Capítulo 20

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—¡¿Qué?! Fueron muy populares en su día. ¿Cómo es que nunca has oído hablar de ellos? ¿Zayn Malik? ¿Harry Styles? ¿Niall Horan? ¿Te suena?

La pelirroja se encoge de hombros despreocupadamente.

—Me suena vagamente, pero no sé. Supongo que todos tenemos nuestros defectos. ¿Debería buscarlos?

—Oh, definitely —dice la medio inglesa rápidamente—. No puedes escuchar solo a Beyonce.

Su conversación se interrumpe entonces, por una voz que suena.

—Violeta?

Aunque a Chiara no le resulta familiar, está claro que a la otra chica si, que se pone inmediatamente rígida.

La pelinegra encuentra el origen de la voz. La mujer es delgada, con una figura imponente. Su postura perfecta, combinada con la expresión altiva de su rostro de modelo, le confieren un aura de realeza, a pesar de que lleva un vestido ceñido que deja ver sus numerosos tatuajes.

—Julia —saluda Violeta. Su voz es firme y fría, pero la ojiverde nota que junta las manos ante ella, algo que sólo hace cuando está nerviosa.

La rubia también lo sabe. Sus ojos se dirigen a las manos entrelazadas de su ex y sonríe con satisfacción.

—Tienes buen aspecto —Recorre con la mirada el cuerpo de la pelirroja— Muy bueno.

La pelinegra se aclara la garganta, se acerca y enlaza su brazo con el de Violeta.

—Hola, soy Chiara.

La mirada que Julia le dedica es superficial, despectiva, y hace que la menorquina se sienta como la cosa más pequeña del mundo. Vuelve a centrar su atención en la pelirroja, ignorando por completo la existencia de la otra. 

Y tal vez Chiara podría estar bien con eso, pero entonces Julia mira a la mayor así. Como si supiera exactamente qué aspecto tiene Violeta debajo de ese vestido negro y estuviera reviviendo el recuerdo con vívido detalle. Y eso desencadena un sentimiento dentro de Chiara, un sentimiento que no está acostumbrada a sentir: una rabia ciega al rojo vivo. 

Da un paso reflexivo hacia delante, dispuesta a regañar a esa mujer y a su vulgar mirada. Entonces siente el contacto de la pelirroja, que cubre la mano de la inglesa con la suya, apretando suavemente, tranquilizándola. 

Y se tranquiliza, decidiendo que es un asunto que debe manejar la mayor.

Julia, todavía con esa mirada depredadora, le dice a Violeta:

—¿Cómo estás, cariño?

—Bien, gracias —contesta con cortesía y distanciamiento—. ¿Y tú?

—Mejor ahora —La comisura de los labios de la rubia se levanta en una media sonrisa—. Me sorprende verte aquí. ¿No has visto esta obra?

—Salida de negocios —dice la motrileña con rotundidad, claramente desinteresada en prolongar la conversación.

Lejos de disuadirla, Julia sólo parece intrigada por la reticencia.

—Pobrecita. ¿Sigues con la agenda? Me gustaría que no te esforzaras tanto. Te vendría bien divertirte un poco. Relájate. Afloja un poco.

—Gracias por tu preocupación —la pelirroja sonríe, pero su tono es un poco tenso.

Julia pone los ojos en blanco.

—Cariño, no seas así. Sólo estoy preocupada por ti.

Con frialdad y una pizca de rencor, Violeta responde:

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