21. Sherlock Holmes.

1.2K 76 13
                                    

NARRADOR.

Los días en el internado seguían pasando, uno tras otro y cada alumno con sus vidas tan diferentes y singulares. Algunos más preocupados que otros con los exámenes, otros interesados en los deportes que disponían y muchos de ellos con secretos que callarían hasta conseguir salir del internado y poder volver a sentir la sensación tan deseada y bien vista de la libertad. La ternura y amabilidad de la pelirroja se habían desembocado desde la interesante y sabia charla con su amiga, Bea. Chiara odiaba los cambios desde pequeña y le causaba mucho estrés y desconcierto cuando debía cambiar su rutina por un cambio de planes repentino, pero con el cambio abrupto en Ruslana y sus actitudes la tenían en una nube; suspirando enamorada por las esquinas, sonriéndole por los pasillos y con un brillo nuevo y acepto en sus ojos verdosos.

Los insultos se habían convertido en caricias inocentes y besos dulces. Las bromas de la ucraniana hacia Chiara habían acabado con una tregua no hablada y las clases se habían abarcado en una tranquilidad que podía llegar a ser incluso aburrida y aceda. Ruslana se había pasado un par de clases pensando y recordando unos de los momentos vividos junto a Chiara.

"El primer año había un coro aquí, estuve todo el año en el, pero un día de la noche a la mañana todos se aburrieron y el coro desapareció por completo" las frases que salieron de los labios de la medio inglesa volvieron a pasar por su mente mientras mordía el capuchón de uno de los bolígrafos y admiraba como la profesora escribía con acierto y destreza en la gran pizarra del aula. Tuvo una idea fugaz, su mente se achispó y esperó impaciente a que el último timbre que indicaba la última clase junto a la hora del almuerzo para marcharse rápidamente hacia el único sitio que se había prometido no volver a pisar: el despacho de la directora.

"Lo que hace una por amor..." pensó la pelirroja antes de que sus nudillos chocaran dos veces contra la puerta del despacho y pronto escuchó la voz de la hermana María Teresa accediendo a su visita inesperada.

– ¡Señorita Panchysyna, qué sorpresa que me esté visitando! – exclamó exageradamente, levantando los brazos como si del papa se tratase y sonrió falsamente sin mostrar su dentadura blanquecina – ¿A qué se debe tu presencia aquí? ¿Un nuevo castigo? ¿Una alegría? – Ruslana suspiró haciendo el mayor esfuerzo de su vida en no rodar los ojos hasta ponerlos en blanco – Cuéntame, soy todo oídos.

– Ni que esto fuera una adivinanza, Hermana – fueron las primera palabras de Ruslana, caminó hasta dejarse caer bruscamente contra una de las sillas de la sala y se sentó con las piernas separadas y la espalda recostada al completo en el respaldo con los codos apoyados al final del reposabrazos – y si lo fuera no has dado con el acierto; venía a pedirle un favor.

– ¿Un favor? – cuestionó la monja con las cejas alzadas y el rostro repleto de confusión y mucha sorpresa.

– Más que un favor es una propuesta para el internado – comenzó a explicarse, cambiando su pose y centrándose en la adulta. Apoyó los codos en sus rodillas y y se echó hacia delante –. Me han hablado que hace tiempo había un coro, pero que se esfumó muy rápido y me gustaría que volviera.

– ¿Y por qué te interesa tanto que vuelva el coro? – preguntó María Teresa entrelazando sus manos encima del escritorio – Permíteme juzgar y sacar mis conclusiones, pero con tu expediente no es muy creíble que te apasione cantar canciones religiosas junto a tus compañeros.

– Es por una amiga, le he escuchado cantar y creo que nadie debería perderse la voz de esa chica – abrió su corazón con dificultad y suspiró cerrando los ojos antes de comenzar –. Yo no tengo ningún tipo de interés en cantar, me encanta la música, pero no las cancioncitas a Dios.

Amén - Ruski Donde viven las historias. Descúbrelo ahora