14. Camino al pueblo.

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NARRADOR.

Después de la cena, Ruslana se deshizo de la ridícula falda azabache que se usaba como uniforme oficial del internado y se colocó unos vaqueros anchos que acababan por debajo de sus rodillas y en la parte de arriba sustituyó la camisa blanca por una camiseta básica, negra y un par de tallas más de la que tenía asignada, con un estampado pequeño en el pecho. Ató los largos y blancos cordones de sus viejas y desgastadas converses mientras esperaba a que su amiga, Bea, hiciera aparición por la pequeña habitación para poner en marcha su estratégico plan para salir a los alrededores del internado, para investigar el famoso bosque.

– ¿Estás lista ya? – la rizada abrió la puerta y por el pequeño hueco que había dejado asomó la cabeza para admirar a Ruslana y hablar, la pelirroja asintió con la cabeza, respondiendo y levantándose de la cama – Venga, las monjas están en su descanso y para cuando hayamos vuelto no habrán acabado todavía.

– Por fin un poquito de acción en este infierno, lo estaba deseando – añadió la pelirroja mientras introducía los brazos en una sudadera negra de cremallera y comenzaba a caminar por los pasillos con su amiga, dando pasos de hormiga – ¿Y ahora qué? – preguntó una vez estaban en el jardín trasero y visualizó cada movimiento de Bea, que la mandó a callar rápidamente, en silencio siguió los pasos de su amiga y pararon en seco delante de uno de los muros que dividía el mundo real del internado.

– Sube el pie ahí – en esa parte del muro había un par de ladrillos unidos que sobresalían y el pie de cualquier ser humano podría encajar a la perfección; Ruslana lo hizo, siguió las introducciones de Bea –, un impulso y te agarras el borde, con cuidado que no querrás romperte una pierna tan rápido – Ruslana se rió por lo bajo y le hizo caso, se impulsó con sus manos y en menos de un minuto ya estaba subida a lo alto del gran muro, sentada y esperando a que su amiga la imitara y cuando lo hizo le ofreció su mano para ayudarle a subir y una vez estaban juntas a la misma altura las interrumpió una voz masculina justo antes de saltar al otro lado.

– Joder, qué susto – comentó la ucraniana, llevándose una mano al pecho y respirando de manera entrecortada, mirando hacia abajo y encontrándose con la sonrisa y los rizos del sevillano.

– ¿Te pensabas que te ibas a librar de mi tan fácil, chica? – preguntó con su notable gracia y Ruslana suspiró antes de sonreír.

– ¿Pero tú cómo te has enterado? – se unió Bea a la conversación, captando la atención de Álvaro, que seguía ahí parado y con la mano en la cintura.

– Tengo mis contactos – respondió, pero su mejor amiga le miró con una ceja alzada, buscando la verdadera respuesta –. Tías, que no sabéis disimular y os he visto por los pasillos y no he podido resistirme.

– Mientras no haya otra sorpresa y aparezca alguien más detrás de un arbusto, a mí me vale – habló la pelirroja, ofreciéndole la mano al chico también y está vez saltando de una vez al otro lado, sintiendo el alto césped en sus tobillos, "mala decisión lo de los pantalones cortos" pensó nada más asustarse por la hierba rozándole la piel y el picor repentino que surgió en sus piernas.

– ¿A dónde vamos, Doras exploradoras? – preguntó el chico mientras se ponían de camino, adentrándose al principio del bosque.

– Vamos solo hasta el principio del pueblo, para que Rus memorice el camino y no se pierda cuando se vaya a pirar de aquí – respondió la rizada, enganchando su brazo al de Álvaro, pareciendo dos marujas de algún pueblo perdido de Andalucía.

– ¿De verdad que te quieres escapar? – cuestionó el chico y Ruslana no se lo pensó dos veces a la hora de responder.

– Estoy como loca, necesito volver y estar de nuevo con mis amigos, mi gente – suspiró al decir lo último, con nostalgia.

– Joe', pensaba que con el tiempo te olvidarías del tema ese de irte – confesó, entristecido –, te he cogido cariño.

– Te consideramos una más del grupo, Rus, espero que lo sepas ya.

– A ver, chicos, yo también os he cogido cariño, muy a mi pesar...– abrió su corazón delante de sus nuevos amigos por primera vez en toda su estancia en el internado – pero ya sabéis lo cabezota que soy y yo no me puedo quedar en ese sitio con las monjas esas, que me dan un mal rollo...

– Nada, tía, si en realidad te entendemos – habló la rizada, asintiendo levemente con su cabeza mientras llevaba su mirada hacia Ruslana –, si no fueran por nuestros padres nosotros también nos iríamos de aquí.

Los tres amigos, con los brazos entrelazados y refugiándose en el calor de sus cuerpos por la suave brisa fría que corría por el inmenso bosque, caminando sin parar, pero sin ninguna prisa, hasta llegar a un camino de tierra amarillenta que guiaba definitivamente al pequeño pueblo. Una manta de luces cálidas y frías cubría las casas y los árboles del lugar, con casas altas al igual que bajas y con más vida que la propia naturaleza que habían recorrido antes de llegar.

Ruslana se deshizo de los brazos de sus amigos y dio dos pequeños pasos para adelantarse y admirar con sus propios ojos el paisaje consumido por la noche oscura, excepto por los brillos que salían de las ventanas de algunas de las viviendas y por las farolas colocadas estratégicamente por las aceras del poblado, sonrió satisfecha con la nariz rojiza por el frío y con la brisa haciendo bailar los mechones pelirrojos sueltos de su trenza.

– Espero que te hayas quedado con el camino – Bea golpeó con su dedo índice la sien de la ucraniana una vez se colocó a su lado – porque no vuelvo a salir con este frío.

– Como me resfrie...– murmuró Álvaro, aún en su sitio.

No fue hasta la mañana siguiente que Ruslana volvió a recorrer los pasillos del viejo edificio, otra vez enfundada en los zapatos negros y el formal uniforme, restregando el dorsal de su mano contra uno de sus ojos, aún adormecida y con pocos minutos para llegar a clase. De lejos vio las taquillas postradas en las paredes del largo y ancho pasillo, visualizó a una única persona rebuscando algo en una de las taquillas; pelinegra, con el pelo corto y ondulado, con una figura delgada y curvilínea, antes de bajar su mirada y fijarla en su culo adivinó que era quien se temía, Chiara Oliver.

Se mordió el labio y se aproximó dos taquillas a la derecha de la medio inglesa, causando que se girara rápidamente al escuchar el ruido chirriante al abrir la pequeña puerta y rebuscar el libro de historia; Bea la había pedido antes de salir por la puerta de la habitación que le hiciera el favor de pasarse por su taquilla para cogerlo.

– Qué raro, tú llegando tarde a clase – habló la pelirroja, aún buscando el libro y con la puerta de la taquilla de por medio, ni Chiara la veía ni ella veía a Chiara, pero la ucraniana pudo sentir su nerviosismo al instante – ¿Se te han pegado las sábanas, pija?

– Lo mismo te podría decir, ¿no? – le contestó unos segundos después y Ruslana cerró la puerta con un golpe seco, con el grueso libro en su mano izquierda. Se atrevió a acercarse a Chiara, haciendo que la contraria diera media vuelta sobre su eje y así quedaron cara a cara, a unos pocos centímetros. La medio inglesa fue la primera en tener el impulso de cerrar el espacio entre sus caras y agarrarle la mejilla derecha, pero la pelirroja la paró.

– Aquí no, vamos al baño – murmuró Ruslana, mirando a todos lados antes de agarrarle la mano a la contraria y llevarla hacia el baño de chicas para acabar con sus ganas salvajes de devorarse mutuamente.

Amén - Ruski Donde viven las historias. Descúbrelo ahora