12. Celosa.

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NARRADOR.

Las mesas junto a los taburetes del aula de artes estaban colocadas de una manera que parecían formar una gran "U" con tres filas de dos mesas juntas en medio de esa gran letra formada por las alargadas mesas. Por los grandes ventanales de la clase se colaban de soslayo los típicos rayos de sol que solían salir alrededor de esa hora y los alumnos estaban casi acostados en sus mesas, concentrados en dar las pinceladas correctas en sus láminas con los gruesos y finos pinceles que portaban entre sus dedos. La pelinegra se fijó en su agua, ya oscurecida y sucia por las pinturas coloridas mezcladas, y agarró el tarro cristalino para acercarse a la mesa de la profesora de rizos rubios para pedirle permiso de ir al baño para cambiar el agua. Salió por la puerta del aula, sujetando el tarro con una mano y con otra llevando un mechón travieso de su pelo hacia atrás, apoyándolo detrás de su pequeña oreja.

Sin esperárselo, cruzando una de las tantas esquinas del edificio se cruzó de cara con Ruslana, "no podría ser otra, no, tenía que ser ella" pensó la medio inglesa cuando levantó la cabeza y se cruzó por el rostro de Ruslana, con la boca abierta y las manos en el aire, justo debajo de ella una gran manchada grisácea a la altura de su abdomen y pechos en esa camisa blanca, ya no, impecable.

– Perdona, de verdad, perdón – se disculpó inmediatamente Chiara, esperando que la contraria tuviera una buena reacción, aunque conociéndola ya se preparaba para el primer grito. Dejó el pequeño tarro de cristal en el suelo para lanzarse a ayudar con la mancha a Ruslana, pero ella la paró en seco.

– Ni perdona, ni hostias, niñata – fueron las primeras palabras de la pelirroja, restregando suavemente el líquido de la camisa con su dedo índice –. Estás ciega o qué te pasa.

– ¿Por qué tienes que ser tan borde? – preguntó Chiara – ¿Ni después de eso me vas a tratar mejor? – volvió a hablar, refiriéndose al beso en el baño, cosa que hizo que se ganara una mala mirada de la ucraniana.

– Si es que me lo pones a huevo todo el rato – respondió a la primera pregunta – y deja de hablar del tema, no se puede enterar nadie.

– No hace falta que vayas de tía dura, créeme que me has dejado muy claro que no va a pasar nada de eso – habló.

– Ni en tus mejores sueños, pija.

– O en los tuyos – murmuró la pelinegra –. Mira, ya sé de sobra lo que te pasa.

– Seguro que es súper interesante, claro, pero una pena que no tenga tiempo para quedarme y escuchar tus mierdas – le respondió, fingiendo una sonrisa amable.

– Sé que te gusto y que eres así porque es como tu coraza, sé que tuviste una relación antes de entrar al internado y que seguramente aún te duele el tema – volvió a hablar la medio inglesa, haciendo suspirar de aburrimiento y agobio a la contraria.

– ¿Y tú por qué coño te tienes que meter en mi vida y en mis cosas todo el rato? Serás muy rica, pero la privacidad no la conoces, ¿no?

– Lo van diciendo por ahí – se justificó.

– Vaya mierda de sitio, me voy a ir y no me vais a volver a ver el pelo – amenazó Ruslana, con una mirada que parecía atravesar el alma de Chiara, su semblante era completamente serio y frío –. Mi vida no es un cotilleo para entretener a un par de niños mimados.

– Sé que te pongo – se atrevió a confesar.

– Sí, pero de los nervios. Anda, quita, que no estoy para tus tonterías.

Amén - Ruski Donde viven las historias. Descúbrelo ahora