2. Castigos.

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NARRADOR.

La hermana María Teresa, directora del carísimo internado, vio las cabezas de todo el alumnado de dieciséis años en varias filas justo en la entrada y desde el gran espacio justo en el centro de las escaleras, zona que las dividía en dos, saludó alto y claro a los jóvenes y se presentó para que los nuevos se ubicaran y no tuvieran problemas antes de comenzar con la explicación sobre las normas del centro y las nuevas "extraescolares" que tendrían gracias a que unos padres habían donado una gran cifra para que sus hijos y compañeros vivan en mejores condiciones. Ruslana estaba en medio de un chico que portaba un crecido y distinguido bigote arriba de su labio a pesar de ser tan joven y a su derecha una chica un poco más baja que ella y con abundantes rizos que le cubrían la cabeza.

– El listado de normas es sencillo y cabe recordar que esto no es una cárcel, es un internado como cualquier otro. Los alumnos que están de vuelta las conocéis y ya sabéis cómo se trasmiten: primero os explicaremos las nuevas actividades que tenéis a vuestra disposición todas las tarde y os podréis ir a vuestra habitación, ordenar vuestras maletas y por los altavoces repartidos por el centro diremos las reglas.

– Las nuevas actividades se engloban en grupos como: deportes, música y arte. Disponemos de una nueva aula para juegos de mesas y tardes de ajedrez, también una pista a estrenar donde podrán practicar fútbol, baloncesto o atletismo. Algunas tardes podrán disfrutar de clases de guitarra y piano con un nuevo profesor y también de clases de dibujo – la mano derecha de María Teresa, como era Virginia, comenzó a explicarlo mientras ojeaba el papel donde indicaba toda la información necesaria.

– Todo esto gracias a los padres de una alumna muy querida aquí, si tenéis que dar las gracias que sea a Chiara Oliver – fue lo último que tuvo que decir la directora, palabras llenas de orgullo sobre aquella niña de mami y papi que Ruslana desconocía totalmente.

La pelirroja no se quedó atrás cuando vio a un gran porcentaje de los jóvenes girando su cabeza para mirar a la misma chica que Ruslana había visto fuera, la pelinegra de gafas que aún vestía con su propia ropa y con las mejillas teñidas de rosado por la vergüenza momentánea.

– Pueden retirarse a sus habitaciones – indicó la subdirectora y rápidamente se pusieron en marcha para tomar sus maletas y subir las escaleras.

La ucraniana no se movió de su sitio, se dedicó a observar desde abajo el mecanismo que tenían; ambos géneros subieron por las mismas escaleras, las de la derecha, pero solo las chicas se adentraron por el pasillo de la derecha, en cambio los chicos caminaron hacia un pasillo recto que estaba justo en el centro y se perdieron por ahí junto a los niños. Cuando estuvo cara a cara con la puerta de madera, golpeó sus nudillos y la abrió lentamente cuando obtuvo una respuesta positiva para entrar. Vio a la misma chica que había estado a su lado en la fila de espaldas y transportando su ropa de la cama a su parte del armario, cosa que le molestó, no la había esperado para elegir y pronto su rostro cambió a uno más duro y no tardó en dirigirse a la rizada.

– ¿Has elegido ya parte del armario? – preguntó con un tono molesto que hizo girar a la chica; se veía amable y respetuosa, pero eso no le paró los pies a Ruslana.

– Esta habitación es mía desde hace un par de años, pensé que te lo habrían dicho. Esa es mi cama y esta mi parte – fue indicando con su dedo índice cada parte que decía, hablando con mucha calma y sin querer entrar en polémica. Ruslana incluso con una camisa y corbata seguía teniendo su apariencia ruda.

– Pues no, no me han dicho nada. En este puto internado no sabéis hacer las cosas y encima será mi culpa, ¿no? – el enfado de Ruslana comenzó a incrementar debido al cúmulo de sucesos que tenía en su mente; la presentación con la hermana María Teresa y que le quitaran su móvil, con el cual contaba para comunicarse con su grupo de amigos, cosa que ya podría estar descartando.

Amén - Ruski Donde viven las historias. Descúbrelo ahora