𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑻𝒓𝒆𝒔

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Narrador omnisciente.

La música retumbaba en los oídos de Daniela cuando sonaron los últimos acordes y MJ se dejó caer de manera sugestiva al lado de la barra de stripper con su tanga de encaje -y nada más- se  puso tan dura que casi le dolía. En el momento en el que la música murió, la multitud que llenaba el club prorrumpió en un atronador aplauso.

Daniela apretó los dientes. En ese momento, cada hombre y mujer del local estaba más que excitado gracias a la mujer que se muere por llevar a la cama. Una y otra vez.

La mujer a la que no debe tocar.

Después de más de dos minutos de vítores y aplausos, los clientes del club se sentaron. Con una traviesa sonrisa en los labios y, tras ponerse aquella pequeña chaqueta de lentejuelas roja
que apenas le cubría los pezones, MJ agarró el micrófono.

—Gracias a todos por estar aquí esta noche —dijo ella todavía jadeante —Han sido ustedes con su entusiasmo, los que a lo largo de los últimos cinco años han hecho de «Las sirenas sexys» un lugar especial. No saben cómo me alegra de que hallan decidido compartir con nosotros esta velada.

MJ pestañeó, enardeciendo a la multitud. La castaña quiso vomitar. No, no es cierto. Lo que quería era sacarla de alli, echásela al hombro y prohibirle que volviera a subirse a aquel escenario para desnudarse en público.

Suspiró. Comportarse como un cavernícola era más el estilo de Deke, su primo Y MJ no era suya Jamás lo sería.

¿Por qué demonios se había dejado convencer para quedarse a cocinar durante toda la semana? Ah, sí. Se sentía culpable.

Tres meses antes, la morena había cumplido su parte del trato. No era culpa suya que Daniela no hubiera podido - que todavía no pudiera -controlarse.

Tampoco era culpa de MJ que Deke se hubiera largado entonces dejándola a solas con su lado más oscuro.

Dado que ella ha invertido todos sus ahorros y su futuro en ese nuevo restaurante, le debía las siete clases magistrales que le había prometido.

Aquellos asombrosos pechos, las acusadoras preguntas que María José le había hecho con tanta dulzura y sus propios recuerdos habían obrado en su contra. No había podido librarse.

Después de agradecer la asistencia de la multitud durante un rato más, María José se bajó del escenario y se abrió paso entre sus admiradores.

Tyler, el gorila, le consiguió una silla sin dejar
de revolotear a su alrededor con aire protector. Con los brazos cruzados y el ceño fruncido, resultaba muy amenazador. Pero no lo suficiente para disuadir a los más fervientes
admiradores.

Éstos se acercaron todo lo que pudieron y, algunos, incluso le deslizaron billetes en la tanga. Ella les apartaba las manos con una picara sonrisa, pero aquello no les detuvo.

Un tipo con una camiseta de la Universidad
de Louisiana se abrió paso entre el gentío y se acercó a María José, plantándole un beso en la boca. Ella no se apartó, aunque le puso las manos en los hombros. Unos instantes después,
Tyler empujó bruscamente a aquel tipo y lo mandó hacia la puerta con una mirada que no auguraba nada bueno. Acto seguido el gorila se acercó más a MJ, anunciando que ella era suya por todos los poros de su piel.

Negándose a mirarlos durante más tiempo, maldijp para sus adentros y reconoció la amarga verdad.

Ella la había tomado el pelo. La noche que pasaron juntas, ella le había jurado que hacía casi dos años que un hombre no entraba ni en su cama ni en su cuerpo. Entonces le había creído.

𝑫𝒆𝒍𝒊𝒄𝒊𝒐𝒔𝒂 𝑹𝒆𝒅𝒆𝒏𝒄𝒊𝒐́𝒏 | 𝒞𝒶𝒸𝒽𝑒́ | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora