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—Venga, es solo una fiesta—repetí con tono suplicante en lo que Gala terminaba de recoger sus cosas y los demás alumnos salían de la clase—Seguro que nos lo pasamos bien.

—Te lo pasarás bien tú, sabes que yo odio las fiestas—ni siquiera me miraba y sabía perfectamente que estaba molesta. Gala era reservada, a veces mucho y yo no lo era tanto, por lo que chocábamos de vez en cuando—Que vaya Greg contigo.

—Greg vendrá, pero también quiero que vengas tú—repliqué con un puchero, tratando de tocar su fibra sensible. Gala suspiró, cruzándose de brazos—Sabes que te quiero, ¿verdad?

—Eres una chantajista—exclamó lanzando la cabeza hacia atrás, soltando una risa nasal—Está bien, iré.

Me lancé a sus brazos, llenándole la cara de besos. Ambas reíamos y yo celebraba que aceptase, cosa que siempre era fácil de conseguir porque Gala no solo era reservada, sino también muy cabezona.

—Es el viernes a las ocho en casa de Leo—dije ya una vez que habíamos salido de la clase y caminábamos a la salida, ya que eran las dos de la tarde y podíamos irnos a casa—El chico de la clase de pronunciación.

—¿Cómo te sabes ya los nombres de todos?—preguntó sorprendida—Solo llevamos dos semanas de clase.

—Tú eres quien atiende y yo quien no, ahí está tu respuesta—le guiñé un ojo y reímos en lo que subíamos a su coche.

El camino a mi casa fue rápido —por suerte—, ya que no había mucho tráfico y era raro, a las dos y media de la tarde la mayoría de niños salen del colegio y los adultos de trabajar, es un caos.

Me despedí de Gala y sentí el motor de su coche arrancar y salir de la calle. Anduve hasta la puerta de mi casa y al abrirla, me quedé helada y clavada en la misma entrada al ver quién estaba sentado a la mesa junto a mi madre.

—Tara, por fin llegas—dijo, levantándose para recibirme con una sonrisa. Yo, al contrario, la miraba con confusión, pura rabia—Deja la mochila en tu habitación y baja, tenemos visita.

El señor Kaulitz y la mujer rubia, su novia o mujer, lo que fuese.

—¿Qué es esto..?—fue todo lo que pude decir con la mirada clavada en el profesor, sentado en lo que le daba sorbos a un botellín de cerveza.

Él no me había visto, o al menos hasta ese momento. Se giró y nuestros ojos se encontraron. Su mirada no parecía decir gran cosa pero tampoco es que me importase. Sin embargo, la mía gritaba miles de cosas y ninguna buena.

Oficialmente habían pasado dos semanas desde el comienzo de clases —incluyendo desgraciadamente las clases de alemán con el insufrible señor Kaulitz— y la cosa no había mejorado lo más mínimo.

No estaba interesada en la asignatura o en él. Aprovechaba sus horas para ponerme al día con las demás clases o simplemente para subir cosas a mis redes sociales. Él lo sabía y como era de esperar, buscaba llamar mi atención para ridiculizarme porque era evidente que nunca sabía la respuesta a sus estúpidas preguntas. No me había dado más avisos pero en todas las clases me preguntaba, no me ignoraba como haría cualquier otro profesor cuando está cansado de que un alumno no haga ni caso en sus clases.

—Vale—le respondí a mi madre por lo bajo, manteniendo la mirada fija en el señor Kaulitz.

Dejé la mochila en mi habitación y aproveché ese momento para escribirles a Gala y a Greg, quienes no tardaron en escribir.

"No sé qué estará más bueno, si el plato o él"

No pude evitar reír al leer la respuesta de Greg, la cual era obvia. Gala, por otro lado, respondió algo más razonable.

PROFESSOR KAULITZ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora