Axel

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—¿¡Tienes una cita!? —escuché al otro lado de la pantalla de mi teléfono mientras yo me cambiaba de ropa— ¿¡Tú!?

Una cita falsa, pero tampoco podía rectificar ese pequeño detalle al teléfono.

—¿Y ese tono de sorpresa? —pregunté mientras me miraba en el espejo— ¿Qué pasa? ¿Ahora no puedo tener citas?

—No es eso, amigo, pero tú nunca has tenido una cita.

Vale, en eso tiene razón.

Desde que había dejado a Evelyn en la cafetería, me había dedicado toda la tarde a ver viejos diarios de mi madre. Concretamente, los de la época en el que mi padre y ella habían empezado a salir para ver cómo había sido la primera cita de mis padres.

Al parecer, solo habían ido al cine y mi madre se había puesto un pañuelo en la cabeza y unas gafas que le cubrían casi toda la cara, como si fuera una estrella de cine de los cincuenta, y leí también que aquello le había hecho mucha gracia y que, cuando se declaró unos meses después, le admitió que su espontaneidad fue lo que lo enamoró de ella al principio.

Lo único que iba a cambiar entre la cita de mis padres y la que cita falsa que tenía con Evelyn era que la nuestra iba a ser en uno de los apartamentos de mi familia, sin público, aunque podría preparar un par de películas para ver con ella mientras cenábamos.

Solo de imaginarme esa cita falsa, como si fuera real, no podía evitar sonreír inconscientemente.

—Bueno, siempre tiene que haber una primera vez para todo —dije mientras miraba el reloj. Quedaban diez minutos para las ocho—. ¡Mierda, llego tarde! ¡Adiós, Raúl!

—¡Ya me dirás cómo acaba la noche! ¡Y quiero detalles!

Vale, lo de idiota no se le va a curar nunca.

Aunque, el mero hecho de insinuar aquello, hizo que escondiera la caja de condones de mi habitación y de la de invitados por si Evelyn se llegaba a tener falsas conclusiones acerca de mis intenciones de esta noche. Los escondí en el armario, al fondo, y luego salí del apartamento lo más rápido que pude.

Cogí el coche y conduje hasta la puerta de la cafetería. A medida que me acercaba a la cafetería, empezaba a ponerme un poco nervioso y pensar en cómo había conseguido que Evelyn hubiera aceptado el plan y la cita completamente a solas. Incluso me detuve en un restaurante de comida rápida y estuve un buen rato escogiendo porque no sabía cuál le podía gustar a Evelyn.

Cuando ya había aparcado cerca de la cafetería, no pude evitar comprobar si estaba vestido correctamente. Llevaba ropa cómoda, un chándal de color gris, ni siquiera me había molestado en arreglarme porque la cena y las películas iban a ser en mi casa, y me di cuenta de que parecía que iba conjuntado con Evelyn y su chándal viejo.

—Vale, creo que estoy listo —susurré, antes de salir del coche—. No digas nada fuera de lugar, al menos que puedas evitarlo porque estáis fingiendo ser pareja, pero Evita cualquier tema que ponga incómoda a Evelyn. Si hago eso, todo irá bien.

Y ahora estoy hablando solo, sin duda la noche promete.

Pasaron unos segundos hasta que llegué a la puerta de la cafetería y me extrañé bastante al escuchar una buena discusión desde dentro. Sobre todo, porque reconocí la voz de Evelyn durante la conversación y aquello me alarmó bastante.

Al entrar pude ver que estaba discutiendo con un chico un poco más alto que ella, de piel oscura y ojos negros, que no dejaba de hablarle como si no le diera importancia al hecho de que ella estuviera o queriendo ignorarle o muy cabreada con él.

Me sorprendió bastante, pero más lo que dijo Evelyn en cuanto crucé la puerta y entré en la cafetería.

—¿¡Una tontería!? —exclamó Evelyn, a lo que todo el mundo de la cafetería se dio cuenta de que ese chico había dicho algo que no debía— ¡Me pusiste los cuernos y quisiste manipularme para hacerme ver que fue culpa mía! No es una tontería, Fran, es una muy buena razón para dejarte.

Un amor por casualidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora