20. El perro y el gato.

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NARRADOR.

Tras el golpe ensordecedor del portazo con la puerta maciza de la biblioteca, todos los adolescentes quedaron mudos y atentos a la imagen que les ofrecía Violeta y Chiara. Ni siquiera fue un buen beso, ni un beso memorable; fueron dos bocas presionadas con fuerza y sin un ápice de sentimiento. Chiara se quedó paralizada con su postura de espalda recta en cada momento, sin mover los labios y sin dejar de ejercer fuerza con sus ojos cerrados y Violeta relajada, tardando en separarse y olvidando todo lo que la rodeaba. Los gritos animados del alumnado del internado la sacaron de su burbuja, lento y con una sonrisa se alejó de Kiki para volver a sentarse en su sitio, en medio de Lucas y Alex.

Bea, cerró su boca, que se había abierto por la sorpresa y sin llamar la atención se levantó para seguir los pasos de su amiga.

– ¿Ruslana? – habló en un susurro cuando se encontró por los oscuros pasillos de la planta más baja del internado, solo alumbrado por un par de velas colocadas por las dos paredes – ¿Rus? ¿Dónde estás? – siguió caminando echando las mismas preguntas al aire hasta que se adentró al único baño de esa planta y se encontró a la pelirroja apoyada en una de las paredes y se acercó – ¿Estás bien?

– Perfectamente – respondió con frialdad y sin mirar ni siquiera de reojo a Bea.

– ¿Por qué te has ido? – volvió a preguntar la rizada, buscando conectar las miradas y ver cualquier migaja de algún sentimiento que viviera en su cuerpo.

– Estaba abrumada con tanta gente y voy muy borracha – se explicó atropelladamente, dándole a entender a su amiga que todo era una mentira improvisada en el momento.

– Siempre me has estado diciendo que se me da de pena mentir – comenzó a hablar Bea –, pero tú tampoco es que seas una actriz de diez.

– ¿Piensas de verdad que esa pija me va a importar tanto como para hacer un numerito de celos y venir al baño a lloriquear? – más alterada que minutos atrás y recordando el beso de la pelinegra con Violeta, exclamó notando como el calor del cabreo subía desde su cuello a las mejillas – Por favor, Bea, parece que no me conoces, joder.

– Se besan y te vas corriendo como si te fuera la vida en ello – se explicó Bea, colocándose delante de ella y gesticulando exageradamente con las manos –  ¿Qué quieres que piense con lo que acabas de hacer?

– Ya te lo he explicado, ¿no? – preguntó, alzando una de sus cejas y mirando por primera vez a su amiga – Puedes irte tranquila, no estoy llorando ni tengo el corazón roto por una niña de papi.

– No te das cuenta, ¿verdad? – preguntó la rizada, mordiendo su labio inferior y viendo la confusión en el rostro de la pelirroja – De la bobada que acabas de hacer, Ruslana. Agradece que están todos borrachos y entretenidos con el juego ese porque los celos se te han notado desde aquí a China.

– Joder, Bea...– murmuró Ruslana tomando conciencia y notando como el alcohol bajó de su mente borrosa por unos segundos. Se llevó dos dedos al puente de su nariz y lo masajeó sintiendo el mareo establecerse en su cuerpo y bufó soportando las ganas de vomitar – esto está siendo muy duro, de verdad. Son muchas cosas, muchos sentimientos...

– Estar enamorada no es algo malo y creo que deberías entenderlo antes de meterte en un rollo con alguien – la expresión de dureza en el rostro de Bea se suavizó y habló con calma sacando su lado más maternal –. Permítete sentir, quiérele mucho, pero sobretodo bien, bonito y despacio.

Amén - Ruski Donde viven las historias. Descúbrelo ahora