Capítulo 12

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Violeta se encuentra con que llega tarde a la fiesta, a pesar de que había programado minuciosamente las alarmas y comprobado obsesivamente la hora para asegurarse de que saldría del apartamento a tiempo. Sin embargo, el tráfico era intenso y su Uber estuvo parado veinte minutos. Esto no ayuda a calmar sus nervios, que ya están a flor de piel.

Se dice a sí misma que no es un gran problema encontrarse con los otros amigos de su amiga. Es una reunión social normal y corriente. Lo ha hecho docenas de veces.

El coche la lleva a una parte de la ciudad en la que nunca ha estado, lo cual no es una gran hazaña, dado lo poco que sale. Aquí los edificios son de tamaño razonable en lugar de tamaño de rascacielos. 

Ruslana vive en una calle llena de casas adosadas, y su apartamento está en el segundo piso de una casa beige de dos plantas. Hay un hombre mayor y corpulento sentado en los escalones que conducen a la puerta principal, fumando un cigarrillo y ladrando a su teléfono móvil en una mezcla de inglés y griego. Mira a Violeta cuando se acerca, la mide y la clasifica en tres segundos. Mueve el pulgar por encima del hombro.

—Romeo y Julieta están ahí arriba.

Violeta atraviesa la puerta principal sin llave y sube las escaleras hasta el segundo piso, cuya puerta está ligeramente entreabierta. Se encuentra con un apartamento abarrotado de invitados. O mejor dicho, así se siente porque sólo hay doce personas, pero se siente apretada en un apartamento pequeño. Tampoco ayuda que todos la miren al entrar. Menos mal que pronto la saluda una cara conocida.

—¡Juanjo!

Balanceándose ligeramente, Juanjo la saluda con un abrazo.

—¡Mi jefa!

—¿Estás borracho? No llego tan tarde, ¿verdad?

Una chico bajito aparece al lado de Juanjo, rodeando su torso con el brazo para estabilizarlo.

—No lo está aún, solo se marea un poquito.

—Martin —adivina Violeta.

Martin sonríe alegremente.

—Y tú eres Violeta. Es un placer conocerte por fin. He oído cosas muy buenas. Tanto de Juanjo como de Chiara.

Como siempre, este tipo de cumplidos desconcierta a Violeta. La hace sentir expuesta. Inadecuada.

Está forzando una sonrisa y un agradecimiento cuando siente que unos brazos la rodean por la cintura. Cuando voltea, es recibida por Chiara besando su mejilla, y su corazón se inunda de gratitud y alegría. Ella le devuelve los besos en la mejilla. Con el rabillo del ojo, cree ver una sonrisa de Martin.

—Me alegro mucho de que hayas venido —dice Chiara, como siempre que ve a Violeta.

—Yo también.

—Vamos, deja que te presente a todos.

Además de Juanjo y Martin, están Paul y Álvaro, que la saludan chocando los cinco y medio abrazándose como si ya fueran amigos. Están Lucas y Naiara, que trabajan con Ruslana. Son un poco distantes pero cordiales. 

Está Omar, que inmediatamente le da a Violeta una copa de champán antes de salir corriendo a prepararle un plato de queso. Están otros estudiantes de la esmuc.

Y luego está Ruslana.

Violeta no es una mujer que se acobarde fácilmente. Se ha enfrentado a niñas odiosas de los internados, se ha enfrentado a hombres hostiles en las salas de juntas y no es conocida por retroceder o echarse atrás. Pero ahora, ahí está la mejor amiga de Chiara, apoyada en la encimera de la cocina con una cerveza colgando de los dedos; su postura es relajada y despreocupada, pero hay un brillo acerado e inquietante en sus ojos mientras estudia a Violeta.

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