28. Amor, colores y otras cosas.

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NARRADOR.

Martin agarró con firmeza la mano de su mejor amiga y se le atribuyó el nombre de líder al ser él quien guiaba a la medio inglesa hasta su destino, hasta llegar a la pelirroja. Ruslana no se movió de su sitio, sentada en la dura piedra de la fuente y acabándose de fumar el cigarrillo.

Sentía que su cabeza tenía un precio después de las culpas que le habían otorgado Salma y Violeta.

Tuvo el deseo de esconderse en una esquina desconocida del internado y no volver a cruzar palabra con otra persona que no fuera su propia mente. Lanzó la colilla al agua sucia que acunaba la fuente en su redonda plataforma, suspiró y se acercó a uno de los tantos arbustos de flores rosadas y estiró un brazo para arrancar despiadadamente una de ellas.

Se quejó en voz alta cuando un pincho del tallo verdoso se clavó en uno de sus dedos y la sangre corrió hacia los nudillos.

– Joder, vaya puta semana de mierda –murmuró en voz alta y trató de restregar la sangre hasta hacerla desaparecer, cosa que no se le hizo fácil.

– ¿Estás bien, Rus? –la voz cantarina de Álvaro la sacó de sus pensamientos e iba a soltar una palabra malsonante envuelto en un grito, pero al levantar la cabeza sintió su cuerpo enfriarse y rápidamente escondió la mano afectada detrás de su espalda bajo la atenta mirada de una Chiara más pálida de lo normal y con unas ojeras oscuras recorriendo sus ojos.

– Sí, sí. Estoy bien, pero Violeta no tanto...–lo último lo murmuró con cautela y miedo de parecerle lo suficiente inmadura a la medio inglesa como para darse media vuelta y volver a odiarla por una larga eternidad.

La imagen que Chiara tuvo delante de sus narices le causó una gracia mezclada con ternura; Ruslana mantenía en su mano izquierda una flor rosa y en la otra mano parecía esconder algo, la mantenía detrás de su espalda y mordía su labio con nerviosismo.

– Bueno, creo que tenéis bastantes cosas que hablar. Os dejamos solas, chicas –la cordura del vasco hizo acto de presencia y le propició un pequeño golpe es la costilla a su amigo sevillano, señal para aclararle que debían irse cagando hostias–. Suerte, Rusli –los labios de Martin vocalizaron aquello antes de perderse junto a Álvaro en los interiores de el edificio.

El silencio se estableció en la lejanía que mantenían ambas chicas en medio de ellas y se removieron en sus sitios con incomodidad. Sintieron cada hilo de sus ropajes y cada textura diferente pegadas a su piel, causándoles el clásico sudor ante el nerviosismo y un picor soportable por los brazos y abdomen que las dos pudieron disimular con facilidad.

– Kiki...–la ucraniana tuvo la valentía en ser la primera que abriría la boca, pero al terminar de pronunciar la última vocal la medio inglesa se encargó de interrumpirla y dio un par de pasos hacia delante, quedando más próxima a su chica.

– ¿Ruslana, sabrías explicarme con tus propias palabras como ves el amor? –la pregunta salió de sus labios sin pensarlo al menos una vez más y la mente de la pelirroja quedó en blanco, un completo vacío para ella. Admiró como la pelinegra se sentaba justo donde minutos antes ella había estado fumando y descansando.

Su cuerpo estaba tan tenso que juró que al sentarse sus huesos sonarían como una vieja puerta que se abre generando un sonido chirriante y molesto; se quedó delante de ella como si de un juicio se tratase y ella fuera la que está a punto de pisar la cárcel por primera vez. Suspiró y retiró el sudor de su frente antes de hablar.

Amén - Ruski Donde viven las historias. Descúbrelo ahora