22 de marzo
Dejo en su lugar las pesas que estaba utilizando y seco el sudor de mi rostro con una toalla. Recién es la mañana del sábado y ya estoy tan agotada como si un día entero me hubiera aplastado. Pero solo fue mi rutina de gimnasio.
—¿Terminaste? —pregunta Marco acercándose a mí. Ni siquiera parece cansado y eso solo hace que lo envidie un poco.
—Sí.
Tres días transcurrieron desde la sorpresa en la azotea del edificio en donde le dije que, en un futuro, podría llegar a quererlo mucho si se quedaba a mi lado. Hubiera pensado que podría tornarse algo extraño el momento después de esa conversación, cuando saliéramos de nuestra burbuja, pero en realidad no fue así. No volvimos a tocar el tema, pero Marco ha estado más pegajoso que de costumbre. Incluso ayer se apareció por la puerta de mi trabajo a la hora del almuerzo alegando que le debía uno, luego de lo ocurrido con Emilia.
Como él también ha terminado su rutina de ejercicios, me acompaña hacia el pasillo de los baños que conduce a las duchas y lavamanos. En la intersección que divide la sección de hombres de la de mujeres, me toma del brazo y obliga a mi espalda a apoyarse contra la pared.
—¿Qué haces? —me río apoyando mis manos en sus abultados brazos que quedan al descubierto gracias a su camiseta de mangas cortas.
Es sexy, demasiado. Mi cabeza definitivamente está muy mal porque cualquier cosa que haga me parece caliente. Cuando apenas está despierto y tiene esa voz matutina rasposa, cuando hace el desayuno para los dos sin camiseta o exige besos antes de empezar a comer porque, según él, entonces no son buenos días.
—No pude dejar de mirarte el culo mientras hacías sentadillas —dice y su mano viaja a mi trasero y lo acaricia sobre mis mallas ajustadas, antes de dar un apretón—. Me tienes mal.
—Alguien podría vernos —me quejo, aunque un toque de gracia baña mi voz, y hago el vago intento de quitar su mano de mi cuerpo.
Me ignora completamente y baja sus labios hacia los míos, besándome con rudeza.
A pesar de que realmente alguien podría venir aquí en cualquier momento y vernos, enredo mis brazos alrededor de su cuello y lo acerco a mí mientras separo mis labios, dejando que ingrese su lengua en mi boca.
Su mano en mi culo se aprieta y Marco se traga mi gemido.
Mis manos juegan con su cabello, tirando y raspando mis uñas por su cuero cabelludo. Mientras que él se encarga de castigar mis labios, mordiendo chupando.
—Vamos a las duchas —dice apartándose.
Lo miro con las cejas enarcadas, pero no parece estar bromeando.
—De eso nada —lo empujo lejos de mí y aprovechando que lo he tomando desprevenido, camino de regreso al gimnasio, pensaba mojarme el rostro, pero sé que me seguirá allí y será vergonzoso que alguien lo vea conmigo en el baño de damas.
—Vamos —prácticamente ruega, mientras detiene mis pasos abrazándome desde atrás y pegándome a su cuerpo.
Baja los labios hacia mi cuello y deja besos con la boca abierta allí.
—No vamos a tener sexo en las duchas del gimnasio —susurro y me doy vuelta en sus brazos—. ¿Qué te pasa? Puedes esperar a volver a casa.
Marco suspira con frustración y me toma de las caderas.
—¿Segura que no quieres?
—Completamente.
Pocas cosas me ponen menos caliente que pensar en tener sexo en las duchas donde todo el mundo se baña. Ni siquiera tengo toallas para secar mi cuerpo después, porque nunca me baño aquí. Me da asco por alguna razón, prefiero mi ducha, en mi baño, con mis productos y sin preocuparme porque otra persona pueda entrar y verme desnuda.
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Dulce Amor Navideño
RomanceElla lo detesta; a él le encanta molestarla a costa de eso. Ella lo conoce desde hace años; él no la recuerda. Ella ama las mariposas; él la llama Butterfly. Callie atravesó tres tragedias en su vida. La primera a los siete años, cuando perdió a su...