23. Es hoy.

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NARRADOR.

La pelirroja sintió en su pecho las típicas mariposas de las que tanto hablaban en los libros y en las películas románticas, fue raro. Intentó darle una explicación a ese bombeo agitado en su corazón, pero no pudo nombrarlo con otra palabra que no fuera "amor". Suspiró y rendida se dejó caer al lado de la pelinegra, que a pesar de su cansancio le regaló una de sus sonrisas tiernas y reconfortantes.

Chiara apoyó la cabeza en el hombro de la contraria y en un intento de evadir el frío de su cuerpo se abrazó a la ucraniana y ambas disfrutaron del calmado y cómodo silencio.

La pelirroja se dedicó a escuchar la melodiosa y pausada respiración de Kiki, cerró los ojos y se hundió en su cabellera, olía tan bien como siempre.

– No he dormido nada, perdón. Me paso todas las noches estudiando para los exámenes y por las tardes ayudo a Denna con cosas suyas –la primera que habló fue la medio inglesa, recostada en Ruslana con los ojos cerrados y la voz ronca. La mano libre a la ucraniana se dirigió hasta el pelo suelto de Chiara y con los dedos le acarició, cuidándola de todo– ¿Y tú? ¿Has estado haciendo algo hoy?

– Nada interesante, lo normal; he sacado de quicio a unas monjas, he quemado unos crucifijos y me he unido a una secta satánica –bromeó con naturalidad y Chiara se recompuso en su sitio y le miró con los ojos de cachorrito indefenso. Ruslana soltó una carcajada al ver la reacción de la medio inglesa y la atrajo por las mejillas para plantarle un buen beso en los labios.

– Que tonta eres –murmuró Chiara y esta vez se recostó más en la malota. Atrapó su mano libre y la entrelazó con la suya, a simple vista eran una pareja feliz y bonita.

– Tú me vuelves tonta –confesó la pelirroja y Chiara se ablandó mucho más de lo que ya estaba. La pilló un poco por sorpresa, pero eso era una de las cosas que le gustaban a Kiki de Ruslana; la espontaneidad que tenía a la hora de abrir su corazón. Nunca podría saber con certeza cuando iba a saltar con una broma y cuando diría algo extremadamente cursi y dulce.

A la medio inglesa le pareció buen momento para declararle algo que llevaba días pensando y tras un suspiro largo habló.

– Rus, no sé qué somos y entiendo que no quieras ponerle una etiqueta porque no es algo que te apasione –la pelirroja bajó la mirada hacia sus manos entrelazadas y escuchó atentamente el discurso de la pelinegra–. Me gustaría que sepas que aunque desconozca el camino que vamos a tomar, me gustas y mucho. Cuando entraste y la tomaste conmigo tuve mucha empatía contigo porque sabía que en el fondo eras (y estuve en lo cierto) una persona buena. Independientemente de cómo haya comenzado esta conexión que tenemos, no me arrepiento de nada y espero que tú tampoco.

Un gran e incómodo silencio se formó en el ambiente y Ruslana intentó tragar saliva, pero tenía un nudo en la garganta que se lo impidió con dureza. Notó el sudor en las manos y como el corazón le bombeaba de una manera aterradora y desesperante. Algo en el interior de Chiara se rompió cuando la ucraniana se deshizo del agarre que habían formado con sus manos y la vio levantarse de un salto y ofrecerle la mano para ayudarle a levantarse de su sitio.

Kiki no pudo evitar sentirse mal y ridícula; le había abierto su corazón de par en par con las palabras y ella no se había dignado ni a responderle.

– ¿Vamos dentro? Puede pasar alguien y vernos aquí –fueron las únicas palabras que salieron de los labios de la pelirroja y Chiara bufó y a regañadientes aceptó su mano para quedar de pie. Decepcionada dio unos pocos pasos hasta estar cara a cara con las puertas de la capilla y Ruslana se colocó justo detrás de ella, con los músculos tensos y una capa de sudor cubriendo todo su cuerpo.

La pelirroja no se vio capaz de reconocer sus sentimientos delante de la chica que había conseguido remover algo en su interior y pronto el enfado creció dentro de ella. No podía creerse lo cobarde que era para estas cosas, bufó y limpió el rostro de sudor de su rostro.

"Seré gilipollas, joder" pensó.

El crujir de la puerta la sacó de sus pensamientos y vio como una Chiara cabizbaja se adentraba en su lugar favorito. Le costó un par de segundos reaccionar y entrar también, se quedó ensimismada en las piernas desnudas de la pelinegra, en su contoneo y su pelo bailando por sus hombros. Su mano derecha acabó en el puente de la nariz, se masajeó la zona y suspiró caminando.

– ¿Qué es esto? –escuchó aquella pregunta que lanzó la medio inglesa, frunció el ceño al no entender nada y el miedo se apoderó de ella; creyó por un momento que Chiara se revelaría contra ella y le diría cosas que no quería escuchar a la cara– ¿Qué coño es esto? –la pelirroja levantó la cabeza y se encontró de lleno con la realidad; los instrumentos pringados en mil tonos de colores diferentes.

– Joder...–fue la única palabra que pudo articular la ucraniana y se giró rápidamente al ver el rostro de Kiki. La medio inglesa se llevó las manos a la boca, demostrando su sorpresa y pronto unas lágrimas brillaron en sus mejillas. Ruslana se acercó lentamente, sin querer asustarla y con inseguridad la abrazó por detrás– Kiki, tranquila...

– ¿Pero estás viendo lo mismo que yo? Joder, que han destrozado el piano –dijo con rabia, era de las primeras veces que veía a Chiara en ese estado; enfurecida y con los puños cerrados tan fuertes que seguramente estaría clavándose las uñas en su piel. Se deshizo del agarre de Ruslana y se acercó lentamente al piano, repasó los dedos por la pintura ya reseca y un par de lágrimas cayeron en el piano.

Un escalofrío repasó la espalda de la ucraniana al ver como Chiara, llorando desconsoladamente y ahogada por las lágrimas se sentó en el banco que había junto al piano. Pulsó algunas teclas, pero el piano como era de esperarse no emitió ningún ruido como solía y la pelinegra se recostó en el.

Ruslana comprendió su dolor y no pude evitar contagiarse de su tristeza, se acercó a ella y buscó las palabras adecuadas, pero sabía que no había discurso que arreglara el desastre.

– ¿Quién podría hacerle esto al piano? ¿Por qué? –a la pelirroja le costó entender las preguntas de Chiara, lloraba sin parar y tenía la cabeza escondida en sus brazos. La ucraniana se colocó a su lado y le acarició el brazo por encima de la tela de la camisa blanca– ¿Tanto me odian aquí?

– Kiki, te va a sentar mejor ir a la habitación y descansar –fue lo primero que dijo la pelirroja–. Venga, te llevo a mi habitación, descansas y te prometo que voy a mover cielo y tierra para encontrar al idiota que pensó en hacer esto –Chiara se giró, con los ojos rojizos, inundados de lágrimas y miró a Ruslana, que intentó ponerle la mejor cara. La ucraniana la ayudó a levantarse y caminaron con cuidado hasta llegar a la habitación de Ruslana.

La puerta crujió al abrirse, se encontraron de cara con la oscuridad de la habitación, el único sonido era la calmada respiración de una Bea que dormía plácidamente en su cama y Ruslana se adentró con Chiara de la mano. A ciegas acertó con el interruptor de la pequeña lámpara cercana a su mesa y cuando la luz cálida invadió la mitad de la habitación la medio inglesa apartó su mano y dio un paso hacia atrás. Ruslana antes de girarse se fijó en el camino de pintura que había sobre su cama y el suelo, frunció el ceño y se giró para ver a Kiki.

Cuando la ucraniana abrió la boca para justificarse la medio inglesa negó con la cabeza y se echó a correr sin dar explicación, pero Ruslana lo entendió y se rindió.

La pelirroja rebuscó debajo de su cama hasta encontrar su mochila, abrió el armario y se encontró con el mensaje que le habían dejado con pintura. Bufó, decidió ignorarlo y a voleo recogió todas las prendas de ropa que había llevado al internado. Las metió a presión en la mochila, arrancó un trozo de papel de uno de sus cuadernos y con un bolígrafo escribió su despedida.

"Es hoy, Bea. Me voy a alejar por fin de este sitio y a rehacer mi vida de nuevo. Espero volver a cruzarme contigo y los demás; despídete de los chicos por mí."

Amén - Ruski Donde viven las historias. Descúbrelo ahora