Evelyn

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Era una mañana normal en el apartamento. Salvo por el hecho de que lo estaba poniendo patas arriba, quitando todo lo que había en las estanterías y moviendo muebles como si estuviera en plena mudanza. Buscando algo que no perteneciera al apartamento.

Axel llevaba varias semanas extraño, desde poco después de la comida en la que conocí a su familia, y eso solo podía significar dos cosas: o estaba ocultando algo que le preocupaba o tenía preparada una de las muchas sorpresas cursis con las que siempre me sorprendía de la nada.

Ya era verano, lo que significaba que yo tenía las mañanas libres hasta la segunda semana de septiembre. Estuve a punto de pedirle a Laura que me cogiera en el turno de mañanas de Claveles estrellados, pero Laura se negó antes de que pudiera proponérselo y me dijo que me buscara una afición o que aprovechara para recuperar el sueño de los últimos nueve meses.

Por suerte, casi nunca estaba sola en el apartamento por las mañanas. Amelie, la prima de Axel, solía pasarse desde que terminó el curso escolar. Acababa de graduarse en Ciencias Políticas, habíamos ido a su graduación junto con su abuela; y se había matriculado para hacer un máster.

Nos habíamos hecho muy buenas amigas desde el cumpleaños de la reina emérita y, lo que empezó tomando un café un día que se presentó por sorpresa en casa, terminó convirtiéndose en una rutina para poder charlar. Y el sonido del timbre fue la señal de que esa mañana no iba a ser diferente.

—Sube —dije, abriéndole la puerta del portal y dejar entreabierta la puerta del apartamento antes de seguir con lo que estaba haciendo.

Un par de minutos después, Amelie entraba en el apartamento con un paquete de rosquillas para desayunar y quedándose boquiabierta al ver todo el desorden del interior.

—¿No llevas ni dos meses viviendo en este apartamento y ya estás redecorando? —me preguntó Amelie bromeando— ¿Has perdido algo?

—No, pero Axel está tramando algo y quiero saber qué es —le dije, haciendo que Amelie se acercara hacia mí y me sentara en el sofá—. Está muy raro.

—Axel es raro, eso ya lo sabemos.

—Más raro aún, esto no es como las treinta y cinco peticiones de matrimonio —dije, a lo que Amelie me miró curiosa cuando dijo eso—. Historia para otro día. Lo que quiero decir es que apenas me da conversación cuando estamos juntos en casa, siempre dice que está muy cansado y se va a dormir cuando se supone que vemos algo juntos en el sofá. Además de que, para cuando me despierto, él ya se ha ido.

—Tienes razón, suena raro...

—No quiero decir que no confío en Axel, él sabe que lo hago con toda mi vida —la interrumpió Evelyn—. Pero ¿no te recuerda a las claras señales de unos cuernos?

—No... Axel no haría eso —dijo Amelie, mientras intentaba darle la razón—. ¡Ese idiota te ama demasiado como para arriesgarse a hacer esa gilipollez!

—¡Lo sé! —exclamé frustrada, escondiendo mi cara en uno de los cojines del sofá— Pero yo tampoco le leo la mente, no sé qué está pasando... Y me estresa mucho...

Amelie no tardó en comenzar a abrazarme, mientras intentaba no llorar por lo frustrada que me sentía. No me gustaba llorar por cualquier cosa, pero tenía las emociones a flor de piel y mis pensamientos paranoicos e intrusivos tampoco ayudaban.

Confiaba en Axel, el hecho de aceptar ir a vivir con él cuando solo nos conocíamos de hace tres meses lo demuestra, y lo último que quiero es desconfiar en él. Pero el aura de misterio que siempre le rodeaba estas semanas, no solo me excitaba más de lo que le gustaba admitir, sino que también me ponía nerviosa por no saber por dónde iba a salir Axel con sus cosas.

Un amor por casualidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora