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Los golpes y las súplicas se escuchaban en todo el piso del edificio.

—¡Evangeline, por favor!

El cuerpo de Julianna temblaba levemente y las lágrimas caían sobre su rostro.

Todo le había caído como una bomba.

Se sentía traicionada.

—¡Mentiroso! Déjame en paz —siseo Julianna.

—¡Fue por tú bien! —se escucho por el otro extremo de la puerta.

—¿¡Por mi bien!? —grito enojada Julianna—. Vivir bajo mentiras ¿es por mi bien? ¡Deja de buscar excusas baratas, mentiroso!

—Déjame explicar las cosas, por favor.

Julianna se recostó sobre la pared y poco a poco se fue deslizando hasta quedar sentada en el suelo.

Su cartera y las bolsas de compras quedaron esparcidas sobre el lugar.

—¡No, no quiero escuchar como me mentiste y yo te creí como una estúpida!

—Evangeline...

—¡Vete, Damien! —ordenó la francesa abrazando sus rodillas—. ¡No te quiero ver, ni escuchar!

Con manos temblorosas, rebusco en su gabardina para buscar su celular y llamar a la única persona que no duraría en llegar.

—¿Liebe?

—Ven por mí, por favor. Quiero irme ya Torger. Por favor —suplico Julianna.

[...]

Horas antes


—¡Salud y que viva México! —brindo Checo alzando el tequila—. ¡Y qué viva Lia!

—¡Qué viva! —siguieron los demás pilotos y Madeleine.

Julianna se sonrojo levemente y dio un pequeño sorbo a su bebida. Era muy temprano para emborracharse, así que prefirió una limonada.

Checo había ganado el Gran Premio de México.

El país y él tirarian la casa por la ventana.

Apenas había pasado a mediodía pero el mexicano había salido con una botella de tequila y gorros mexicanos para cada uno. Los ocho estaban en un pequeño restaurante, Checo los quería llevar a probar la comida callejera pero la gente hizo imposible eso.

—Yo también quiero que Lia me deje ganar —hizo un leve puchero Oscar.

Max había tenido problemas con su motor y había quedado afuera. El rival directo de Julianna había sido Checo y para sorpresa de todos, la francesa se había equivocado en tomar una curva y Checo había podido pasar.

El mexicano era el único que había roto la brecha de victorias seguidas de Julianna.

Porque las carreras que ella había faltado por su apéndice, no contaban.

—Vamos por orden de piso —lo detuvo George—. Me toca a mí —se pavoneo él.

—¿Y nosotros? —se quejo Daniel, señalando a Sebastian y a él.

—Los dinosaurios ya tuvieron su época dorada —se adelanto Madeleine.

—¡Sí! Le toca a los niños —alentó Lando.

—Déjalos, Danny. No tienen campeonatos aún —sonrió con orgullo Sebastian.

—Borra esa sonrisa, Vettel. Lia ya va a romper tu récord —lo calló Madeleine—. ¡Ya tengo el marketing planeado!

Electric Touch ──𝗧𝗼𝘁𝗼 𝗪𝗼𝗹𝗳𝗳 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora