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Me puso de espaldas a él, inclinando mi espalda para apoyar mi abdomen sobre el escritorio. Sonreí sabiendo lo que quería hacer y no pensaba oponerme.

Le sentí pegar su cadera desnuda contra mi culo, abriendo mis piernas lo suficiente para que no le molestase. Cogió el condón sobre el escritorio y lo rasgó, colocándoselo rápidamente.

—Ahora vas a ser buena—susurró con esa voz grave que tanto me ponía—Y vas a gritar para que te oiga bien.

Lo que él quisiera.

—¿Entendido?—emití un sonido de afirmación, sumergida en mucha excitación—Creo que no te oigo, Tara.

—Sí, señor Kaulitz—jadeé cuando su mano se coló entre mi cuerpo y la madera para agarrarme un pecho, apretándolo con cierta violencia.

Su mano seguía apretando mi pecho mientras que con la otra guiaba su polla hasta mi entrada, haciéndome sentirle directamente.

No podía verle ya que estaba an mis espaldas, pero no me hacía falta. Sabía que tenía la boca entreabierta y el sudor recubría su frente.

Tal y como a mí me gustaba.

—Estás tan jodidamente mojada—jadeó al sentir la punta recubierta por el látex mojarse con mis fluidos—Joder.

Y sin previo aviso, empujó sus caderas contra las mías, embistiéndome brutalmente y de un tirón.

—¡Tom!—grité, apretando los puños y rodando los ojos, abriendo parcialmente la boca en una expresión de infinito placer.

La sentía entera, toda en mi interior y dando en todos los lugares correctos.

—Tara—gimió, comenzando a salir y entrar en mi con un ritmo animal—Qué gusto, joder.

Mordí mi labio, lanzando gemidos agudos y repetidos en lo que mi cuerpo se movía hacia adelante y hacia atrás sobre la mesa bajo mi cuerpo y que me sostenía.

—¡Sí, sí!—lloriqueé, sintiendo sus testículos chocar contra mi cuerpo en cada embestida—¡Así, Tom!

Estaba en el mismo puto cielo.

Su mano pasó de estar en mi pecho a estar en mi pelo, agarrándolo en una coleta y tirando de ella hacia abajo, echando mi cabeza hacia atrás.

Cada vez era más brusco, más animal. Como a mí más me gustaba.

De un tirón de pelo, hizo que mi cuerpo se incorporase hasta quedar mi espalda pegada a su pecho. Llevé mis manos a su cuello, abrazándolo y dejando que apoyase su barbilla en mi hombro. Seguía penetrándome, agitando mi cuerpo con cada golpe.

Estaba a punto, necesitaba correrme.

Gritaba y gritaba, extasiada y con el orgasmo a la vuelta de la esquina. Tom jadeaba en mi oído, intercalándolo con gemidos graves y mordiscos en el lóbulo.

—Me voy a correr—gemí, sin poder aguantarlo más.

—Yo también—jadeó, dejando un beso en mi sien—Aguanta un poco, preciosa.

Aceleró un poco más sus embestidas para que el orgasmo llegase antes, haciéndome rodar los ojos por el placer.

—¡Sí..! ¡Tom, sí!—grité, notando como esa gustosa e increíble sensación me barría y mis flujos le bañaban al salir y entrar en mi.

PROFESSOR KAULITZ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora