Capítulo 35

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CAPÍTULO 35

Después de llamar al servicio de emergencias y asegurarse de que aquel chico que estaba recostado en el coche no se iba a mover, Jackson se bajó con mucho cuidado. Sus ojos bien abiertos no se apartaron del sujeto que estaba inmóvil entre el automóvil y la pared. Por curiosidad o solo para asegurarse de lo que estaba pensando, el niño se acercó de manera cautelosa y la respiración se le atascó en la garganta. El chico que estaba frente a él estaba muerto, un rastro de sangre se iba formando en el coche de su madre que caía de la boca entreabierta del chico. El color marrón de sus ojos había sido absorbido casi en su totalidad por la oscuridad de la muerte y todo aliento de vida se había ido sin que pudiera hacer mucho al respecto.

Jack escapó de ahí. Era una tarea difícil entrar a la casa nuevamente por el mismo lugar que había salido así que, discretamente y escondiéndose entre los arbustos, rodeó la casa hasta llegar a la puerta de entrada. Allí, había un agujero en medio de la puerta el cual le sirvió para observar el interior. A pesar de estar todo oscuro adentro, podía ver siluetas tenues en las paredes. Las sombras.

—Voy a investigar la casa... —canturreó Harry, mirando a su alrededor. El chillido ahogado y furioso que lanzó Paul contra la cinta adhesiva le causó gracia—. Cálmese, señor Grant. Está todo bajo control. Debería aprender de su mujer: tan tranquila y serena, ¿no es una preciosidad?

Elyssa sintió asco cuando la mirada maliciosa y pervertida de aquel chico se deslizó por su cuerpo.

Olvidándose de Sebastian porque realmente le importaba una mierda lo que hiciera él, Harry no se detuvo hasta subir todo el tramo de escaleras. Sí, había ido ahí con el claro propósito de destruir la casa de Paul Grant porque él había jodido la suya, pero ahora que estaba ahí, todos sus planes habían cambiado. Él no se iría de ahí sin antes darle una pequeña probada a Holly. Y aprovechando de que el hijo de puta de Sebastian estaba lo suficientemente ocupado con su suegro allá abajo, él no iba a desperdiciar aquella oportunidad.

Revisó las puertas una a una sintiendo el miedo que hacía temblar el cuerpo de Holly por el pasillo. Casi podía olerlo y era encantador. El aroma a Holly podía sentirse con mayor intensidad en ese lugar del pasillo, era como si estuviera llamándolo. Vaya, pensó Harry, esbozando una pequeña sonrisa. Ahora entendía a Sebastian. Muchas veces lo escuchó hablar de Holly y del aroma encantador que poseía. Quizás para muchos era un aroma común y corriente, pero se podía detectar la pureza entre esa mezcla dulce que te encantaba los sentidos.

Desde que la conoció, sufrió una especia de obsesión con Holly. Tal vez era la necesidad de corromper jovencitas o el deseo diabólicamente abrazador que sentía por joder a Sebastian en todos los sentidos. No sabía exactamente, pero había una mezcla excitante de ambos dentro de él que arañaba su organismo, exigiendo salir. Por eso se había acercado a Mercy. En un momento, Harry pensó que estar saliendo con la mejor amiga serviría para estar alrededor de Holly pero no había resultado como pensó. Sin embargo, estaba ahí para remediar aquella situación.

Cuando llegó hasta la última puerta, dos hoyuelos se hicieron notorios en sus mejillas al sonreír. Ahí estaba. Intentó oír a través de la puerta. No escuchaba nada, pero sabía que estaba en el interior de aquella habitación.

Su mano sujetó la manilla e intentó abrirla mas no pudo. Harry rió.

—Por supuesto... —susurró con obviedad.

No le costó mucho abrir la puerta. Tomó un poco de impulso y estrelló su pie contra la madera, la cual cedió de inmediato y se abrió con prepotencia y golpeó la pared con fuerza.

Y ahí la vio.

Por un momento, Holly pensó que los ojos verdes de Harry brillaban al verla. Mercy se encontraba escondida justo en la pared detrás de Harry, aguantando la respiración con el rostro rojo por el llanto. ¿Qué diablos iba a hacer ahora? No había persona en el mundo a la cual le tuviera más miedo que a Harry. La forma morbosa que tenía de mirarla le causaba escalofríos.

—No te acerques a mí... —su voz tembló su Holly se odió por eso— ¡No te acerques!

Pero eso no lo detuvo. Harry daba pasos lentos hasta ella y Holly intentó escapar, pero él era mucho más ágil y alcanzó a agarrarla de la camiseta, lanzándola a la cama. Un grito desesperado desgarró su garganta y comenzó a patalear y a lanzar puñetazos a ciegas, intentando apartarse a aquel chico de encima que sonreía como si aquella situación le resultara muy divertida.

De pronto, un segundo grito se escuchó en la habitación y Harry no alcanzó a reaccionar antes. Mercy saltó sobre su espalda y enredó sus brazos alrededor de su cuello con la clara intención de asfixiarlo. Pero el chico de ojos verdes sonrió, acostumbrados a las peleas callejeras. No le costó absolutamente nada deshacerse de Mercy. Sólo tuvo que estirar sus brazos hacia atrás, agarrarla por la camiseta y lanzar su cuerpo contra el suelo. Antes de poder defenderse, Mercy recibió un fuerte puñetazo en el rostro que la dejó envuelta en la oscuridad.

Una vez que se deshizo de ella, Harry se inclinó y miró a Holly que ya se había apartado de la cama y estaba a un par de metros de distancia, sosteniendo un bate de béisbol entre sus manos fuertemente empuñadas.

—Espero que no te hayas colocado celosa —dijo Harry con voz melosa—. Ahora somos solo tú y yo, muñeca.

Por querer dar el primer golpe, Holly avanzó unos cuantos pasos en un ataque de tonta valentía e intentó golpear a Harry en cualquier parte de su cuerpo. No le importaba si lo golpeaba en la cabeza o en el torso, cualquier lugar le daría el tiempo suficiente para atravesar la puerta de su habitación y correr escaleras abajo. Sólo era cuestión de minutos para que llegara la policía y si se quedaba un segundo más en su habitación, cualquier cosa podría suceder.

Pero la fuerza de una chica de dieciséis años nunca se podrá comparar a la fuerza de un chico que se ha criado y ha ganado el lugar que tiene en la vida a punta de peleas. Harry sabía el siguiente movimiento de Holly mucho antes de que ella lo efectuara. Por eso, en un santiamén se había deshecho del bate de béisbol y había empujado a Holly contra la pared haciendo que su cabeza impactara contra el concreto. La agarró de la camiseta y con un gruñido que escapó desde el fondo de su pecho, la lanzó contra la cama.

—Ya estoy hasta la mierda con los juegos —escupió Harry con los dientes apretados. Todo rastro de humor había abandonado su rostro y ahora la maldad oscurecía sus facciones—. Intenté ser amable contigo, pero como no funcionó, haremos esto a mi manera.

Los gritos de ayuda y el llanto no se hicieron esperar. Holly no tenía que pensar mucho para saber cuáles eran las reales intenciones de Harry, pero saber que nadie le prestaría ayuda le aterraba. En ese instante se imaginó lo peor. Si su padre ni Elyssa iban en su ayuda, lo más probable es que ambos estuvieran heridos o... muertos. El pensamiento llenó más de terror a la chica.

—Por favor, detente —le rogó, intentando empujarlo por los hombros—. No hagas esto. Te lo pido.

Harry tomó las manos de Holly y estiró sus brazos por sobre su cabeza con tanta fuerza que un gemido de dolor se escapó de sus labios.

—No quiero que hables —exigió el rizado con voz baja y ronca—. Y no te niegues... tanto tú como yo lo vamos a disfrutar, ¿sabes? Soy mucho mejor que Sebastian en la cama.

Plantó sus labios con desesperación sobre los de Holly y los mordió con tanta fuerza que ella pudo sentir el sabor metálico de su propia sangre expandirse dentro de su boca. Chilló e intentó golpear a Harry en la entrepierna, pero no dio resultado ya que él se encontraba entre ambas, aplastando su anatomía.

Pero de pronto, el peso de Harry sobre el de ella pareció desaparecer por arte de magia y cuando volvió a abrir los ojos y mirar al frente, fue testigo de cómo la mano tatuada de Sebastian apretaba el gatillo, una bala atravesando la cabeza de Harry haciendo que su cuerpo cayera inerte sobre el piso.

—Te lo advertí. Te advertí que si ponías un dedo sobre ella te iba a joder la cabeza con una maldita bala, pequeña mierda.

Obsession | Sebastian StanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora