Capítulo 25

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Esa misma noche, la ucraniana se reúne con su novio en el apartamento de Chiara y entre los dos le hacen la maleta. Toman el metro y se dirigen a la casa de Violeta.

En el ascensor del lujoso piso, Omar comenta:

—Te estás tomando todo esto sorprendentemente bien.

Ruslana se encoge de hombros.

—Ya sabes lo que dice el refrán. Puedes llevar el perro al agua; pero no puedes hacer que ese perro tonto se dé cuenta de que está enamorado de Violeta.

Omar se ríe ante los inventos de su chica.

—Cierto, pero Chiara se va a mudar con ella. Incluso yo encuentro eso extremo. ¿Qué están haciendo?

—Se van a mudar juntas. Como amigas. Y un día, van a planear una boda juntas y se van a casar como amigas. Entonces probablemente conseguirán una hipoteca de amigas, adoptarán un montón de bebés, celebrarán las bodas de oro como amigas, se jubilarán juntas... Y finalmente serán enterradas en la misma parcela. Como amigas, por si no ha quedado claro.

—No eres nada seria.—señala Omar—. No tendrían hipoteca. Violeta le compraría a Chiara una mansión por su aniversario de amigas.

Cuando llegan a la puerta principal de la reportera, se encuentran con el dulce olor de galletas horneadas impregnando el pasillo. Al entrar, ven a la inglesa cómodamente tumbada en el sofá. Está debajo de una manta, con el pie lesionado apoyado, y con una inmensidad de tabletas de chocolate y golosinas en la mesita de al lado.

—Parece que te has adaptado perfectamente —observa la ucraniana mientras deja la maleta de la pelinegra junto a la puerta principal.

La mencionada ofrece una patética defensa:

—Vivi me ha traído todo esto.

Justo en ese momento, la mencionada aparece con un plato de galletas de chocolate calientes, recién salidas del horno. Las ofrece a sus invitados.

En voz baja, Ruslana murmura:

—Ah, que también hornea. Por supuesto que sí —Pero coge una galleta y le da un mordisco. Con una mirada contrariada, le dice a la chica—: Están buenísimas.

La motrileña, que no está acostumbrada a los cumplidos de Rus, sonríe.

—Gracias, Ruslana.

La pareja se queda un rato más, haciéndole compañía a la ojiverde y comiendo galletas.

Pero Chiara ha tenido un día muy largo con el rescate del gato y todo eso. Es evidente por la forma en que se hunde en el sofá, con los párpados caídos, apenas reprimiendo un bostezo tras otro. Así que Omar y Ruslana se despiden pronto para dejarla descansar.

—Kiki, vete a la cama —ordena Violeta en un tono que no admite discrepancias—. Yo limpiaré y te llevaré tus cosas.

Demasiado cansada para protestar, la inglesa cojea por el pasillo con sus muletas. Al final de este, se detiene en el hueco que hay entre el dormitorio de la reportera y la habitación de invitados. 

De repente, no sabe a dónde ir. Cada vez que se ha quedado a dormir, ha sido en la cama de Violeta, por la razón de que se quedaban dormidas después de tener sexo. Esto es diferente. 

Ahora vive aquí, al menos durante el próximo mes. No tiene ni idea de si la pelirroja quería compartir su cama todo ese tiempo o si quería que se quedara en la habitación de invitados. Eso es, después de todo, lo que ella es. 

Una invitada.

Se queda allí durante un rato, atrapada en la indecisión, hasta que Violeta la encuentra allí.

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