I.

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Se odiaban.

No toleraban siquiera mirarse.

Sin embargo, aquí estaban, frente al septón.

Uniendo sus almas de por vida.

Jacaerys admiraba la belleza de Aegon, sin dudar era un Targaryen en todo su esplendor.

Cabello platinado, unos brillantes ojos amatistas.

Una piel tan blanca como la porcelana más fina, y una delirante boca, regordetes y rosaceos labios.

Esa misma boca que solía ser curvada en estúpidas sonrisas felinas.

Aún con todo eso, con toda la belleza de Aegon, sentía punzadas en el pecho al mirar al de menor altura.

Para casarse con Aegon había roto con Baela Targaryen.

Aunque debía admitir que ni siquiera era la mitad de bella que Aegon.

Lo único que la hacía preferirla era su personalidad.

Mientras Aegon era como volar en Vermax durante una tormenta, Baela era como simplemente permanecer frente a Vermax un día soleado.

Aegon era como la luna, y Baela como el sol.

Pronto el apreton en sus manos lo hizo conectar miradas con quien seria su futuro esposo, ambos compartieron una mirada cargada de emociones contradictorias, la tensión pesaba entre ellos, cargado de años de resentimiento y desdén. Sin embargo, en ese momento crucial, el peso del pasado parecía disiparse ante la solemnidad del momento.

Jacaerys, con voz firme pero con un deje de vulnerabilidad, comenzó:
–Frente a los dioses y los hombres, me comprometo a unir mi vida a la tuya, Aegon Targaryen. Acepto tus virtudes y tus defectos, tus luces y tus sombras. Prometo amarte, respetarte y apoyarte en todas las circunstancias que la vida nos depare. Frente a todos te juro y prometo que como llamas del dragon arderemos hasta el final juntos.

Los ojos amatistas de Aegon brillaron con una mezcla de sorpresa y confusión al escuchar las últimas palabras de Jacaerys.

Tomando aire, respondió con voz estrangulada:

–Yo, Aegon Targaryen, acepto tus votos, Jacaerys. Prometo ser tu compañero en la alegría y en la tristeza, en la salud y en la enfermedad. Juntos enfrentaremos los desafíos que nos aguarden y compartiremos los triunfos que obtengamos.

El eco de sus palabras resonó en la atmósfera cargada de expectación.

El septón supremo, observando la intensa dinámica entre Jacaerys y Aegon, declaró solemnemente:
–Por el poder investido en mí por los dioses, os declaro unidos en matrimonio. Que vuestros corazones y almas se entrelacen en este día y por toda la eternidad. Pueden sellar la unión.

Jacaerys y Aegon se acercaron lentamente, sus labios a escasos centímetros de distancia. Sin embargo, cuando estaban a punto de tocarse, sintió que Aegon permaneció tenso, como si el contacto fuera una carga pesada sobre sus hombros.

Jacaerys, por su parte, no pudo evitar que un destello de decepción cruzara por sus ojos.

Si tan sólo no nos odiaramos.

Pero, decidido a seguir adelante, cerró la brecha entre ellos y presionó sus labios contra los de Aegon en un beso que era más un compromiso que una expresión genuina de afecto.

El beso fue breve y frío, sellando un pacto más que un amor verdadero. Sin embargo, ante los ojos de varios presentes, parecía un gesto de amor y compromiso.

Cuando se separaron, Jacaerys observó el momento en que Aegon desvió la mirada hacia Lucerys, su hermano.

Sus violáceo mirar brilló en el instante que conectaron miradas.

"The dragon jewel"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora