Axel

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—¡Adiós, doctor príncipe! —se despidieron varios de los alumnos de Evelyn, antes de correr hacia sus padres, mientras ella y yo estábamos en la puerta del colegio esperando que los padres de todos los alumnos recogieran a sus hijos— ¡Su novio es genial, seño! ¡Ojalá vuelva pronto!

—Qué adorable —sonreía mientras me despedía con la mano y varias personas miraban en nuestra dirección, a la vez que Evelyn estaba realmente sonrojada.

Como si la prensa no fuera suficiente para desvelar a todo el mundo nuestra relación, los niños también tenían que gritárselo por la calle a sus padres. Aunque Evelyn me había advertido que varias madres ya lo sabían por los programas de prensa rosa y que se lo habían dicho a sus hijos, era consciente de que a Evelyn no le gustaba ser el centro de atención. Por suerte para nosotros, solo fueron unas pocas madres y enseguida decidieron no seguir mirando en nuestra dirección al ver la cara de pocos amigos de mi novia.

—Este era el último niño, ¿vamos a comer? —pregunté pasando un brazo por detrás de mi novia y haciendo que Evelyn me mirara bastante seria— ¿He hecho algo malo?

—¿Presentarte en mi trabajo sin avisar te parece poco? —preguntó Evelyn con su sarcasmo de siempre— Como sorpresa no tiene precio, whiskey doble, y los niños te han adorado, pero por poco me buscas un lío con la directora. La próxima vez, me consultas primero y lo planeas con tiempo.

—Vale, lo prometo. ¿Puedo darte un beso ya?

—No —se negó Evelyn mientras caminábamos hacia mi todoterreno—. Y no tengo hambre, así que nos vamos a la comisaría y, luego, al cine.

—¡Sí, jefa! —exclamé, abriéndole la puerta del coche a Evelyn y haciendo que sonriera una milésima de segundo antes de entrar en el coche.

La comisaría en la que estaban investigando el caso de mi cuñada no estaba muy lejos del centro, pero era una zona a la que a Evelyn no le gustaba ir porque estaba muy cerca de la discoteca en la que vio a Sophie con vida por última vez. Y, aunque ella sabía que seguía viva pese a estar en coma, me contó bastante triste que ya casi no recordaba el brillo de sus ojos cuando estaba despierta o cuando le hablaba de la carrera de medicina. Así que sabía lo mucho que agradecía que hubiera aceptado acompañarla a la comisaría para poder informarse acerca del caso de su hermana: porque ella no se veía capaz de hacerlo sola.

En cuanto llegamos a la comisaría, preguntamos por el inspector que llevaba el caso en la recepción y, después de que Evelyn tuviera que chasquearle los dedos a la policía porque se me había quedado mirando durante varios segundos en silencio, nos dirigimos hacia el despacho del inspector.

Evelyn llamó a la puerta antes de abrirla y vimos al inspector hablando por teléfono, quien nos hizo una señal para que entráramos mientras seguía con la llamada. Analicé mentalmente al inspector de policía que estaba frente a nosotros mientras nos sentábamos en unas sillas frente a la mesa: era un señor de unos cincuenta años con alguna cana en su pelo y barba de color negros y con algunas arrugas en su frente que le hacían pensar en que tenía mucha experiencia a sus espaldas.

Y Evelyn arqueó una ceja cuando escuchó que se me escapaba un suspiro de alivio. Por lo menos, el nuevo inspector no era competencia para quitarme el puesto de novio.

—Hola, ¿en qué puedo ayudarles? —dijo el inspector, antes de señalarme— Un momento, tú me suenas...

—A él ni caso —dijo Evelyn, interrumpiéndole—. Soy Evelyn Lara, hablamos ayer por teléfono.

—Oh, sí... Señorita Lara, no la esperaba. ¿Ha ocurrido algo?

—No, no... Es solo que, como ayer me dijo que había una descripción de la persona que le hizo a mi hermana lo que le hizo y que tenían el ADN... Me preguntaba si había algún sospechoso en concreto o algo...

Un amor por casualidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora