Capítulo 28

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El día siguiente es sábado, y para celebrar la libertad de su pie, Chiara quiere pasar todo el día fuera.

—Bien, ¿a dónde? —pregunta Violeta.

—No lo sé. Salgamos fuera y veamos qué vemos. Sólo quiero caminar.

—De acuerdo, si eso es lo que quieres —dice la reportera, un poco desconcertada—. Pero pensé que estábamos celebrando. No veo cómo pasar un día fuera es especial.

Sin dudarlo, Chiara responde rápidamente:

—Porque lo estoy pasando contigo.

No hay nada que Violeta pueda decir a eso sin meterse en problemas.

Salen al exterior. Eligen una dirección y empiezan a caminar, viendo a dónde les llevan sus caprichos. Desayunan panini y capuchinos en un local de comida italiana; en el centro, se mueven entre la multitud de gente del mercado y los transeúntes. Se detienen para ver a una joven tocar "enchanted" con una viola; y finalmente descansan mientras comen unas bagels de una tienda cercana. Lo hacen en un banco de un parque, charlando sin rumbo, observando a la gente y ahuyentando a las palomas que se acercan como buitres.

Luego se dirigen a un cine. Ven una comedia romántica, y Chiara se queda dormida a los quince minutos. Lo cual es probablemente lo mejor, porque permite a Violeta centrarse en la película en lugar de pensar en besar a la pelinegra sin descanso.

Después de la película, pasean mirando escaparates (aunque la reportera se ofrece repetidamente a llevar a Chiara de compras) y entrando en pequeñas galerías y museos que encuentran por el camino. Acaban cenando en un japonés, donde comen sopa de fideos wonton, melón amargo y carne asadas. Agotadas por el día de caminatas, toman un taxi para volver a casa de Violeta.

—¿Segura que no nos hemos pasado? —Sentada en su sofá, pelirroja tiene los pies de la inglesa en su regazo, masajeándolos.

Chiara, estirada a lo largo del sofá, niega con la cabeza. Está tecleando en su teléfono, haciendo un pedido de galletas de chocolate a domicilio. A pesar de toda la comida que tuvo en la cena, no tomó postre. 

"Si las vacas pueden tener cuatro estómagos, entonces puedo tener un estómago reservado para el postre". "No tienen cuatro estómagos, su sistema digestivo rumiante tiene cuatro compartimentos". "No arruines mis datos divertidos con tus datos reales".

La pelinegra deja su teléfono a un lado cuando termina de pedir.

—No, me sentí muy bien al caminar. Me siento bien. No me duele ya.

Con una sonrisa burlona, Violeta pregunta:

—¿Entonces puedo dejar de masajearte los pies?

—Quizás no me encuentre tan bien —responde Chiara rápidamente. Observa a la reportera en silencio durante un momento, concentrada en masajearla—. Hoy he tenido un día estupendo.

—Yo también —coincide Violeta en voz baja.

—Ha sido... tan increíble. No podría haber deseado un día más perfecto. Y... estoy agradecida por haber podido compartirlo contigo —la chica deja escapar un ligero y feliz suspiro—. Ojalá todos los días pudieran ser como hoy.

—Bueno, no sé si todos los días —comienza la pelirroja lentamente—. Pero... podríamos tener más días como hoy si quisieras —Sus manos dejan de moverse y se detienen en los tobillos de Chiara. La mira a los ojos—. Podríamos tener más días como este la semana que viene. O el mes que viene. El próximo año o... incluso indefinidamente.

—¿Indefinidamente? —La confusión nubla la expresión de la pelinegra.

—Indefinidamente —confirma Violeta. 

Lo cual no ayuda mucho porque sólo está repitiendo lo que ya ha dicho.

Pero Chiara empieza a darse cuenta de todos modos, o al menos se permite esperanzarse. Con los ojos clavados en la pelirroja, buscando desesperadamente cualquier indicio, dice:

—Necesito que uses más palabras.

—Me gusta estar contigo, Kiki. Me gusta tanto que creo... —De repente, Violeta se da cuenta de que Chiara no tiene toda la información que debería tener. No le había hablado de Julia. Eso debería ser lo primero—. Permíteme retroceder. Julia vino a verme ayer.

Está claro que no es la dirección que la ojiverde esperaba que tomara, y el cambio inmediato en su semblante lo dice.

—¿Qué quería?

—Pedir disculpas. Por su comportamiento cuando estábamos juntas. Al parecer, está yendo a terapia.

Sabiendo que debe haber más, Chiara pregunta en voz baja:

—¿Eso es todo?

—No. Ella... dijo que me echaba de menos —Violeta se muerde el labio inferior, preguntándose cómo va a caer la siguiente parte—. Y... me besó.

Al oír eso, Chiara retrocede instintivamente, alejándose de la reportera.

—¿La besaste?

—¡No! Ella me besó a mí —corrige.

—Ya veo.

—No, Kiki. No lo ves —la reportera se acerca y le coge la mano. La pelinegra la deja, pero no le devuelve el agarre—. No debería haber dejado que pasara.

Chiara ya está tratando de desviar la culpa.

—No, Violeta, no me debes nada...

La mencionada le aprieta la mano con firmeza.

—Pero tal vez quiera hacerlo.

La inglesa la mira fijamente, asombrada, insegura y con un poco de miedo.

—Más palabras, por favor —dice entre dientes.

Y Violeta finalmente se arma de valor.

—Kiki, yo...

La interrupción no deseada es el timbre de la puerta de Violeta.

Chiara mira hacia la puerta.

—Mis galletas —dice, bajando los pies al suelo—. Sólo será un segundo.

—No, tú descansa. Yo lo haré —Con una mano en el hombro de la pelinegra, Violeta la empuja de nuevo en el sofá.

Se dirige a la puerta, deteniéndose brevemente para coger una propina en efectivo de su bolso sobre la mesa del comedor.

Mientras se dirige a la entrada, su mente está preocupada por pensamientos sobre su próximo movimiento. El ajedrez es su juego favorito. Requiere una planificación minuciosa y metódica, y Violeta aplica esa habilidad a todos los demás aspectos de su vida.

Piensa en lo que va a decir, eligiendo las palabras adecuadas para lograr un equilibrio (tal vez inexistente) entre "por favor, quédate conmigo, te amo" y "está bien decir que no, podemos seguir siendo amigas".

Con cada paso que da hacia la puerta de entrada, su mente evalúa, hace estrategias, analiza, como si pudiera planificar su camino en torno a una relación de la misma manera que puede hacerlo en un tablero de ajedrez.

Pero esto no es ajedrez. Y no había planeado, no podía haber planeado esto.

Cuando abre la puerta, se encuentra con una cara familiar que nunca ha visto en persona.

—¿Nicole?

***

Oh, no...

Oh, no

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