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—Nos toca alemán—dije con desdén, cansada y con pereza. No pude evitar bostezar acto seguido, llevándome la mano a la boca.

Caminábamos a través de los pasillos de la universidad, buscando la clase. Era nuestro primer año y efectivamente, nuestro primer día. Gala, al contrario que yo, había dormido muchas más horas y sentía euforia por empezar esta nueva etapa. Éramos la noche y el día, el blanco y el negro.

—Venga, espabila—se quejó, dándome un leve golpe en el hombro—Es nuestro primer día y tenemos que poner interés o no entenderemos nada.

—He dormido dos horas—repliqué algo malhumorada. Estaba agotada y apenas había desayunado, estar en la universidad era lo que menos me apetecía—No sé siquiera cómo no me he echado a dormir en un banco.

—Dicen que alemán es difícil—dijo, ignorándome por completo. Rodé los ojos y esbocé una sonrisa débil—Que el profesor es duro.

—El profesor seguramente tenga ochenta años y esté a punto de decirnos adiós a todos—comenté con indiferencia en lo que ambas entrábamos al aula 2A, donde se impartía la clase de alemán.

Una imponente figura alta y visiblemente fibrosa bajo el traje estaba frente a la pizarra, de pie y de cara a los pocos alumnos que habían llegado antes que nosotras. Se giró cuando entramos, clavando sus ojos marrones en nosotras.

—Bienvenidas, sentaos.

Su voz no era especialmente grave pero si lo suficiente para ser imponente. Tanto Gala como yo nos sentamos en primera fila, ya que el resto de asientos en las zonas más alejadas estaban ocupados. Genial, ahora estaba obligada a prestar atención. Resoplé una vez sentada y deje la mochila sobre la mesa, sin sacar siquiera la tablet para tomar apuntes.

—Bueno, creo que no tiene que llegar nadie más—dijo finalmente, acabando con el sinfín de cuchicheos que llenaban la clase. Cerró la puerta y se volvió a colocar frente a nosotros, manteniendo una mirada firme—Soy el señor Kaulitz, vuestro profesor de alemán.

—Que me enseñe alemán en la cama—le oí decir a la chica detrás de mí. Rodé los ojos, cruzándome de brazos y apoyándome en el respaldo de la silla.

Lo analicé. No era feo, por supuesto que no. Ni siquiera se podía decir que era viejo. Pasaba los veinticinco, pero no llegaba más allá de los treinta y uno. Tenía barba y normalmente, es un rasgo que suelo odiar de los hombres pero, no me disgustaba en él.., como los piercings. Tenía uno en el labio, bastante visible. Pensaba que los profesores de universidad no tenían permitido tatuajes o piercings, pero veo que estaba equivocada. Sin embargo, le queda bien.

—Algunos habréis dado alemán antes—comenzó a decir, paseándose ligeramente por el pasillo central de la clase, entre las dos filas de mesas y sillas—Otros no. Bueno, empezaré desde un nivel cero, para que todos tengáis la oportunidad de ir al mismo ritmo.

Qué considerado. Apoyé mi barbilla en la palma de mi mano, aburrida. Me dispuse a mirar alrededor de la clase, perdida en todo el cansancio que tenía. Los techos eran altos y se notaba que era un edificio antiguo por la cantidad de telarañas en las esquinas y los ventanales de madera.

—Señorita, ¿está usted aburrida?—desperté del trance, quitando la mano de mi barbilla y elevando mi mirada hasta encontrarme con él—Le estoy haciendo una pregunta.

Podía oír las voces tenues de mis —por desgracia— compañeros de clase susurrar cosas, impresionados por lo que estaba pasando. Me limité a mirarle fijamente, sin decir nada. Era obvio que le estaba retando y no me importaba, estaba muy cansada para todo esto y no había hecho nada malo, ¿no?

PROFESSOR KAULITZ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora