Capítulo 32; Entre la pasión y la lealtad.

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Era altas horas de la noche cuando Hermione, con el corazón latiendo desbocado, se materializó en Hogsmeade. La oscuridad envolvía las calles empedradas, solo interrumpida por la tenue luz de las farolas que bailaba con las sombras. Los susurros del viento frío jugaban con su cabello mientras su mente revivía el terror de lo sucedido con Tom. Cada paso resonaba en el silencio de la noche, lleno de incertidumbre y peligro. Hermione buscaba desesperadamente un refugio, un lugar donde encontrar paz y protección lejos de la amenaza que la acechaba en las sombras.

Los pensamientos de Hermione la abrumaban mientras avanzaba por las calles en penumbra. El miedo latente se entrelazaba con la determinación en su mente, recordando cada mirada fría de Tom y su instinto de supervivencia se intensificaba. En medio de la incertidumbre, la esperanza de encontrar ayuda y seguridad guiaba sus pasos, mientras la adrenalina pulsaba en sus venas, impulsándola a seguir adelante en busca de un respiro en la noche inquietante de Hogsmeade.

Hermione llegó a la posada de cabeza de cerdo, una de las tabernas del pueblo de Hogsmeade. En su exterior, hay un decorativo letrero con una cabeza de puerco que gotea sangre... Es un lugar lúgubre y oscuro, donde el misterio y la intriga parecen fundirse con la mugre que cubre las ventanas, impidiendo la entrada de luz natural y obligando a encender velas para iluminar el sórdido ambiente.

Al adentrarse en el local, Hermione se encontró con un bullicioso grupo de magos y brujas disfrutando de sus tragos y risas. El olor a cabras y suciedad impregnaba el lugar, un hedor que parecía no molestar a los presentes en lo absoluto. Con determinación, Hermione se abrió paso entre la multitud hacia el tabernero llamado Aberforth. Hermione que tenía que ir con mucho cuidado pues ese lugar, sus ocupantes no tienen totalmente garantizada la privacidad, en el sentido de que nunca deben dar por hecho que nadie los esté escuchando al hablar, incluso dentro de una habitación privada, ya que el lugar no reúne las condiciones apropiadas para garantizar que las conversaciones no sean oídas por personas a quienes no les conciernen.

Hermione hizo gestos discretos para llamar la atención de Aberforth, quien en ese momento estaba conversando con una bruja un tanto excéntrica.

—Perdona, un momento —le dijo a la bruja, haciendo una seña de disculpa, y se acercó a Hermione con cara de pocos amigos.

—¿Qué quieres, chica?

Hermione se tensó. Sabía que Aberforth era el hermano de Dumbledore; Harry le había hablado de él en varias ocasiones, describiéndolo como alguien bastante refunfuñón y un tanto arisco.

—Buenas noches, necesitaría alojamiento para esta noche, por favor.

Aberforth la miró de arriba a abajo, y se dio cuenta de su vientre abultado, que la capa apenas lograba ocultar.

—¿Vas tú sola, chica?

Hermione lo miró a los ojos y asintió con firmeza.

—Sí —respondió—. Le puedo pagar ahora si quiere.

Aberforth frunció el ceño, evaluando la situación.

—¿De dónde vienes, y más en ese estado? ¿Te has escapado de algún sitio?

Hermione se tensó por un momento. No había pensado en una excusa. Dudó, pero sabía que tenía que decir algo convincente.

—No... no me he escapado de ningún sitio. Vengo de una misión importante y necesito descansar un poco antes de continuar. Por favor, es urgente.

Aberforth la miró fijamente durante unos segundos, sopesando sus palabras. Finalmente, asintió lentamente.

—Está bien, te daré una habitación. Pero no me causes problemas, ¿entendido?

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