Cap 18: Si la tocas te mato

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Shely

El sabor metálico en mi paladar es una de las muchas cosas a las que estoy acostumbrada, por múltiples razones, ya sean las misiones, las peleas, los accidentes, explosiones, disparos...sin embargo eso no lo vuelve menos desagradable y doloroso.

Aquel zumbido en el oído puedo decir que es uno de los peores, como si taladraran directamente el tímpano junto a mí cráneo. Me crea un desequilibrio del cuerpo y la mente despejando la realidad de mi sistema. No de una forma bonita ni armoniosa como ir a tomar yoga en la playa. Es desesperante, quiero moverme pero no puedo, quiero gritar pero no debo, si lo hago sería muchísimo peor. Las correas ajustadas en las muñecas y los pies me crean calambres tan fuertes iguales a cientos de agujas atravesando la piel lentamente. Las náuseas, el escalofrío, el desespero de levantarme, dejar todo de lado  y acabar con cada uno de los idiotas que me torturan, humillan y obligan desde hace años, es un deseo que solo incrementa con el pasar de los segundos. Quiero desaparecer de este planeta, marcharme lejos y no volver nunca jamás. Quiero que esta pesadilla acabe, vivir mi vida como el resto lo hace. Aunque eso me cueste vivir escondida estre las sombras, huyendo de la maldad que me obliga a ser mala.

–Creo que no nos estamos entendiendo –el comandante levantó un dedo, era la típica señal para que los científicos frenaran las máquinas y los cables esparcidos en el aire se alejaran, flotando en el espacio como abejas en busca de un enemigo donde encajar su aguijón– lo preguntaré de nuevo, señorita Shely –escuché el tacón de los zapatos cerca de la camilla. Solo pude cerrar los parpados, era eso o mostrar la debilidad de mis adoloridos ojos. Sentía que por primera vez ante una tortura como esa, las lágrimas me eran imposibles de aguantar– ¿Dónde se encuentra la doctora Iva?

Antes sonreía con sarcasmo, pero mi cuerpo estaba tan adolorido que no podía moverme, si lo hacía, me saldría completamente de control.

–Si lo supiera...ya la habría matado yo misma.

Desde luego mi respuesta no le gustó para nada al comandante. Nuevamente los cables se dispersaron en zonas diferentes a la anterior, clavando las gruesas agujas ésta vez en más cantidad desde la punta de mis pies hasta mi cuello, cara y cabeza.

Sentía su molestia al no escucharme un solo quejido, aunque eso no me evitara hacer muecas del inconfundible dolor. Él lo disfrutaba. Él y todos los idiotas que me miraban a través del cristal redactando cada una de mis reacciones en los expedientes. En aquella habitación asquerosa como una jaula para buitres.

Me sentía sola. No era nada extraño, un sentimiento que me acompañaba desde el pasado, pero ahora...admito que la nostalgia me inunda de tal manera que me doy lástima yo misma. ¿En qué momento me convertí en la esclava de la G.U.N? ¿Cuándo dejé de luchar por mí misma? ¿Cuándo dejé de tener derechos como los demás ciudadanos?

Tal vez ese era el problema. Yo nunca tuve el derecho a nada y sé que nunca podré exigirlo por ser una asesina rencorosa llena de ira. Pero jamás te acostumbras a ser tratado como una basura, jamás desaparece esa pizca de esperanza de que todo cambiará, de que algún día alguien te vea más que como una máquina de matar, de que recibirás afecto verdadero y desinteresado.

Algo que jamás pasará. No para mí, y debo aprender a sobrevivir con ello. A pesar que justo en este momento solo piense en levantarme de la maldita camilla de metal y mandar todo al mismo demonio.

Prensé de nuevo la mandíbula cuándo el artefacto en mi espalda comenzó a arder. La fría lámina metálica contenía un agujero, dando paso a varios cables y pinzas con láser, los científicos hacían todo lo posible por arrancarlo pero solo empeoraba. Sin un estudio adecuado sería casi imposible extraerlo. Me encontraba tumbada boca arriba, con solo una bata quirúrgica con varias manchas de sangre proveniente de las aberturas y cortadas de las agujas.

En tu mirada rubí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora