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—Me vas a explicar ahora mismo qué es lo que está pasando con la apuesta—gruñó Chelsea, acorralándome contra la pared de los baños—¿Por qué me da la sensación de que hay algo que no estás contando, Tara?

Os estaréis preguntando cómo hemos llegado a esta situación.

Chelsea, durante estos últimos tres días no ha parado de escribirme en busca de explicaciones. Mi respuesta era la misma; no va a caer. Era mentira, por supuesto, no pensaba decirle la verdad.

Pensaba proteger a Tom.

—No estoy ocultando nada, joder—aparté su mano de mi hombro, que me mantenía contra la pared—No va a caer, te lo he dicho mil veces.

—Se te acaba el tiempo—susurró cerca de mi rostro—Y todavía no sabes lo que pasará si no ganas, Tara.

Dicho, salió del baño y me dejó allí sola, confundida y desconcertada. Maldita pija, ¿qué cojones tenía contra mi? Me miré al espejo para comprobar que no me había despeinado demasiado por la brusquedad del momento y salí, encontrándome con Gala justo de frente.

—Aquí estabas—exclama, suspirando—Te he estado buscando un rato.

—Estaba hablando con Chelsea—contesté con desdén, agarrando los asas de la mochila en lo que caminábamos.

—¿Qué quería?—su tono cambió radicalmente. No le caía bien y lo sabía, a mi cada vez me daba peor espina y trataba de esquivarla lo máximo posible.

Y hoy ha sido imposible.

—Saber sobre la apuesta—suspiré, rodando los ojos. Gala bufó, apoyando una mano en mi hombro—Y no va a pasar, está casado.

Casado, pero follamos en secreto.

—No deberías haber aceptado—comentó, haciendo de madre como a veces solía—Todo esto era una locura.

Yo también lo pensaba a veces, otras simplemente agradecía haberlo hecho porque ahora tenía el mejor sexo a escasos metros de distancia y con quien menos esperaba, mi profesor de alemán.

Entramos en clase, acercándonos a Greg —quien ya nos había guardado dos sitios a su lado—.

—Vaya cara traes—me dijo con una sonrisa ladeada—¿Has dormido algo?

—Sí—contesté en lo que me sentaba y dejaba la mochila sobre la mesa—Son otras cosas.

—La víbora de Chelsea y su dichosa apuesta—comentó Gala por mi.

—Si se muerde la lengua se envenena—bufó Greg, a quien tampoco le terminaba de adorar a Chelsea.

La clase comenzó y desconecté al cabo de los minutos. Tenía en mente la conversación con Chelsea y sobre todo, el final de esta.

Se te acaba el tiempo. Y todavía no sabes lo que pasará si no ganas, Tara.

¿Desde cuándo una apuesta tan tonta se había vuelto tan seria?

Saqué el cuaderno y comencé a dibujar cosas sin sentido para matar el tiempo, ya que aún faltaban veinte minutos para que acabase la clase y se me estaban haciendo eternos.

—Tara—me susurró Gala a mi lado—Presta atención, es para el trabajo.

¿Trabajo? Lo que faltaba.

—Sí—respondí, sin tener la mínima intención de prestar atención realmente. No estaba de humor para ello.

—Esta tía es una sosa—se quejó Greg por lo bajo, rodando los ojos con disimulo—Qué coñazo de clase.

PROFESSOR KAULITZ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora