𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑻𝒓𝒊𝒆𝒏𝒕𝒂 𝒚 𝒐𝒄𝒉𝒐

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Pov Poché

Me paseé por la sala, retorciéndome las manos.

«En cualquier momento…»

Después de que Daniela se fuera el viernes, deseé llamarla de inmediato. Pero la chica asustada que vive en mi interior me hizo ser cauta y prudente.

Me contuve y entonces me leí entero el acuerdo de custodia que ella misma redactó y firmó.

Daniela era muy generosa; sólo solicitaba
los derechos mínimos, salvo los que les correspondían, si por cosas de la vida llegara
a morir de manera imprevista. También añadió  una cláusula para revisarlo en caso de que me volviera a casar con alguien que resultara ser inadecuado para nuestro hijo.

El hecho de que Daniela haya tenido eso
en cuenta, me llegó al corazón.

Me pasé la noche del viernes sin dormir sabiendo que sólo me quedaban dos opciones: poner fin al matrimonio y criar al bebé sola, preguntándome siempre si habría cometido el mayor error de mi vida al dejar marchar a la mujer que amaba, o lanzarme a un futuro incierto y poner de todo mi empeño para que nuestro matrimonio funcionara.

Daniela dice que me ama. Después del acuerdo de custodia que me ofrecía, tenía la certeza de que era verdad. Daniela me correspondía con toda su alma, cada día sin ella era una agonía, y las noches son todavía más infernales. Aun así, la vida me enseñó a ser precavida. Me pasé todo el sábado sopesando las opciones… y siempre llegaba a la misma conclusión.

¿Por qué vivir un desolador futuro sin Daniela?

Ella no podría haberse disculpado de manera más elocuente ni podía estar más arrepentida,
y no todo era su culpa. A mí me había asustado
a muerte el matrimonio. Un compromiso para toda la vida no podía funcionar si no nos entregaramos las dos con toda el alma. Yo tampoco lo había hecho.

De acuerdo, Daniela me ocultó su «esterilidad», pero también le oculté mi pasado con Johan.
Si ella no me hubiera asustado sin querer, ¿le habría contado mi secreto? Me estremecí, lo más probable era que no.

¿No deberíamos intentar conseguir que nuestro matrimonio funcione sin reservarnos nada para nosotras mismas?

El domingo la llamé por la mañana y le pedí que regresara a Lafayette. Daniela no me preguntó nada y yo no añadí ni una palabra mas. Las dos sabíamos que lo que tenemos que decirnos debemos hacerlo en persona.

El sonido del timbre interrumpió mis pensamientos y me pasé la mano por el top, apretando la palma contra mis temblorosas entrañas. Respiré hondo y abrí la puerta.
Daniela estaba al otro lado con una expresión pensativa.

—Me alegra  que hayas llamado.

Asentí con la cabeza mientras intenté sosegar el desbocado latido de mi corazón.

—Adelante.

Di un paso atrás, dejándola entrar , pero sus ojos no dejaban de mirarme ni por un segundo, como si esperara poder leer la decisión en mi cara. Aparté la vista y entré en la sala. Daniela me siguió. Noté su mirada clavada en mi espalda. Tan cerca y, sin embargo, tan lejos.

«Dios, por favor, que todo salga bien».

Sobre la mesita de café estaban los documentos, los tomé.

—He leído tu acuerdo de custodia.

Daniela vaciló, luego no pudo contener una expresión de pesar. Apretó los dientes y, finalmente, asintió con la cabeza.

—¿Tienes alguna objeción?

—¿Has leído los documentos del divorcio?

—Sí.

𝑫𝒆𝒍𝒊𝒄𝒊𝒐𝒔𝒂 𝑹𝒆𝒅𝒆𝒏𝒄𝒊𝒐́𝒏 | 𝒞𝒶𝒸𝒽𝑒́ | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora