25. Panchyshyna y Hódar.

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NARRADOR.

– He estado escuchando lo que le pasó a Kiki con el piano. Pobrecita, mi kiki no se merece eso –se lamentó la tatuada delante de Bea y Ruslana. Las únicas que sabían lo que había pasado eran Bea, Violeta, Salma, Ruslana y Chiara y ahora también lo sabía Naiara y seguramente medio internado en cuanto salgan por la puerta del baño.

Naiara no pudo evitar sentirse mal por la medio inglesa, no la consideraba una amiga, pero sabía cuando alguien era buena persona y Chiara Oliver era un sol.

– Sé que te va a dar igual lo que te pida, pero esto tiene que quedar entre nosotras. Si se enteran y van cuchicheando por ahí se va a sentir el triple de mal y no es justo –le pidió Ruslana con total sinceridad, con la mano en el corazón y las facciones del rostro sin ningún rastro de su típica chulería.

Era consciente de que por Kiki era capaz de ser una pija más, de mover cielo y tierra y de plantarle cara al que sea.

– Tranquila, no tengo interés en ir gritándolo por ahí. No soy la única enterada, así que lo siento, pero dudo que esto no salga de aquí –Naiara también fue sincera y pacífica. Señaló a sus espaldas, donde tres chicas murmuraron cosas y se supo de inmediato el tema de conversación que era–. He oído algo de pintura, ¿verdad?

– Exacto, unos botes de pintura –respondió la ucraniana.

– Lo que os voy a decir que no salga de aquí. Ayer Salma y Violeta aparecieron en mi habitación, solo me
hablan cuando necesitan algo de mí y esta vez no iba a ser diferente. Yo fui dos años ayudante con las obras de teatro y tengo una copia de las llaves del almacén de arte; hay disfraces, decorado y mucha pintura.

– ¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo? –a la pelirroja no le costó unir hilos y saber por dónde iban los tiros. Salma y Violeta habían sido las culpables de que Chiara no pudiera ni mirarla a la cara.

– Me temo que sí, Ruslana. Me pidieron la llave y se las di aunque no me dieron ninguna explicación razonable. Si llego a saber que era para eso no les entrego nada y las mando a su habitación –siguió explicando la chica tatuada, que no podía evitar sentirse cómplice de aquella broma y la culpabilidad habitó en su mente por unos días–. Lo siento, tías, pero solo sé eso y estoy muy segura de que han sido ellas. Aunque me cuesta entender el por qué, Chiara y Violeta son mejores amigas, ¿no?

– ¡Hija de puta la pelirroja de bote! ¡No me lo puedo creer! –la ucraniana comenzó a andar con pasos decididos, rápidos y enfadados hacia la salida del baño– ¡Apartaos que quiero pasar! –le chilló a las jóvenes que hablaban delante de la puerta y con malas caras se apartaron asustadas; no estaban acostumbradas a que nadie les hablara así.

– Muchas gracias, Nai. Te debemos una, de verdad –Bea habló atropelladamente e intentó copiarle el ritmo a su amiga. Estaba más que claro que Ruslana iba directa a plantarle cara a Violeta, desde que la conocía tenía ganas de meterle un puñetazo y verla en el suelo.

Para la rizada fue casi imposible llegar a su lado, recorrieron todo el internado y cogieron curvas como pilotos de carreras profesionales o como en Mario Kart, esquivando a personas como si fueran cáscaras de plátanos.

Por otro lado, concretamente en la zona de las taquillas, Denna, Violeta y Chiara repasaban los puntos más importantes del próximo examen que tendrían. Violeta, con la ayuda de la medio inglesa, puso al tanto de las cosas sucedidas a Denna, que se calló, pero supo que las culpables de todo eran la granadina y la malagueña.

Amén - Ruski Donde viven las historias. Descúbrelo ahora