18. Rezar.

1.4K 84 20
                                    

NARRADOR.

El romántico y pasivo beso no tardó en verse envuelto de pura lujuria y desesperación, la mano derecha de Ruslana atrapó la nuca de Chiara y sus lenguas danzaron al unísono y el calor comenzó a subir por el cuerpo de ambas, incontrolable y muy notable. Las piernas de la pelinegra se entrelazaron en la cadera de su compañera, aún sentadas en el pequeño banco aterciopelado y haciendo malabares para no caer directas al suelo, aunque en ese momento no les importaría para nada, sobretodo a la ucraniana. Sus manos subían y bajaban por todo el cuerpo de la medio inglesa, sin vergüenza y conociendo a la perfección el camino.

– Rus...– gimió la pelinegra en sus labios cuando la pelirroja se dedicó a besar sus labios mientras sus manos se entretenían deshaciéndose de todos los botes de la camisa perfectamente planchada y blanca.

Chiara sintió un vacío y una brisa de aire frío le pegó de lleno en el rostro y pecho cuando Ruslana se alejó de ella para levantarse y ofrecerle una mano con una sonrisa de oreja a oreja y el pecho subiéndole y bajándole violentamente, se podía admirar una capa de sudor cubriéndole el rostro y los labios con el brillo especial de las babas mezcladas de ambas.

Para los ojos de la medio inglesa estaba perfecta, tenía delante a una de esas diosas irreales llenas de belleza; ese pelo tan típico de ella largo con esas ondas algo despeinadas por los toqueteos de Kiki, los labios entreabiertos soltando y tomando todo el aire que sus pulmones podían, con el pecho yendo a toda velocidad, la camisa arrugada, desarreglada y las mejillas teñidas de rosa.

"No puedo creer que le guste a ella, con tan parecido a la mismísima Venus" pensó, pero pronto salió de su ensoñación y se lanzó a los brazos de su chica, llevando sus piernas a su cintura y la pelirroja atrapándola en el aire. Caminó hacia la zona repleta de bancos que miraban hacia el altar donde anteriormente habían tenido su momento de pura ternura, sus pies chocaron con la parte baja del banco, donde la gente se solía arrodillar en cada misa para rezar y llevarse las manos unidas a la cabeza suplicando por algún deseo que tuvieran.

Ambas jóvenes rieron ante el tonto tropiezo de la ucraniana y pronto retomaron sus cortos besos en los labios, alguno que otro repartido por el cuello.

– No deberíamos hacer esto, Ruslana – las palabras le salieron como un suspiro, sentada en el duro banco de madera y viendo como la pelirroja se arrodillaba en el trozo de madera pegado al banco y quedaba frente a ella, juró que con solo esa imagen era suficiente para soñar cada noche con ella sin cesar.

– Cállate – exclamó Ruslana con la voz ronca, con el brillo de las velas que rodeaban el lugar y sus dedos subiendo lentamente la falda de la contraria. La miró directamente antes de hablar, Kiki sintió como sus ojos se clavaron en su alma – y disfrútalo.

– Estamos en una iglesia...– rebatió torpemente sudando la gota gorda, mirando hacia todas las esquinas posibles y Ruslana la mandó a callar. Con la falda lo suficientemente arriba para dejar de estorbar y dejando una buena vista de las piernas de Chiara, la ucraniana le indicó que se impulsara y levantara el culo de su sitio y acató su orden de inmediato. Sus dedos hábiles atraparon la costura de su ropa interior y la bajó hasta sus tobillos, de los labios de Kiki salió un jadeo de sorpresa y eso alimentó aún más el ego de Ruslana, que sonrió sintiéndose dominante y triunfadora.

– Sube – le indicó verbalmente, dándole a entender que quería ver las piernas de la pelinegra arriba de sus hombros, apoyadas en ellos y dudosa, pero consumida por el deseo cumplió con su orden pocos segundos después y dejó caer su cabeza hacia atrás cuando la ucraniana enterró el rostro entre sus muslos y su lengua bailó en la intimidad de la medio inglesa, que gemía extasiada y perdida por el placer.

Una de las manos libres de la pija fue directa hacia la cabeza de Ruslana, enterrándola en su pelo y haciendo fuerza, dejándole esa acción como señal para que aumentara la velocidad mientras ella se dejaba hacer allí, en medio de una capilla, frente a miles de cuadros de vírgenes que la observaban y juzgaban.

Chiara era un caos de sudor, jadeos, maldiciones y gemidos, había perdido la noción del tiempo y simplemente se encargaba de arquear la espalda cuando pensaba que llegaba al éxtasis de su cuerpo.

Cuando de su garganta nacía el nombre de la pelirroja convertido en un gemido quejoso, el timbre que habían acostumbrado a poner para marcar las horas del desayuno, almuerzo y cena resonó en la planta de arriba y se escuchó amortiguado en la capilla. Ruslana no se enteró del molesto sonido, siguió con su trabajo hasta que los muslos de Kiki atraparon su rostro y cabeza al cerrarse y eso la hizo separarse para mirarla a los ojos, manchada de saliva hasta la barbilla, cosa que avergonzó a la medio inglesa, tomó conciencia de lo que había sucedido.

– Le cena – habló costosamente sentándose correctamente aún con la pelirroja entre sus piernas, mirándola como un perrito, sintiendo su garganta dolorida y el sudor apoderado de todo su cuerpo miró a Ruslana a los ojos y vio un brillo especialmente salvaje en ellos –, es hora de la cena.

– ¿Y? – preguntó, limpiando los alrededores de su boca con los dedos y viendo a Chiara frunciendo su ceño sin entender nada, soltó una risita nasal que cortó rápidamente, no quería salir del papel de dominante que había adoptado – Tú eres mi cena hoy...– susurró con su voz ronca y los colores volvieron a subir a las mejillas de la pelinegra.

– Es en serio, Rus – gruñó la pija y los labios de la contraria se abultaron intentando darle una pizca de pena a Chiara –. Si ven que no estamos allí ninguna de las dos van a pensar cualquier cosa y las monjas...

– Eres una aburrida, pija – le interrumpió y con sus dedos atrapó la piel de sus costillas, haciéndole cosquillas y ganándose un golpe en el hombro como respuesta, además de las risas descontroladas de Kiki.

La medio inglesa se levantó y la pelirroja atrapó su ropa interior, aún por sus tobillos y fue subiendo a la vez que también subía las bragas por sus piernas, cuando llegó a colocárselas sonrió de lado y le robó un casto beso antes de correr hasta llegar a la puerta y esperarla allí. Kiki sonrió al ver su lado más infantil y blando y caminó hacia ella. Caminaron juntas y con discreción por los pasillos, la medio inglesa se unió junto a Denna y Violeta cuando las pilló por la zona de taquillas y se despidió de la malota con una leve sonrisa.

– Vaya, si es Kiki – exclamó la rubia cuando vio aparecer a su amiga con una sonrisa tan grande que era imposible no contagiarse, irradiaba una felicidad inmensa –. Estás desparecida, tía.

– Hace tanto tiempo que no estamos contigo que nos daba miedo que se nos olvidara como es tu cara – añadió Violeta a la conversación, cerrando de un golpe seco la taquilla y llevando su mano a la cintura mientras miraba de arriba hacia abajo a su amiga, analizándola.

– No seáis unas exageradas – opinó ante los comentarios de sus amigas y rió levemente –. He estado con mis cosas; exámenes, el piano...

– ¿Y con alguien? – preguntó directamente Denna, sorprendiendo a su mejor amiga – ¿Has conseguido una nueva amiga y nos abandonas? – escuchar aquella pregunta la calmó y suspiró con tranquilidad antes de responder.

– Sabes de sobra que nunca podría cambiaros a vosotras – respondió y se acercó a ellas para colocarse en medio de ambas y pasó los brazos por encima de sus hombros para comenzar a caminar – ¿Vamos a cenar?

– Por favor, me muero de hambre y tú tienes muchas cosas que contarnos – expresó nuevamente la rubia –. No te libras de nosotras, eh.

– Tendré que soportar vuestro interrogatorio para poder cenar algo digno – Chiara se rindió sin ganas de luchar, conocía a la perfección a sus amigas y sabía que con ellas era una batalla perdida.

Amén - Ruski Donde viven las historias. Descúbrelo ahora