

El traumatólogo y la doctora me han dado unas indicaciones para que mi recuperación sea la mejor posible: reposo y rehabilitación. Las costillas me pueden llevar entre seis y ocho semanas. Es posible que, en un par, ya pueda moverme un poco, pero nada de esfuerzos —que no voy a poder hacer por las fracturas del brazo y la pierna.

En fin, van a ser semanas en las que no me moveré apenas y eso me está frustrando. Soy una mujer que no para. Que no sabe estar quieta. Que le cuesta estar ociosa. Me sobran dedos de una mano para contar las veces que paso sentada frente a la tele o a un libro. Creo que sólo hago algo parecido antes de dormir, cuando recorro Instagram y TikTok.

Veo a mis padres recoger mis enseres del hospital. Lo meten en silencio en una bolsa de viaje, junto con el secador de pelo de mi madre. Bañarme ha sido una experiencia traumática. Sentada, evitando que las escayolas se mojaran, con dos aparatosas bolsas del Mercadona...

¡Le grité a mi madre y le pedí que me dejara sola! En eso me he convertido: una desequilibrada que maltrata a las pocas personas que le quedan a su lado. He perdido toda la paciencia que tenía. Cualquier capacidad de racionalizar. No puedo dejar de recordar lo que ese cabrón nos hizo a su hijo, a mí y, para colmo, a nuestro vecino, y fluye un río de amargura que no puedo frenar.

No creo que pueda aguantar mucho de esta forma. Saber que tengo que regresar a casa de mis padres, convirtiéndome en una carga para ellos ¡en todos los sentidos! Porque estoy de un ánimo insoportable.

Me doy cuenta de que estoy llorando de nuevo cuando siento el sabor de mis lágrimas.

—Cariño, ¿necesitas algo? —pregunta mi madre, un tanto temerosa de mi reacción.

¡Oh, Dios! Me encantaría estar sola y poder hacerlo en paz.

—¿Podéis iros un rato? —ruego, tratando de no mandarlos a la mierda.

Mi padre abraza a mi madre y ambos se marchan sin decir una sola palabra. ¡Por qué me rompí la puta pierna! ¡Podría haber estado sola en mi casa sin necesitar nada! ¡Sin tener que aguantar las miradas de lástima! ¡O el cargo de conciencia por reaccionar mal a cada cosa que hagan o digan que me moleste lo más mínimo!

—¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! —exclamo, mientras golpeo la almohada, cosa que provoca un instantáneo y agudo dolor en mis costillas—. ¡Ya ni puedo desahogarme!

—Y decían que los vascos somos mal hablados...

¡Lo que me faltaba! ¿Qué hace esta aquí?

—¿No te han dado el alta todavía? —Sí, me estoy pasando tres pueblos, pero necesito estar sóla. ¡¿Es que nadie lo va a entender?!

—Sí. La leyenda dice que me voy hoy. Bueno, en verdad me echan. Si fuera por mí, me quedaría aquí, que es lo más parecido a un all inclusive en el que he estado. ¡Sólo me falta la piscina y el aquagym! Además me estoy camelando a José. —Mira hacia la puerta abierta y exclama con la mayor naturalidad del mundo—. ¡Eh, Jose! ¿Si quieres te puedes unir a la fiesta? Dos chicas con poca ropa... un policía como tú con esa porra tan larga... Seguro que has visto alguna porno así.

—¿En serio está ahí fuera?

—Sí, lo está pero es muy tímido. ¿No lo has visto? —Sacudo la cabeza. No he salido de la habitación. No puedo ni ir en una puta silla de ruedas—. Si gritas ayuda, entra corriendo y lo encerramos. ¿Te apetece?

—Estás loca. ¿Lo sabías?

—Sí. Es la única forma que tengo para no terminar pegándome un tiro.

Todas Las Sonrisas Que No VeréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora