Evelyn

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Ya han pasado dos semanas desde que Axel y yo empezamos con nuestro plan y tuvimos aquella falsa primera cita en su apartamento, al igual que dos semanas desde que Raphael Soto nos descubrió a los dos al día siguiente.

No he ido al hospital a ver a mi hermana desde ese día porque me daba vergüenza solo el pensar que podía encontrarme con el padre de Axel a solas y que podía preguntarme acerca de ese tema, por mucho que Laura me insistiera mucho incluso después de que le contara que el doctor era el padre de Axel; y que Axel se ofreciera a acompañarme para que no me quedara sola con su padre, pero ni con esas.

En la cena que Axel tuvo con su padre al día siguiente, por lo que me contó, él no se salió de lo que habíamos acordado, pero Raphael Soto era un hombre que sabía leer entre líneas y eso era algo que me ponía bastante nerviosa. Desde que accedimos a tener una relación falsa, me había vuelto bastante paranoica con el asunto de que pudieran descubrirnos y, por mucho que soy de las que no se arrepienten de nada de lo que hacen, lo último que quería era defraudar a una de las pocas personas que se había preocupado por mí en los últimos años.

Ahora era sábado por la tarde, y estaba trabajando en la cafetería. Había estado trabajando todo el día para poder recuperar todas las horas libres que me había dado Laura desde que sabía que entre Axel y yo había algo más que un simple tonteo y me dejaba salir antes o me daba días libres después de tener una cita con Axel.

No quería cobrar aquellas horas sin haberlas trabajado, así que ya era el segundo sábado que trabajaba también por la mañana.

—Evelyn, ya son las ocho y media —me dijo Laura, mirando el reloj mientras preparaba el pedido de varias mesas—. ¿Por qué no te vas a casa? Estás agotada de estar toda la semana trabajando y ya has recuperado todas las horas libres de estas semanas, vete a casa.

—Para media hora que queda, no me voy a ir a casa —le dije con una sonrisa cansada—. Y sabes que no vas a librarte de mí tan fácilmente, jefa.

—Eso lo tengo claro desde el momento en el que nos conocimos, Evelyn —reía Laura, antes de quedarnos hablando detrás de la barra de la cafetería—. Y tienes razón, yo no puedo hacer nada para sacarte de aquí solo porque no tengo la paciencia para intentar convencerte durante toda la media hora que queda para cerrar de que te vayas. Pero conozco a una persona que sí lo es y dudo mucho que tarde en aparecer por esa puerta...

Y, antes de que pudiera acabar la frase, sonó la campana de la puerta y miramos en esa dirección. Podía jurar que había empezado a sonreír al ver a Axel entrando por la puerta, antes de que notara la mirada curiosa e insistente de mi mejor amiga sobre mí y dejara de hacerlo.

No pude evitar arquear la ceja al ser consciente de la coincidencia en los tiempos mientras miraba a mi mejor amiga en busca de una respuesta.

—A mí no me mires, es que lo de que venga a buscarte los sábados se está volviendo una tradición —me dijo Laura, aunque estaba segura de que mentía—. Por lo menos, ya no viene todos los días, aunque sea una alegría para la vista... Y para nuestro bolsillo...

—Laura, ya —le dije, antes de salir de la barra y acercarme hacia Axel—. Me queda media hora, whiskey doble, no voy a salir antes y no intentes convencerme, ¿estamos?

No tardó en levantar las manos en señal de inocencia con una sonrisa que no lo era tanto.

—Yo venía a pedir un café mientras esperaba a que terminaras, no te preocupes —rio el chico, antes de darme un beso en la mejilla—. Hola, pulguita.

Axel seguía con ese estúpido apodo y no parecía tener la intención de dejarlo estar en ningún momento.

Aunque no me consideraba una chica de baja estatura, lo era más que Axel y él aseguraba que era el apodo perfecto por mi reacción cada vez que él lo mencionaba. Y el hecho de odiarlo hacía que fuera el apodo perfecto para mí, según Axel.

Un amor por casualidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora