Evelyn

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—¡Evelyn, cuatro cortados para la mesa siete! —me comentó una compañera de trabajo, haciendo que asintiera y empezara a preparar la cafetera— Uno de ellos con leche entera, otro con semidesnatada y a los otros dos les da igual.

—Pues semidesnatada también, menos mal que no soy la que se los va a servir —bromeé—. ¡Marchando cuatro cortados!

Han pasado cinco años desde aquella noche en la discoteca y desde que me gradué de la universidad. Conseguí un trabajo como maestra de infantil, pero continúo trabajando en la cafetería en la que trabajaba cuando era estudiante.

Al ser en el mismo colegio en el que hice las prácticas durante la universidad, ya que estuvieron muy contentos con mi presencia allí, me pillaba bastante cerca de la cafetería y de casa, de manera que he logrado conservar los dos trabajos al lograr cambiar el turno en la cafetería.

Llegaba todos los días agotada a casa después de trabajar de ocho de la mañana a nueve de la noche, con una hora de descanso para poder comer y llegar a la cafetería.

Era bastante duro para alguien de veintisiete años, pero era lo único que podía hacer para poder llegar a fin de mes con todos los gastos que tenía.

—Ya están los cafés —dije, antes de señalar una de las cuatro tazas—. Este es el de la leche entera, para que luego no vengan con reclamaciones.

—Gracias, cariño, eres un sol —dijo la chica, antes de dirigirse hacia la mesa y que yo negara con la cabeza desde el otro lado de la barra.

Laura era una chica con la que coincidí en la entrevista de trabajo y enseguida nos hicimos amigas. Mientras que yo tenía la primera intención de que fuera un trabajo temporal, Laura había estudiado un grado de hostelería y buscaba un trabajo fijo.

Hace cuatro años, la dueña de la cafetería se iba a divorciar y Laura no dudó en comprarle el local para poder seguir trabajando allí. Se lo agradecí mucho cuando me dejó conservar el trabajo y ajustar mis horarios.

Y, pese a ser la dueña, Laura seguía trabajando como camarera durante la jornada laboral y hablábamos cuando no había mucha clientela. No era mucho tiempo, pero para mí era suficiente.

—Oye, Evelyn, ¿mañana necesitas la tarde libre? —preguntó Laura, haciendo que la mirara confundida.

—No, no me hace falta. ¿Por qué?

—Mañana es trece —mencionó Laura, haciendo que yo asintiera—. Entonces...

—No, tranquila. Por mí no te preocupes, puedo trabajar —dije bastante seria, a lo que Laura me miró insistente—. En serio, que no hace falta. Si casi prefiero trabajar...

—Bueno, si cambias de opinión —mencionó Laura, antes de que Evelyn asintiera para confirmar que lo comprendía—... ¡Pues volvamos al trabajo, que tenemos clientes!

—Sí, jefa —sonrió Evelyn, dirigiéndose a la caja registradora para cobrarle a unos clientes.

Pasaron las horas, las personas entraban y salían de la cafetería con total normalidad y estaban cada vez más cerca de la hora de cerrar.

Laura siempre dejaba que me fuera una hora antes de cerrar el local y así poder hacer las cuentas del día, pero como era un viernes por la tarde decidí quedarme con ella porque no tenía que madrugar al día siguiente para ir a trabajar al colegio.

De hecho, ya estaba cobrándoles a los últimos clientes de la noche cuando la puerta de la cafetería volvió a abrirse. Eran dos chicos que parecían tener mi edad, charlando y riendo de la vida como si no les importara que cualquiera pudiera escucharlos.

Un amor por casualidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora