Capítulo 51; pesadilla o Realidad?

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Estel aguardó pacientemente en la oscuridad de su pequeño cuarto, contando cada segundo que transcurría hasta que el reloj marcó la medianoche. Afuera, la luna llena proyectaba su luz pálida sobre el castillo, creando un ambiente de misterio. El silencio envolvía los pasillos y solo el suave murmullo del viento rompía la quietud nocturna.

Con el corazón latiendo rápido, Estel se levantó con cuidado, asegurándose de no hacer ningún ruido al moverse. Tomó una pequeña bolsa de tela que había preparado con antelación, donde había guardado un poco de alimento: sobras del almuerzo, un trozo de carne seca y algunas frutas. Sabía que no era mucho, pero esperaba que fuera suficiente para satisfacer al basilisco, aunque fuera temporalmente.

Salió de su habitación descalza, evitando que sus pasos resonaran en el suelo de piedra. Se desplazó por los corredores con la destreza de alguien que ya conocía el camino. No podía permitirse el lujo de ser descubierta; no habría forma de explicar qué hacía en los pasillos del castillo a esa hora.

El aire estaba impregnado del aroma de la piedra fría y húmeda, y cada sombra parecía moverse a su alrededor mientras avanzaba. Finalmente, llegó al segundo piso, donde el cuarto de baño de las chicas esperaba en un abandono inquietante. Las puertas de madera estaban desgastadas y la pintura descascarada. Nadie había entrado allí en años, y eso era precisamente lo que hacía de este lugar el escondite perfecto para un secreto tan oscuro.

Estel empujó la puerta, que cedió con un chirrido prolongado, casi como un lamento. Dentro, el cuarto de baño estaba en ruinas, con espejos rotos y grifos oxidados que alguna vez debieron brillar. El suelo estaba cubierto de polvo, y los viejos azulejos decorativas colgaban torcidas, como si el tiempo hubiera olvidado este lugar.

Ella avanzó hasta un lavabo en particular, el que tenía una pequeña serpiente tallada en la piedra. Sabía lo que debía hacer. Se inclinó y susurró en parsel. Al hacerlo, el lavabo se deslizó hacia un lado, revelando una abertura oscura y profunda.

Con un nudo en el estómago, Estel bajó por la estrecha escalera de piedra que la condujo a la Cámara de los Secretos. El aire era más frío allí abajo, cargado de una humedad que calaba los huesos. Al final del descenso, se encontró en un vasto espacio subterráneo, iluminado solo por la tenue luz que se filtraba desde la entrada.

La Cámara de los Secretos era impresionante, con columnas adornadas con serpientes talladas que parecían cobrar vida bajo la luz tenue.

Delante de la estatua, en la penumbra, estaba el basilisco. Su cuerpo serpenteante descansaba enroscado sobre sí mismo, y sus ojos, cerrados por el momento, daban la falsa impresión de estar dormido. Sin embargo, cuando Estel dio un paso adelante, la criatura se movió, abriendo sus enormes párpados para revelar unos ojos de un amarillo venenoso que la observaron con atención.

Estel, sin perder el control, se acercó con la bolsa de alimento en las manos. Sacó el trozo de carne seca y lo sostuvo frente a ella, sabiendo que no podía mostrar miedo. El basilisco emitió un suave siseo, un sonido que resonó en la cámara como un susurro amenazante. Su lengua bífida salió para probar el aire, y en un movimiento rápido, tomó la carne de las manos de la chica.

Estel observaba al basilisco mientras devoraba el trozo de carne. El crujido de los huesos al romperse bajo sus poderosas mandíbulas resonaba en la vasta Cámara de los Secretos. Estaba atenta a cada uno de sus movimientos, pero también comenzaba a relajarse, sintiendo que su misión de esa noche estaba a punto de concluir sin problemas.

De repente, el basilisco levantó la cabeza, sus ojos amarillos fijos en los de Estel. Aunque la criatura no necesitaba hablar, su voz fría y rasposa resonó en la mente de la chica, como un susurro helado que se filtraba en sus pensamientos.

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