Capítulo 25: LA HORA LLEGÓ🕗

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~🖤~

Erick.


Mes de Agosto.

Un nuevo mes había llegado. Ya habían pasado dos meses desde que Dios me encontró. Y no digo "encontré a Dios" por qué él no era el que estaba perdido, Yo era el perdido y él en su gracia y su amor me halló; como la historia de aquel pastor que deja las 99 ovejas y va por la que se extravió.

Dios fue por mi y me encontró, de lo más vil él me rescató y ahora se que es mejor vivir la vida con él.

He pasado días maravillosos pero también tristes. Mi vida y mis emociones se han tornado como una montaña rusa. Un dia me siento bien, al otro no. Un dia todo esta tranquilo, al otro hay problemas. Pero se, que aún a pesar de todo, Dios está conmigo.

Tuve una hija y no lo sabía. Cuando lo supe la di en adopción, por miedo a lo que le pudieran hacer y eso solo ocasionó que las cosas con Mía se complicarán. Siempre que trato de hacer las cosas bien con ella, algo sale mal y solo le causo dolor.

Realmente ya no se que hacer. O tal vez si. Pero ¿cómo? ¿Cómo ir y decirle al jefe que ya no quiero trabajar para él?

Esas preguntas rondaban en mi mente y cada mañana me decía a mi mismo que ya era hora de ir y enfrentar la realidad. Y así lo fui posponiendo cada día.

Pero ya no tengo opción. La hora había llegado.

El jefe me llamó, y me ha pedido que me presente lo más pronto posible en la bodega. Pienso que tal vez él sospecha lo que tengo pensado hacer o ya Santiago le dijo la verdad.

<que sea lo que tu quieras, Dios> oré en mi mente <Si este es mi último dia de vida permíteme ir contigo>

Caminé por las calles en medio de la oscuridad de la noche. Mi cabeza iba cubierta con la capucha de la sudadera que me había puesto tratando de pasar desapercibido.

Me detuve justo antes de llegar a la entrada de la bodega. Suspiré mientras sentía mi corazón comenzar a latir con más fuerzas al no saber que pasaría. Pensé en volver así que me di la vuelta pero no pude porque dos personas me interceptaron.

— ¡Miren quien está aquí! — habló uno de ellos mientras en su mano sostenía una pistola.

— Ya no te habíamos visto por aquí, Erick — dijo el otro.

— Es porqué solo Santiago venia por los pedidos — le respondí.

— Si eso ya lo sabemos. ¿pensabas irte?

<la verdad es que si lo pensé>

— No, claro que no.

— Menos mal. El jefe te está esperando.

Asentí y comencé a caminar junto a ellos. Nos introdujimos en una habitación en la que solo había una mesa y un sillón enorme enfrente de esta. El jefe se encontraba sentado cómodamente fumando un cigarro, a la equinas dos hombres vestidos de negro con un arma en sus manos.

— Erick, hasta que por fin te dignas a venir — dijo mirándome fijamente con una sonrisa siniestra en su rostro — Santiago nos ha dicho que has estado ocupado.

Resaltó la última palabra.

— Si, pero he estado al tanto con las entregas.

— Si, eso lo se — asintió — ahora tengo un trabajo para ti, pero siéntate — señaló la silla que uno de los hombres acababa de traer.

— No hace falta.

— Sientate — volvió a decir en tono amenazante que no me quedo más que sentarme — El trabajo es simple, solo consiste en que vayas a una fiesta, seduzcas a una chica que pertenece al grupo enemigo de nosotros, y le robes información que necesitamos.

— ¿Cómo se supone que haga eso?

— Tú sabrás. No es complicado lo que te pido, ya antes lo has hecho.

Si, pero antes era distinto, ahora no puedo hacer eso. Seria ir en contra de lo que Dios quiere para mi vida.

— Entonces, ¿cuento contigo?

El jefe me miraba. En mi mente se libraba una batalla entre el bien y el mal. Una parte de mi me decía que aceptara sino el jefe me mataría, pero la otra me insistía a no ceder sin importar lo que fuera a pasar.

Así que, un par de instantes después, saqué valor de donde no tenía y respondi:

— No lo haré. Y no seguiré trabajando para usted.

El jefe me miraba furioso.

— ¿Estas contradiciendo mis órdenes? Sabes que eso puede costarte la vida.

— Lo se. Pero ya no puedo seguir a su lado.

— ¿Acaso olvidaste todo lo que hice por ti? Te brinde protección cuando lo necesitabas...

— Y se lo agradezco pero ya no puedo, ya no quiero seguir en estas cosas — me puse de pie — y si me disculpa ya tengo que irme para no volver nunca.

Me di la vuelta y caminé hacia la puerta de salida pero inmediatamente los dos hombres armados se interpusieron impidiendo que saliera.

— Aún no he dicho que puedes irte — habló el jefe — Creo que hay algo que no me has dicho. Dime la razón por la que no puedes.

Iba a responder pero las palabras se habían esfumado de mi boca. Era incapaz de moverme. Escuché que el jefe se puso de pie y comenzó a caminar hacia mi hasta quedar de frente.

— Erick, Erick — rió maliciosamente — Crees que no se lo que has estado haciendo estos dos meses, pero si lo se...

Inmediatamente pensé en que Santiago había abrido la boca y se lo había dicho pero como si pudiera leerme la mente, dijo:

— Y no, Santiago no me dijo nada. Yo me enteré por mis propios medios, tengo ojos y oídos por toda la ciudad.

— Yo...

— ¿Volverte Cristiano? — rió — ¡Una perdida de tiempo! De todas las cosas que pudiste haber hecho, eso fue lo peor que elegiste...Dios no existe y eso te lo voy a demostrar ahora, porque nada ni nadie podrá salvarte de mi.

Del bolsillo de su chaqueta de cuero, sacó una pistola y la recargó para luego apuntarme a la cabeza. Cerré los ojos intentando que todo fuera una pesadilla, pero no lo era. Todo era cien por ciento real.

— ¿Me va...me va a matar? — pregunté, aunque era obvio que lo haría.

Pero no tenía miedo, pues aunque él pudiera destruir mi cuerpo, mi alma no podía tocar pues le pertenecía a Cristo.

— ¿tú que crees? — me miró con una mirada llena de maldad — ¿Crees que te dejaré ir así nada más? ¡Nadie sale de este mundo y si sale pero sale sin vida, y eso lo sabes!

Asentí con la cabeza mientras cerraba los ojos y comenzaba a orar y a pedir a Dios que si ese era mi último día de vida me fuera con él.

Tal vez eso era lo mejor, así estaría bien y vería a mis padres nuevamente. El sufrimiento acabaría para mí. Todo el dolor que he vivido ya no lo viviría más. Estaría en paz, en los brazos de mi salvador.

Aunque eso significara que ya no vería a Mía. Pero igual, ella estaría bien sin mí. Solo le he causado tristeza y se que Diego es el mejor candidato para ella.

Pude oír como el jefe jaló el gatillo. Mi corazón comenzó a acelerarse al sentir la muerte tan cerca de mi.

— Permiteme ir contigo, señor — oré mientras sentía lágrimas deslizarse por mis mejillas.

De un momento a otro, las fuerzas se esfumaron de mis piernas provocando que cayera al suelo.

DE REGRESO A CASA (LIBRO #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora