7. Fiebre.

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NARRADOR.

De la punta del cigarrillo, entre el dedo índice y corazón de Ruslana, prendido desde hacía un par de minutos, consumiéndose lenta y tortuosamente fue bailando en el aire hasta deshacerse por el cielo y no volverse a ver por el redondo y cerrado, por paredes a su alrededor, patio del internado. La pelirroja teñida se había sentado al borde de la gran fuente, que goteaba agua, al día siguiente de la creativa broma y con su mechero había prendido un cigarrillo que Martin le había regalado hacía un par de horas. Recordaba haber mirado la hora que marcaba el reloj de la habitación (6:47 de la tarde) y calculó que en ese momento ya serían las siete pasadas y descansaría ahí hasta la hora de la cena o esa era su idea principal. Ese mismo día por la mañana, por los altavoces del comedor, la directora había comentado que el segundo partido de fútbol femenino sería esa misma tarde y a Ruslana le había sentado peor que una patada en el abdomen así que le había pedido ayuda a Bea para que se inventara cualquier excusa para justificar su desaparición durante el partido.

– ¿Qué haces aquí? – preguntó Ruslana cuando vio aparecer a Bea, que sus respuesta fue encogerse de hombros – ¿Qué les has dicho a las monjitas?

– Que tenías fiebre y me ha dicho que me quedara en la habitación cuidándote – lo explicó mientras se sentaba justo a su lado y rechazaba de inmediato cuando su amiga le ofrecía una calada.

– ¿Y a colado eso? – preguntó, sorprendida y Bea asintió con la cabeza – Qué rápido se creen estas cosas, son medio bobas.

– Te lo dije, el truco para sobrevivir aquí sin perder la cabeza es hacerte amiga de ellas y que te vean como una chica inocente que cayó en el pecado alguna vez que otra.

– La cosa es hacerles creer que te están ayudando para sentirse complacidas, ¿no? – dijo con simpleza y voz calmada.

– Básicamente, sí – respondió.

– ¿Y Martin y los demás? – cuestionó cuando se fijó que ambas chicas estaban solas en el sitio que se había asignado al pequeño grupo de amigos.

– Se han quedado viendo el partido, para disimular un poco – le contestó sin mirarla a ella y suspiró antes de volver a hablar –. Oye, Rus – llamó su atención.

– Dime – habló tras soltar el humo de una de las caladas, la penúltima, con la voz ronca.

– Chiara se está comiendo el castigo ahora mismo por ti.

– ¿Y qué? No se va a morir la pija por estar castigada una vez en su vida – se encogió de hombro y apretujó el cigarro contra el borde de la fuente para empujar las cenizas al agua y quedarse con la colilla en su mano para después tirarla en un sitio más discreto.

– A mí Chiara me da igual, ¿vale? Es una chica maja, pero no es importante en mi vida, pero a Martin no le va a hacer ni puta gracia cuando se entere.

– Solo quiero que se dé cuenta que no todo se compra con dinero, me da rabia y asco que piense así.

– Chiara es más que su dinero...– se atrevió a comentar la rizada y Ruslana hizo oídos sordos a su comentario a favor de la pelinegra – El problema es si se entera Martin...

– Ya, pero no se tiene por qué enterar, ¿no? – preguntó, mirándola directamente a los ojos con una ceja subida y Bea asintió suspirando.

Amén - Ruski Donde viven las historias. Descúbrelo ahora