Capitulo 35; La Batalla

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Hermione y Dumbledore, junto con los demás, se aparecieron a las afueras del castillo de Hogwarts. El aire estaba frío y el cielo oscurecido por nubes amenazantes. Hermione estaba llorando desesperada, sus sollozos eran casi incontrolables. Su mente era un torbellino de pensamientos y preocupaciones, pero lo único que realmente deseaba era llegar a Tom.

—"Tom! ¡Tom!" —gritó con desesperación, sus palabras resonando en la noche silenciosa. Pero no hubo respuesta. Hermione cayó de rodillas, su cuerpo temblando mientras la imagen de Tom se desvanecía por completo de su mente, dejándola vacía y desolada.

Dumbledore, con una mirada solemne pero compasiva, observaba a Hermione. Luego, se volvió hacia los miembros de su grupo y con voz firme les dijo: —"Vayan a la Cabeza de Puerco y reúnanse con Aberforth. Necesitamos estar preparados para lo que venga".

Uno a uno, los demás miembros asintieron y se desaparecieron, dejando a Dumbledore y Hermione solos en la penumbra. Dumbledore se acercó a Hermione, colocó una mano gentilmente en su hombro y dijo en voz baja: —"Hermione, necesitamos ponerte a salvo a ti y a tu bebé. Hay un carro esperándonos para llevarnos a las puertas de Hogwarts. La enfermera estará allí para examinarte a ti y a tu bebé".

Hermione levantó la vista, sus ojos enrojecidos por las lágrimas. En sus brazos, su bebé dormía profundamente, ajeno a todo el caos que los rodeaba. Con un esfuerzo tremendo, Hermione se levantó del suelo con la ayuda de Dumbledore. "Gracias, profesor", susurró, tratando de recomponerse.

—"Vamos, querida", —dijo Dumbledore con suavidad, guiándola hacia un camino apenas visible en la oscuridad. —"Cada momento cuenta".

Caminaron en silencio hacia el carro, cada uno inmerso en sus pensamientos. Hermione no podía dejar de pensar en Tom, pero sabía que tenía que mantenerse fuerte por su bebé. Al llegar al carro, Dumbledore la ayudó a subir y se aseguró de que estuviera cómoda antes de subirse él mismo.

—"Pronto estaremos en Hogwarts", —dijo Dumbledore, tratando de infundirle algo de esperanza. —"Allí estarás a salvo y podremos pensar en los siguientes pasos".

Hermione asintió débilmente, abrazando a su bebé con más fuerza. El carro comenzó a moverse, llevándolos hacia la seguridad de las puertas de Hogwarts, mientras la luna brillaba débilmente entre las nubes, testigo silencioso de su angustia y esperanza.

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Después de la batalla en el coliseo de Grindelwald, todos se encontraron transportados al majestuoso castillo de Nurmengard. Las imponentes murallas del castillo se elevaban sobre el horizonte, proyectando largas sombras en la tenue luz del crepúsculo. Dentro del gran salón, los lacayos de Grindelwald se alineaban en una formación ordenada, con expresiones de reverencia y temor. A un lado, la imponente figura de Nagini sus movimientos eran como si serpenteaban silenciosamente. En el otro extremo del salón, Tom Riddle permanecía de pie, con su aspecto algo desaliñado y su cabello oscuro partido en el centro, su mirada calculadora evaluando cada detalle de su entorno.

Grindelwald, con su porte imponente y su mirada penetrante, se acercó a Tom. Sabía que debía hablar con él para medir su lealtad y determinar si podía confiar en él para sus planes futuros.

—"Tom" —comenzó Grindelwald, con una voz suave pero autoritaria—, "necesitamos hablar. Tu lealtad es crucial para el éxito de nuestra causa. "

Tom mantuvo la compostura, sabiendo que debía ocultar sus verdaderas intenciones. Aparentar lealtad era esencial, mientras intentaba averiguar los planes de Grindelwald para gobernar el mundo. En el fondo, sus pensamientos vagaban hacia Hermione y la bebé, que por lo menos estuvieran a salvo.

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