Capítulo 36; Albania

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A la madrugada, la luz tenue de las velas proyectaba sombras inquietantes en las paredes de la posada de cabeza de puerco. El ambiente estaba cargado de tensión mientras Dumbledore y Tom se enfrentaban en un duelo de voluntades.

—"Albus, entiéndelo. No puedo regresar. Grindelwald me considerará un traidor. Mis planes son... distintos ahora," —dijo Tom con voz apremiante, su mirada fija en el rostro del  mago.

Dumbledore, con su habitual calma, lo observó detenidamente. —"¿Y cuáles son esos planes, Tom? ¿Por qué debería confiar en ti después de todo lo que ha sucedido?"

Tom apretó los dientes, frustrado. —"Mi vida ya no es la misma. He cambiado, Albus. Solo quiero proteger a Hermione y a nuestra hija. Necesitamos irnos, lo más lejos posible de aquí."

La desconfianza era palpable en la mirada de Dumbledore. —"Ayudaste en la batalla contra Grindelwald, es cierto. Pero tus motivos siempre han sido oscuros. No puedo permitir que te lleves a Hermione y a la niña sin saber qué planeas realmente."

La ira se apoderó de Tom. —"¡Tengo todo el derecho de estar con ellas! Hermione esta con migo, y esa niña es mi hija. No puedes retenernos aquí como prisioneros."

Dumbledore, imperturbable, levantó una mano en señal de calma. —"Tom, entiende que mi preocupación es por la seguridad de Hermione y de la pequeña. Hasta que no estés dispuesto a ser completamente sincero conmigo, no puedo permitir que te las lleves."

Tom respiró hondo, tratando de controlar su temperamento. Sabía que no podía revelar su verdadero objetivo: encontrar la diadema de Rowena Ravenclaw en Albania y crear otro Horrocrux. Ese secreto debía permanecer oculto a toda costa.

—"Está bien, Albus," —dijo finalmente, con voz más contenida. "—"Si no confías en mí, acompáñanos. Ayúdanos a encontrar un lugar seguro. Demuéstrame que realmente te preocupas por ellas."

Dumbledore consideró la propuesta, su mente analizando cada posible consecuencia. Finalmente, asintió. —"Muy bien, Tom. Pero te advierto, si descubro que tus intenciones son perjudiciales para Hermione o la niña, no dudaré en actuar."

Tom asintió, sabiendo que había ganado un pequeño terreno. —"Lo entiendo, Albus."

La conversación quedó suspendida en el aire mientras ambos hombres, cada uno con sus propios secretos y objetivos.

Tom se apresuró a salir de la Cabeza de Puerco, sus pasos resonando en las calles desiertas mientras se dirigía hacia Hogwarts. El amanecer comenzaba a teñir el cielo de un tenue color rosado, y la figura de Tom pronto desapareció en la distancia.

Dentro de la taberna, Dumbledore permanecía junto a la ventana, su mirada fija en el camino por donde Tom había desaparecido. No pasó mucho tiempo antes de que Aberforth, su hermano, entrara en la sala, sus cejas fruncidas en una expresión de preocupación.

—"¿Qué demonios estás haciendo, Albus?" —espetó Aberforth, su voz llena de indignación. —"No puedes estar en tu sano juicio al dejar que ese muchacho se acerque a Hermione y a la niña."

Dumbledore no apartó la vista de la ventana, su rostro grave. —"Tom ha cambiado, Aberforth. No podemos juzgarlo solo por su pasado. Además, les salvó la vida a Hermione y a la pequeña."

Aberforth bufó, cruzándose de brazos. —"¿Cambió? ¡Ese chico siempre ha sido un enigma, un misterio envuelto en oscuridad! Incluso cuando estaba en Hogwarts, lo veíamos deambular por el pueblo, siempre solo, siempre tramando algo. No puedes confiar en él, Albus. Es demasiado peligroso."

Dumbledore finalmente giró para enfrentar a su hermano, sus ojos azules brillando con una mezcla de cansancio y determinación. —"Entiendo tus preocupaciones, Aberforth. Pero todos merecen una segunda oportunidad. Y hasta ahora, Tom ha demostrado que puede actuar con nobleza."

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