XXIV.

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La solución dada por su padre, el Rey Viserys, fue simple.

La casa Hightower le debía una disculpa a la casa Targaryen y a la Velaryon.

Por haber permitido que Gerard Hightower soltara tantas patrañas sobre los herederos. E insultos hacia sus hijos, nietos y esposa.

Viserys no castigo a Jacaerys, ni a Aemond.

Eso no significaba que ellos estaban bien.

–¡¿Por qué carajo hiciste eso, Jacaerys?! –Gruñó empujando a su esposo.

Si el rey hubiera escuchado a su abuelo...

Aegon sentía escalofríos ante la idea de que su padre en verdad fuera a castigar a Jacaerys y a Aemond.

Los iban a mandar al muro...

–¡Te insultó, a ti y a mi hijo! –Gritó el morocho.

Solo recordar aquellos insultos lo hacían querer revivir al maldito imbecil de Gerard para molerlo a golpes.

–¡Aún así no tenias que matarlo! ¡Era el hijo de un Lord! –Protestó.

–¡Soy el jodido príncipe heredero de la corona! ¡Eres mi consorte! ¡Estoy en mi puto derecho de defendernos! –Rugió– ¡Lo mate como al resto de los que se atrevieron a insultarte!

El rugido de Jacaerys resonó en la habitación, llenando el aire con una intensidad que dejó a Aegon sin aliento.

Las palabras de su esposo lo golpearon como un puñetazo en el estómago, dejándolo aturdido y sin palabras.

Aegon se quedó mirando fijamente a Jacaerys, su mente girando mientras trataba de procesar lo que acababa de escuchar.

¿Jacaerys había hecho qué...?

El corazón de Aegon latía con fuerza en su pecho mientras luchaba por encontrar las palabras adecuadas para responder.

La idea de que su esposo hubiera tomado medidas tan extremas en su nombre lo dejó con una mezcla de horror y confusión.

Finalmente, después de un largo momento de silencio, Aegon habló con voz temblorosa.

–¿Quien eres en realidad, Jacaerys? –preguntó, su voz apenas un susurro mientras luchaba por contener la oleada de emociones que amenazaban con abrumarlo.

Ese hombre frente a él no era el niño que lo había seguido tantos años por la Fortaleza.

No era el hombre que se había casado con él odiandolo.

–Lo hice por ti, Aegon –respondió Jacaerys, su voz cargada de pesar mientras luchaba por encontrar las palabras adecuadas.– No podía soportar verte ser insultado.

Aegon se sintió abrumado por la sinceridad en la voz de Jacaerys, pero también por la enormidad de lo que acababa de revelar.

–¿Cómo pudiste hacer algo así, Jacaerys? –preguntó Aegon, su voz temblando con una mezcla de incredulidad y tristeza.–¿Cómo pudiste tomar vidas en mi nombre?

Aegon sintió un nudo en la garganta al escuchar las palabras de Jacaerys.

Se preguntaba cómo alguien podía considerarlo digno de ser defendido de esa manera, especialmente después de recordar su propio pasado lleno de errores y pecados.

–¿Por qué harías algo así por mí? –preguntó Aegon, su voz llena de amargura mientras luchaba contra el remolino de emociones que lo envolvía.– No merezco esto, Jacaerys. Antes de casarnos, fui un maldito borracho, un deshonrado. ¿Cómo puedes justificar tus acciones en mi nombre?.

La habitación se llenó con el eco de sus palabras, pero Jacaerys permaneció en silencio.

–No me importa tu pasado, Aegon –declaró con firmeza.– Eres mi esposo, mi compañero, y haré lo que sea necesario para protegerte a ti y a nuestro hijo –agregó.

Aegon lo observó con confusión, incredulidad y desconfianza.

–Seguiré haciéndolo, Aegon –continuó Jacaerys– Si eso significa que nos respeten a nosotros y a nuestro hijo, no dudaré en actuar –añadió, su mirada fija en la de su esposo.

Aegon se quedó inmóvil, una mano temblorosa apoyada en su abdomen donde crecía su bebé, sus emociones mezcladas entre la confusión, la irritación y el deseo de llorar.

La intensidad de la revelación de Jacaerys lo había dejado desarmado.

–¿Cómo pudiste matar a Gerard? –susurró Aegon, su voz temblando con una mezcla de incredulidad y tristeza.

Jacaerys, con la mandíbula apretada y los ojos llenos de determinación, avanzó hacia Aegon.

–Lo hice porque te insultó, Aegon. A ti y a nuestro hijo. No podía permitirlo. No voy a permitir que nadie nos falte al respeto. Soy el príncipe heredero y tú mi consorte. Merecemos respeto, y si alguien se atreve a desafiarnos, pagará el precio –declaró con firmeza.

Aegon parpadeó, las lágrimas amenazando con desbordarse.
–¿Y ahora qué? ¿Nos vamos a convertir en monstruos para mantener ese respeto? –preguntó, su voz cargada de dolor.

– No me importa lo que piensen los demás. Mi lealtad es contigo y con nuestro futuro. Nadie nos faltará al respeto mientras yo esté aquí –Replicó Jacaerys, su tono serio y decidido.

Aegon sintió una oleada de emociones mientras observaba a Jacaerys. Había algo en la determinación feroz de su esposo que lo hacía sentir seguro, aunque fuera de una manera que nunca había imaginado. Parte de él estaba complacida, sabiendo que Jacaerys haría cualquier cosa por él.

Jacaerys suavizó su expresión, aunque la determinación en sus ojos no disminuyó.

–Hay otras maneras –Murmuró el platinado.

–Aegon, mi amor, lo sé. Y encontraré otras maneras. Pero prometo que siempre te protegeré. No dejaré que nadie te haga daño, ni a ti ni a nuestro hijo –dijo, acercándose más y envolviendo a Aegon en sus brazos, ofreciéndole la seguridad que tanto necesitaba.

Aegon, aún confuso y abrumado, sintió un extraño consuelo en las palabras de Jacaerys.

Aunque su mente estaba llena de dudas, una parte de él se sintió complacida al saber que tenía a Jacaerys dispuesto a hacer cualquier cosa por él.

–Está bien –murmuró, apoyando la cabeza en el pecho de su esposo– confío en ti, Jacaerys.

Jacaerys acarició suavemente el cabello de Aegon, susurrando palabras de consuelo y promesas de protección.

Aegon, aunque todavía abrumado, permitió que ese momento de seguridad lo envolviera, sintiendo por un breve instante que tenía el control, sabiendo que Jacaerys estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario por su bienestar.

Jacaerys inclinó la cabeza y besó a Aegon con ternura, sus labios suaves pero cargados de pasión.

Aegon sintió un calor familiar y reconfortante que recorría su cuerpo.

La intensidad del beso lo hizo olvidar momentáneamente sus preocupaciones, y su corazón latía con fuerza.

Sin embargo, el peso de su responsabilidad y la presencia de su bebé en su abdomen pronto lo hicieron retroceder. Aegon se apartó ligeramente, apoyando una mano en el pecho de Jacaerys.

–Jacaerys, espera –susurró, su voz temblando ligeramente mientras trataba de controlar su excitación.– Tenemos que pensar en el bebé.

Jacaerys soltó una risa suave, sus ojos brillando con una mezcla de amor y diversión.

Aegon no pudo evitar sonreír.
–Sabes que te amo, ¿verdad? –dijo, su voz llena de sinceridad.

–Y yo a ti, Aegon. Siempre –respondió Jacaerys, tomando la mano de Aegon y entrelazando sus dedos.– Prometo que hare todo lo posible para que Daeron crezca en un lugar seguro y lleno de amor.

Aegon asintió, sintiendo una mezcla de alivio y satisfacción.

"The dragon jewel"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora