Capitulo 48 El Rey de las Serpientes

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En las profundidades del castillo de Hogwarts, donde los muros antiguos parecen susurrar secretos olvidados, Estel y Lucius Malfoy se deslizan en silencio por los pasillos oscuros. Las antorchas en las paredes apenas iluminan sus rostros, proyectando sombras que se mueven inquietas a su alrededor. Los ecos de sus pasos, amortiguados por las gruesas alfombras, parecen resonar más fuerte de lo que en realidad son, una constante amenaza de ser descubiertos.

El aire es denso, impregnado del polvo de siglos y de un frío que parece penetrar en los huesos. Cada rincón está cargado con la historia del castillo, con los misterios que sólo aquellos lo suficientemente audaces —o desesperados— se atreverían a desentrañar. Los ojos de Estel brillan con determinación, mientras que Lucius, con su varita lista en mano, mantiene la expresión seria y controlada que le es característica, pero en sus ojos se nota un destello de anticipación.

En las profundidades del segundo piso de Hogwarts, el aire está impregnado de una humedad fría que parece aferrarse a la piel. Los pasillos están desiertos, y el eco lejano de sus pasos resuena con una inquietante claridad, como si el castillo, con su interminable red de corredores y salas, estuviera consciente de sus movimientos.

Estel y Lucius Malfoy avanzan con sigilo, sus capas ondeando ligeramente tras ellos. La oscuridad parece envolverlos, pero ambos tienen las varitas listas, emitiendo una luz mínima que apenas ilumina su camino. A su alrededor, las sombras se alargan, creando formas que se retuercen en la penumbra, como si el propio castillo conspirara en su contra.

Finalmente, llegan al final del pasillo, donde se encuentra la puerta del baño de niñas, abandonado y olvidado por la mayoría de los estudiantes. Un cartel gastado cuelga torcido sobre la entrada. Lucius lanza una mirada rápida a Estel antes de empujar la puerta, que se abre con un chirrido agudo que resuena en el silencio opresivo.

El interior es aún más lúgubre de lo que esperaban. Los azulejos están manchados por años de humedad, y un espejo roto refleja sus figuras de manera distorsionada. En el aire flota un tenue olor a moho y agua estancada. Pero lo que realmente llama la atención de ambos es el sonido de un leve sollozo, que parece provenir de una de las cabinas del baño.

—"Myrtle... "—susurra Estel, reconociendo inmediatamente la fuente del llanto.

—"Debemos ignorarla" —responde Lucius en voz baja, con un tono impaciente—. "No podemos permitirnos distracciones ahora."

Sin embargo, apenas pronuncia estas palabras, el fantasma de Myrtle la Llorona se materializa frente a ellos, su figura translúcida flotando a pocos centímetros del suelo. Sus ojos, grandes y tristes, los miran con una mezcla de curiosidad y resentimiento.

—"¿Qué están haciendo aquí? "—pregunta Myrtle con un tono ofendido—. "¡Nadie viene a verme! Todos me evitan, ¡excepto cuando necesitan algo!"

Lucius se esfuerza por mantener la compostura, aunque la presencia del fantasma lo incomoda. Estel, por su parte, sabe que necesitan mantener la situación bajo control si quieren seguir con su misión.

—"No estamos aquí para molestarte, Myrtle" —dice Estel suavemente, intentando sonar conciliadora—. "Necesitamos encontrar... algo. Algo muy importante."

Myrtle flota más cerca, observándolos con recelo.

—"¿Qué podría ser más importante que mí? "—responde ella, cruzando los brazos con un aire de indignación.

—"Buscamos la Cámara Secreta" —confiesa Lucius, con voz baja pero firme, decidido a no perder más tiempo—. "Sabemos que la entrada está aquí. "

Los ojos de Myrtle se abren de par en par, y por un instante, parece que va a estallar en otro de sus lloriqueos, pero en lugar de eso, su expresión se suaviza, como si recordara algo.

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