𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑻𝒓𝒊𝒆𝒏𝒕𝒂 𝒚 𝒄𝒖𝒂𝒕𝒓𝒐

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Pov Daniela

Cuando llegué a Lafayette, se estaba poniendo el sol. Detuve el 4x4 bruscamente en el camino de acceso y, en cuanto aparqué el vehículo, me bajé, corrí hacia la puerta y la abrí. Tenía que ver a Poché y asegurarme de que estaba bien.

Cuando Kimber me llamó por teléfono, se me detuvo el corazón para luego ponerse a palpitar a toda velocidad. ¿Primpton estuvo a punto de matarla?

Menos mal que por fin habían capturado a aquel psicópata acosador. Siempre me dió la impresión de que al concejal le faltaba un tornillo, pero jamás hubiera sospechado que el divorcio de uno de sus seguidores le afectaría hasta el punto de incitarlo a cometer homicidio.

Pero Poché estaba bien,y necesitaba asegurarme de que estaba sana y salva. Abrazarla. Decirle que la amaba.

En el vestíbulo me tropecé con un obstáculo inesperado y apenas pude evitar caerme. Bajé la vista.

Eran mis maletas. Estaban todas ahí.

¿Qué quería decir eso?

Todo mi mundo se tambaleó. Una sensación helada me envolvió mientras sorteaba el equipaje y subía la escalera a toda velocidad.

—¿Poché?

No obtuve respuesta.

Corrí por el pasillo en penumbra y me detuve en el umbral del dormitorio principal. Ella estaba sentada en la cama, con el pelo suelto. Me fijé en que no llevaba la alianza. Cubierta por una enorme camiseta gris, tenía la mirada clavada en la ventana de su derecha. Parecía a un millón de kilómetros de distancia. No, parecía derrotada.

Se me puso la piel de gallina.

Ella era una luchadora. Había sobrevivido a traumas que habrían aplastado a cualquier otra persona y había resurgido de las cenizas más fuerte que antes. La mujer que miraba por la ventana… no parecía ella.

—¿Cariño?

—Eres muy lista, Daniela — Dijo ella sin mirarme—. No quiero discutir contigo. Limítate a recoger tus cosas y vete.

Se me encogió el estómago, me quedé sin respiración.

Me sentí muy alarmada al oír que se había quedado atrapada por las llamas y que si no hubiera sido por Tyler y David habría muerto
en el incendio. Pero ¿por qué me echaba de casa?

¿Me estaba diciendo realmente que habíamos terminado?

—No sé que es lo que te ha parecido tan mal, pero podemos solucionarlo, cariño. Lamento
no haber estado aquí para protegerte. He vuelto para estar contigo, para asegurarme de que te encuentres bien… ¿Qué ha sucedido para que hayas empacado todas mis cosas y…?

—No quiero discutir contigo.

Crucé la habitación y me acerqué a la cama, sentándome en el borde, a su lado. Ella seguía mirando por la ventana. Mi frustración iba en aumento, pero la contuve centrando la atención en ella mientras le cogía la mano. La tenía fría.

—Pues ya somos dos. Pero podemos resolver las cosas sin discutir. Dime qué es lo que sucede, hablemos sobre ello. Si estás enfadada porque no estaba aquí cuando ese bastardo de Primpton te atacó, créeme, nadie lo lamenta más que yo.

Ella negó con la cabeza. Entonces, finalmente, apartó la vista de la ventana y la bajó a su regazo.

—Tenías que trabajar y estabas haciéndolo. Ya habíamos hablado antes de que debías irte a
Los Ángeles para cumplir el contrato.

Su voz de era plana y sin inflexión. Cuando la luz del sol se reflejó en sus mejillas, vi huellas indudables de lágrimas secas. Se me oprimió el corazón. Al mirarla atentamente, me resultó evidente que ella tenía los ojos rojos y la nariz hinchada, señal inequívoca de que había llorado mucho. Parecía como si se hubiera quedado sin emociones. Aquella certeza me hizo jadear.
Conteniendo el miedo, le apreté la mano.

𝑫𝒆𝒍𝒊𝒄𝒊𝒐𝒔𝒂 𝑹𝒆𝒅𝒆𝒏𝒄𝒊𝒐́𝒏 | 𝒞𝒶𝒸𝒽𝑒́ | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora