Capítulo 02

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CAPÍTULO 02

—¿Carne roja o blanca?

Mercy mordió la punta de su dedo pulgar, dudosa de cuál elegir. Nos encontrábamos en la hamburguesería después de clases y realmente, lo agradezco. Las horas de clases se hicieron eternas, sin mencionar que el maestro de química nos envió a hacer un ensayo de quince páginas sobre las células eucariotas a modo de castigo por haber reprobado el examen. Según él, era una oportunidad para subir nuestro promedio y conservar las buenas calificaciones por si en algún momento queríamos ingresar a la universidad.

Me encogí de hombros —No lo sé, M. Yo pediré carne blanca.

—Entonces, yo pediré la roja. —informó y dio un paso para avanzar en la silla— ¿Por qué no vas a buscar una mesa para nosotras? De preferencia, cerca de la mesa de billar.

—Vale.

—¡Espera! —me detuvo cuando estaba a punto de caminar —¿Licuado o soda?

—Soda.

—Genial —golpeó mi trasero con su palma y rió—. Vete ya.

Rodé los ojos y me abrí paso entre las personas, empujando de vez en cuando sus cuerpos con ayuda de mis brazos. La música estaba excesivamente alta, pero el sonido de las bolas de billar chocar entre sí no era aplacado. Di una vuelta sobre mis pies, sin detenerme, buscando una mesa cerca de la ventana que estuviera cerca de la mesa de billar también, como lo había pedido Mercy.

Cuando la encontré, prácticamente corrí hasta ella y me senté con brusquedad, mis piernas desnudas raspándose levemente con las orillas de la silla. Me sujeté el cabello con una liga y miré a mí alrededor, buscando rostros conocidos de los que después nos podríamos burlar con Mercy. Comencé a golpear mis dedos contra la mesa, intentando seguir el ritmo de una vieja canción ochentera.

Miré a los chicos que jugaban billar y escondí una sonrisa detrás de mi mano cuando uno de ellos reclamaba y pasaba unos cuantos dólares por haber perdido. Él dejó el taco sobre la mesa y le enseñó el dedo medio a alguien que no alcancé a divisar. El grupo de chicos se disolvió un poco y a mi vista quedó el mismo chico de ojos verdes con el que choqué en la mañana en la cafetería. Él hablaba animadamente junto a unos chicos con las mismas pintas suyas mientras le frotaba un poco de tiza del taco.

—Ay, Dios mío...

Nuevamente, Mercy apareció de la nada y dejó nuestros pedidos de forma distraída sobre la mesa. Su mirada no se despegaba de la mesa de billar.

—¿Es real lo que estoy viendo ahora mismo? —me preguntó. Ella arrastró la silla y acomodó la mesa de tal manera que ambas quedamos frente a los chicos —Creo que me he vuelto a enamorar.

Apreté los labios —No sé a ti, pero a mí no me gusta que los chicos me vean devorándome una hamburguesa, Mercy.

—Shht, no molestes —siseó—. Estoy admirando la belleza humana.

Rodé los ojos y como si el chico sintiera la mirada de Mercy, giró la cabeza y la miró. Le dedicó una sonrisa de lado y mi amiga soltó un suspiro, como si lo amara toda la vida.

—No seas tan obvia, por favor. —rogué, desenvolviendo mi hamburguesa. Abrí mi lata de refresco e inserté el popote para beber un poco.

—No seas tan aguafiestas, por favor.

Tomé mi hamburguesa con las manos y cuando estaba a punto de llevármela a la boca y darle un mordisco, a la mesa de billar se acercó el chico más guapo que pude haber conocido hasta ahora. Completamente vestido de negro, él llevaba el cabello costo y una infinidad de tatuajes en su brazo izquierdo. Sus labios resaltaban y la curvatura de su mandíbula dejaba ver una barbilla recién afeitada. Chocó los puños con el rizado de ojos verdes y al tomar el taco que su compañero le tendía, pude percatarme que tres de sus cinco dedos eran adornados por gruesos anillos.

Obsession | Sebastian StanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora