Capítulo 4

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Violeta las lleva a su apartamento, a unas pocas manzanas de distancia. Chiara se queda atónita al descubrir que vive en un moderno y lujoso edificio con portero.

—¡¿Vives aquí?!

Violeta se quita el abrigo, lo cuelga y avanza por el pasillo hasta su amplio salón.

—Sinceramente, es sobre todo por comodidad. No es mi barrio favorito, un poco desangelado y concurrido, pero está cerca del trabajo. ¿Vas a entrar?

Lentamente, Chiara se quita el abrigo, todavía boquiabierta ante su entorno.

—¿Puedo...? —levanta un dedo, haciendo un bucle en el aire.

—Adelante. Mira todo lo que quieras.

Chiara examina el terreno. La entrada se abre a un largo pasillo. A la izquierda, hay un espacioso salón-comedor con ventanas del suelo al techo. Al otro lado del pasillo hay una cocina moderna, con encimeras costosas y brillantes, y un equipo elegante e inoxidable. Y un lavavajillas. La cocina da paso a un pasillo que conecta el comedor/sala de estar con un estudio antes de volver a ese largo pasillo de la entrada. En el otro extremo de ese largo pasillo hay dos dormitorios, uno principal y otro más pequeño.

—¿Está tu compañero de piso aquí?

—No tengo compañero.

Es lo más sorprendente que le ha dicho Violeta en toda la noche. Chiara la mira fijamente, sintiendo que su cerebro está a punto de sufrir un cortocircuito.

—Vives en un piso de dos habitaciones. En el centro de la ciudad. Con portero. Sola, —reitera, tratando de sonar tranquila pero pareciendo un poco histérica—. Dios mío, tienes lavadora y secadora aquí, ¿no?ㅤㅤ

—Chiara —responde Violeta, con serenidad pero con firmeza—. Ven aquí.

—Me da miedo sentarme en tu sofá. Probablemente vale más que los ahorros de toda mi vida.

—Siéntate en mí entonces.

Ni siquiera Chiara, que se siente atraída por el lujoso sofá, diría que no a eso. Se acerca a la pelirroja, subiéndose encima y sentándose a horcajadas en su regazo. Pasa los brazos por los hombros de la esta, rodeando su nuca con las manos. Se encuentra mirando fijamente a los impresionantes orbes color avellana, la vista es tan impresionante que casi puede sentir que le duele el pecho.

—Hola —susurra.

—Hola, —le susurra Violeta mientras sus dedos se entretienen y bailan en el borde de la camisa de la inglesa.

Es esta quien cierra la brecha entre ellas. Se besan lánguidamente, con indulgencia, sin prisas, con lenguas cálidas que se deslizan y exploran suavemente. Violeta da el primer paso bajo la ropa, deslizando su mano por debajo de la camisa de Chiara para acariciar la longitud de su torso. La pelinegra jadea contra la boca de Violeta cuando siente que una mano le acaricia el pecho.

—Chiara... —murmura la andaluza contra unos labios fervientes.

—¿Sí? —responde mientras dirige su atención al cuello de Violeta.

La pelirroja deja caer la cabeza contra el respaldo del sofá, apretando los ojos mientras se esfuerza por recordar lo que quiere decir.

Entre jadeos agudos que se corresponden con la suave succión de Chiara en su cuello, consigue decir:

—Sabes que está bien si no pasa nada, ¿verdad? No... no quiero que pienses que tienes que hacer algo sólo porque has venido a casa conmigo o porque yo lo quiero o... o porque Nicole lo quiere.

Chiara se retira ligeramente, mirando a Violeta con perplejidad.

—Bueno, yo soy la que está encima de ti, así que ¿qué te dice eso?

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